Una renta para la transformación (eco)social

Por: David Casassas
La cuestión de la transición eco-social adquiere una centralidad incuestionable, pues una “recuperación económica de signo emancipatorio” en ningún caso puede equivaler al retorno a una normalidad que ni nos podemos permitir desde el punto de vista del padecimiento sociolaboral ni es viable desde el punto de vista del colapso energético y mineral en el que nos hallamos inmersos.

¿Para qué podemos querer una renta básica? Decía el sociólogo norteamericano Erik Olin Wright que la propuesta de la renta básica puede ser objeto de justificaciones “estáticas” y de justificaciones “dinámicas”. Las “estáticas” son las que hacen énfasis en la cantidad de personas que una asignación incondicional de recursos podría sacar de la pobreza y de la exclusión, así como del riesgo permanente de caer en ellas. En el Reino de España, estamos hablando de más de una docena de millones de personas. No es poca cosa.

Pero si hay argumentos que nos llevan a afirmar con vehemencia la necesidad de una renta básica, añadía Wright, es por la capacidad de esta medida de poner en circulación vidas escogidas y vividas en condiciones de libertad efectiva. Por ello, concluía, conviene ofrecer “justificaciones dinámicas” de la renta básica lo más robustas posible, es decir, defensas que pongan de manifiesto que vivir incondicionalmente liberados de la pobreza y de la exclusión no equivale solo a poder sortear la privación, sino también a acceder a los espacios donde se toman las decisiones que verdaderamente condicionan la naturaleza de nuestras relaciones sociales. Y poder vivir y organizarnos con libertad tampoco es un tema menor.

Detengámonos un momento en la cuestión de esta posibilidad de una organización autónoma de los procesos de trabajo, de los tiempos que se emplean en ellos, de las formas de convivencia y de asentamiento en los territorios, de nuestras relaciones con el medio natural. Porque “organización” puede significar muchas cosas, del mismo modo que el componente “organizativo” que acompaña nuestras vidas puede ser nombrado de muchas maneras distintas. Prestemos algo de atención a una de ellas.

Una de las consignas (y uno de los procedimientos) más habituales en la gestión del trabajo y la producción durante las últimas décadas ha sido la de la “flexibilidad”. Como se nos dice a menudo, la respuesta a los retos de la organización económica, especialmente en estos tiempos inciertos de pandemia, debería comportar dosis importantes de “trabajo flexible”. Ya se sabe: conviene que nos adaptamos constantemente a circunstancias constantemente cambiantes, etcétera. A primera vista, la argumentación suena, como mínimo, peligrosa o, por lo menos, peligrosamente inquietante. A nadie le escapa que, muy a menudo, el valor de la “flexibilidad” ha sido abrazado por patronales y entornos empresariales decididos a reducir costes a través de la erosión de los mecanismos legales e institucionales de protección de la clase trabajadora, lo cual ha convertido el discurso de la flexibilidad en una estrategia abiertamente sospechosa.

¿Pero sería posible dar la vuelta a los términos del debate, de modo que llegáramos a preguntarnos, de manera profunda y genuina, cuál es el problema de fondo de la flexibilidad, si es que este problema de fondo realmente existe? Porque el hecho es que nosotros, los humanos, necesitamos vidas flexibles, trayectorias dúctiles dentro de las que podamos acoger y llevar a cabo de forma autónoma tareas bien distintas, tan distintas como lo son nuestras necesidades, que cambian a lo largo de nuestro ciclo vital -André Gorz siempre insistía en ello cuando defendía la idea de unas vidas “multiactivas”-. ¿Cuándo y cómo hemos de realizar trabajo remunerado y cuándo nos hemos de sumergir en el mundo de los cuidados? ¿Cuándo y cómo hemos de abrir las puertas a las muchas formas que puede tomar el emprendimiento? ¿Y al trabajo artístico? ¿Y a la participación comunitaria? ¿Y qué cantidad de estos tipos de trabajos queremos para cada periodo de nuestras vidas? ¿Cuáles son las proporciones adecuadas? Estas preguntas, y muchas otras, han de poder ser respondidas por parte de individuos y grupos sociales, lo que implica que el viejo imaginario de un único puesto de trabajo para toda la vida ha de ser cuestionado, tal y como, de hecho, es cuestionado por movimientos sociales contemporáneos que ven el (no demasiado probable) retorno a las vidas monolíticas de una sola actividad para siempre -así funcionaban los imaginarios sobre el trabajo y la seguridad personal bajo el capitalismo fordista- como una posibilidad que escondería la señal de una importante falta de soberanía económica.

Guy Standing denomina “libertad ocupacional” a esta capacidad de escoger y combinar los diversos ingredientes de una trayectoria vital y profesional con sentido, y sugiere que, muy probablemente, esta sea la única vacuna contra la pandemia de la extrema derecha que se extiende por doquier. Contra la “flexibilidad forzosa” que a menudo se nos impone porque vivimos a merced de otras personas, ha llegado el momento de ponernos a pensar herramientas que favorezcan la extensión social de lo que podríamos dar en llamar “flexibilidad escogida” -o, si lo preferimos así, simplemente “autogestión”-, es decir, aquella capacidad individual y colectiva de autodeterminarnos en relación con nuestros procesos de trabajo. Es aquí donde la propuesta de la renta básica adquiere su sentido, pues un flujo incondicional de ingresos -y de otros recursos en especie- nos permitiría gobernar la flexibilidad de un modo efectivamente seguro y soberano, lo que incrementaría nuestra libertad a la hora de escoger qué tipos de trabajo -en plural- queremos hacer, y cómo, y cuándo y en qué proporciones.

¿Pero por qué podría una renta básica potenciar esta “flexibilidad” que ha de ser entendida como “autogestión”, como “autodeterminación” individual y colectiva en la esfera socioeconómica? El núcleo del asunto es el poder de negociación: la garantía incondicional del derecho a la existencia material permitiría a individuos y grupos el acceso a tres recursos esenciales a la hora de definir y conducir una vida libre. En primer lugar, el poder de negociación se encuentra estrechamente ligado al goce de tiempo para concebir y poner en movimiento una vida propia: la posibilidad de tirar adelante proyectos de vida escogidos depende de manera crucial de la presencia de tiempo para pensar, persuadir, negociar y, finalmente, obtener aquello que necesitamos para desplegarlos. En segundo lugar, el poder de negociación tiene mucho que ver con la capacidad de explorar opciones alternativas y de correr ciertos riesgos que nos puedan situar, quizás, en escenarios más deseables. Finalmente, el poder de negociación requiere el “derecho al crédito”, en el doble sentido de “derecho a recursos económicos” y de “derecho a la confianza social”, al “crédito social”: el flujo constante de ingresos que supone una renta básica también ha de ser entendido como el derecho, otorgado de forma universal y colectiva, a segundas, terceras y subsiguientes oportunidades de lanzar y sostener proyectos productivos y de vida verdaderamente propios, lo cual ha de permitir la articulación de un entorno socioeconómico verdaderamente inclusivo y democrático.

Ni que decir tiene, este poder de negociación que se encuentra ligado a la incondicionalidad en el acceso a recursos resulta especialmente importante en tiempos de bloqueo económico y colapso societario. Porque es preciso que emerja actividad nueva, pero no cualquier tipo de actividad ni, tampoco, de cualquier manera. Garantizando grados relevantes de poder de negociación, una renta básica -y otros recursos en especie- nos ayudaría a rechazar proyectos de vida que no deseamos y que, hoy, se nos imponen, y permitiría que diéramos forma a nuestros espacios y prácticas productivas de manera que emprendiéramos y desarrollásemos actividades, destrezas y facultades que demasiado a menudo quedan bloqueadas, quedan amputadas por la necesidad de aceptar aquello que se halla disponible en los mercados de trabajo. Así, recursos incondicionales como una renta básica ayudarían a garantizar la “libertad ocupacional” -o, si se prefiere, la “democracia económica-” de la que se hablaba anteriormente, pues favorecería la emergencia efectiva de actividad escogida con autonomía en el marco de una recuperación económica de signo abiertamente emancipatorio.

Y aquí la cuestión de la transición eco-social adquiere una centralidad incuestionable, pues una “recuperación económica de signo emancipatorio” en ningún caso puede equivaler al retorno a una normalidad que ni nos podemos permitir desde el punto de vista del padecimiento sociolaboral -precariedad, alienación, crisis de los cuidados, etc.- ni es viable desde el punto de vista del colapso energético y mineral en el que nos hallamos inmersos. Pero la transición hacia formas de vida más austeras, asentadas en conjuntos de actividades y en entornos compatibles con el cuidado de nuestros cuerpos y del planeta que tenemos, exige la posibilidad efectiva de definirlas y tirarlas hacia adelante.

En una entrevista reciente, Yayo Herrero lamentaba, con toda la razón, el suicida cálculo electoral a cortísimo plazo que exhiben fuerzas políticas dichas de izquierdas que, pese a ser profundamente conocedoras de la urgencia de una transición eco-social hacia nuevos modelos socioeconómicos, siguen optando por silenciar la cuestión a un electorado supuestamente poco preparado para oír que es preciso reducir el tren de vida -o que conviene dejar de aspirar a estilos de vida que someten el metabolismo socio-natural a tensiones insoportables-. La pregunta que podemos hacernos en este punto es si estas mismas fuerzas políticas de izquierdas están optando también por dejar de luchar por los mecanismos institucionales -recursos incondicionalmente garantizados como la renta básica, sin ir más lejos- que, precisamente, permitirían que todo el mundo, sin exclusiones, se sintiera invitado a replantear las maneras que tenemos de producir, de reproducir la vida, de distribuir bienes materiales e inmateriales, etc. Volvamos a las “justificaciones dinámicas” de la renta básica que proponía Erik Olin Wright: el acceso incondicional a recursos ha de ser entendido como la oportunidad real para que todo el mundo, sin exclusiones, participe en una gestión democrática del decrecimiento inevitable y viva esta transformación como la gran ocasión para ir moldeando estilos de vida no solo más austeros, sino también -y, quizás, gracias a esta austeridad que nos ha de permitir soltar lastre- más ligados a nuestra creatividad, a nuestro deseo, a nuestra posibilidad de autorrealizarnos en el marco de actividades que podamos llevar a cabo más allá de lógicas estrictamente instrumentales.

Quizás así, situadas en este punto, enraizadas en la lucha por recursos incondicionales capaces de movilizar y hacer crecer relaciones e instituciones sociales más libres, estas fuerzas políticas de izquierdas podrían asociar la transición eco-social a un imaginario no tanto “de la renuncia”, sino “de la conquista” colectiva de vidas verdaderamente dignas de ser vividas. Y eso sí que puede ser fácilmente contado, comprendido y compartido.

Una renta para la transformación (eco)social

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Historia de un abandono institucional

Por:  Sarah Babiker

Luis, Cristian y Naty, doce meses en busca del derecho a la existencia.

Muchos llevan clamando un año en el desierto, llamando a teléfonos donde nadie contesta, mirando cartas que no entienden, mandando preguntas que vuelven sin respuesta. Los casos son todos diversos, pero la sensación de desconcierto, de ansiedad y de incertidumbre se parecen. Luis, Cristian y Naty aportan su propio balance de estos doce meses en busca del derecho a la existencia.

1) Prólogo: junio de 2020

Luis: Estábamos al tanto a través de los medios de comunicación. Usted se acordará que fue muy polémica esta nueva prestación, llegaron a comentar que esto iba a incentivar a más personas a estar cobrando y no querer trabajar, a vagos… Es lo único que se piensa ante una situación como esta. No se piensa que hay personas que somos familias, al igual que otras muchas, que tenemos dificultades económicas y que necesitamos, lógicamente, un sustento. Nosotros sí quisiéramos tener una nómina y un trabajo, y que todos los meses pudiéramos tener un dinero seguro, eso ante todo. Pero hay dificultades que nos lo impiden. Mire, nos pisotean, nos humillan, nos maltratan. Esto es así, yo lo he vivido. Estábamos cobrando la prestación por hijo a cargo. Pensamos que cuando se aprobara la prestación tanto mi madre como nosotros tendríamos derecho, que nuestra situación iba a mejorar, pero nos dimos con un muro en toda la frente cuando vimos que a nosotros no nos lo habían dado.

“Nosotros sí quisiéramos tener una nómina y un trabajo, y que todos los meses pudiéramos tener un dinero seguro, eso ante todo. Pero hay dificultades que nos lo impiden. Mire, nos pisotean, nos humillan, nos maltratan. Esto es así, yo lo he vivido”

Naty: Solicité el IMV en junio, a través de la página. No me contestaban y después me mandaron una carta diciendo que tenía que volver a mandar toda la documentación de nuevo. Ahí me lo aprobaron: un importe de algo más de 240 euros. Me aprobaron eso porque yo estaba cobrando un subsidio de 172 euros.

Cristian: Yo soy perceptor de la Renta Mínima de Inserción. Estuve cobrando 400 euros desde noviembre de 2019 hasta el 2020, todo bien hasta que llega el coronavirus. Yo veía las noticias sobre el IMV en el confinamiento, pero no supe más hasta el 19 de diciembre.

2) Introducción: las dudas

Luis: Estamos viviendo bajo el mismo techo que mi madre porque no hay otra solución, no podemos permitirnos un alquiler a precio de mercado. Siempre hemos intentando mejorar pero claro, está la dificultad de que ante todo no tenemos que olvidar que somos de etnia gitana, y eso dificulta el acceso a un puesto de trabajo. Se hace muy difícil el mantenerse ahí, te tienes que esforzar mucho y, generalmente, en el 90% de los casos, optas a trabajos basura, ETT y demás. Nos dijeron que no iban a concedernos la IMV por ser dos unidades familiares conviviendo: “Usted tiene que pedirla colectivamente, toda su unidad familiar”, pero mire, que estamos conviviendo así porque no se puede de otra manera, pero mi madre tiene su vida, tiene sus hijos, y yo tengo los míos. Me puse yo de titular, nos ponemos todos los convivientes, no nos queda otra. Nos ayuda una persona que gracias a ella lo pude presentar porque nosotros no sabíamos cómo podíamos presentar eso, hacer 200.000 millones de fotocopias y 200.000 cosas que no teníamos ni puñetera idea. Porque no hay nadie que te ayude. Lo solicitamos y estábamos esperando. Era julio, ya calculamos que la contestación o la respuesta iba a venir entre diciembre o enero.

Naty: Yo tengo dudas, si consigo un trabajo por quince días en horario de mañana me puedo organizar de pagar 100 o 200 euros a alguien que me lleve al niño al cole y yo le recojo, al ser un trabajo de ETT, ¿cómo hago? ¿Me lo quitan al mes siguiente? ¿Recupero la ayuda? ¿Cuánto tardan en dármela? Eso tampoco lo han explicado. Llamas a la Seguridad Social y no te contestan nunca, en el teléfono que tiene de atención te puedes quedar horas, que me ha pasado.

Cristian: Yo solo bajo una vez a la semana, tengo un trastorno obsesivo compulsivo que me hace estar en casa por la ansiedad, pero bajo a tirar la basura. Veo un día el correo y me encuentro con una especie de acuse de recibo: yo en ese momento no me imaginaba nada. Me dicen que tengo siete días, así que fui a correos a recoger la carta.

3. Nudo: la carta

Cristian: Cuando vi la carta se me cayó el mundo encima. En ese momento casi me desmayo: me habían suspendido la renta mínima cautelarmente durante tres meses por no haber solicitado en junio el Ingreso Mínimo Vital, que es una obligación —yo no sabía nada— de los perceptores de RMI. No me comunicaron nada. El 21 o 22 de diciembre solicité el IMV con la ayuda de una trabajadora social. Tengo mucha ansiedad en ese momento. Me dicen los trabajadores sociales que tengo que mandar una carta certificada con la copia de que había solicitado el IMV. Eso dice. Pero aquí viene un poco la trampa: me requieren también la notificación de aprobado o denegado del IMV. Pues bien, tengo que esperar seis meses, por no decir diez, para mandarles este documento.

“Cuando vi la carta se me cayó el mundo encima. En ese momento casi me desmayo: me habían suspendido la renta mínima cautelarmente durante tres meses por no haber solicitado en junio el Ingreso Mínimo Vital, que es una obligación —yo no sabía nada— de los perceptores de RMI”

Luis: Estábamos esperando a que nos dieran una respuesta cuando un día nos llegó una carta al buzón, no vino certificada ni nada, me la dio mi madre. Me leí la carta, estábamos alucinados. En la carta decía que nos lo habían concedido de oficio el IMV. Esta no puede ser el que hemos cursado pero por otro lado cómo puede ser que esta carta diga que nos la han concedido de oficio cuando nos han dicho a bombo y platillo que no nos lo iban a conceder. Le digo a la persona que nos ayuda: tendremos que notificarlo a la Seguridad Social para que desestimen la otra solicitud que hemos cursado, y él me dice que no me preocupe que no pasa nada, que eso ya lo saben ellos. Fíjese usted, entró al final también la solicitud esta que habíamos cursado y la aprobaron. Esto nos ha causado millones de problemas.

Naty: Se me ha terminado el subsidio que percibía cuando pedí el IMV. Cobro este mes que viene y no cobro más. He mandado una carta con un mes de antelación para avisar que el mes que viene es el último mes que cobro, he mandado el papel del paro donde dice que ya no tengo ningún tipo de ayuda por parte del SEPE, he mandado la declaración de la renta. La contestación ha sido que nada, que hasta el año que viene no se actualiza. Ahora el ingreso mío sería en total de 300 euros que tengo de manutención por el padre de mi hijo y algo más de 200 de IMV, que es lo que me han concedido. Con eso se supone que tengo que pagar 360 de alquiler, comprar la comida, cubrir los gastos del niño…

3. Desenlace: el laberinto

Luis: En enero dejamos de cobrar el IMV que nos habían dado de oficio porque nos habían aprobado la solicitud que habíamos cursado, por una cantidad inferior porque contaban los ingresos de mi madre. Primero cobrábamos 800 euros, pero con el cambio nos había bajado a 450 euros. Por teléfono nos dicen que la prestación que nos dieron de oficio fue una equivocación, que ahora tenemos lo que nos corresponde. En el mes de marzo cobramos los 450, pero en el mes de abril fuimos al banco y había 64 euros. Esto da miedo. Llamamos a la Seguridad Social y nos dicen que es que tenemos que devolver lo que nos habían concedido por error. En la carta no decían nada de ello. Según dice la señora por teléfono, podemos estar contentos, qué cosa tan absurda: este mes no hemos podido ni hacer compra ni hacer nada, nos hemos tenido que buscar la vida como hemos podido, ir sobreviviendo día a día. Yo no quiero eso para nadie.

Cristian: Desde diciembre estoy sin ingresos, vivo en un piso del IVIMA que heredé por parte de mi padre. Pago 60 euros, pero claro, mis hermanos tienen su vida, mi madre tiene una discapacidad del 85%, a mí hace poco me han diagnosticado un trastorno depresivo mayor, y esta situación me ha llevado incluso a plantearme el suicidio: con 35 años por 400 euros de mierda. Si no fuese por mis hermanos, estaría en la calle. Todo esto me creó una crisis fatal, una ansiedad impresionante. Han tenido que venir mis hermanos a amenazarme o dejarme el dinero en el portal para pagar las facturas. Yo prefería quitarme la vida a coger un euro siquiera. Me extendieron unos cheques gracias a servicios sociales para el Carrefour para poder por lo menos comprar comida, pero claro, si no llega a ser por mis hermanos, esa comida no la puedo tener ni en la nevera: me hubieran cortado la luz. Tú puedes tener comida, pero sin luz y sin agua, ya ves cómo cocinas o de qué te sirve esa comida.

Naty: Yo no tengo quien me ayude, el padre del niño trabaja, tiene dos fines de semana al mes que le toca con él, el resto del tiempo estoy yo sola con el niño, los trabajos que consigo son horarios muy complicados para combinarlos con un niño, el único trabajo que puedo encontrar es limpiando por horas en casas. En una fábrica entras a las 6, sales a las 14, tienes horarios que son rotativos, una semana de mañana, una semana de tarde, una semana de noche. Y claro, para mí es imposible, tampoco puedo pagar una persona, ganar 1.200 euros para pagar a una persona 600 y me cuide al niño. Me quedo igual.

 4. A modo de cierre

Naty: A mí me están ayudando y yo lo agradezco, me dan doscientos y pico o lo que me toque, me parece muy bien, pero claro, yo necesito trabajar, si no hay un sistema en el que haya empresas compatibles con horarios de los padres y madres, es el pez que se muerde la cola. Ahora mismo yo digo: me sale un trabajo, pero si a la semana me van a echar, me da miedo coger el trabajo, porque me quedo sin una cosa y sin la otra. Entonces, ¿qué voy a hacer? ¿Pasar hambre con mi hijo? Prefiero que cojan este dinero y me digan: vamos a hacer una empresa con un horario que las madres puedan compaginar con los horarios de sus hijos. Prefiero mil veces eso a que me den doscientos y pico euros y no tener una estabilidad económica, porque al final no la tengo, ¿entiendes? Solo sobrevivo.

“Ahora mismo yo digo: me sale un trabajo, pero si a la semana me van a echar, me da miedo coger el trabajo, porque me quedo sin una cosa y sin la otra. Entonces, ¿qué voy a hacer? ¿Pasar hambre con mi hijo?”

Cristian: Lo que miles de personas denunciamos en este aspecto es la trampa burocrática en la cual nos han metido, pasándose la pelota de unos a otros para ahorrarse unos euros con las rentas mínimas de inserción. Es una injusticia porque es un derecho. Yo cuando hablo con otras personas les digo, ¿qué harías tú en mi caso? Yo lo único que quiero es tener lo mínimo para pagar alquiler, luz, agua y comer, y ya está, aunque fuesen 300 euros. Espero que nunca nadie cometa una locura, pero esto es muy grave, estamos hablando de vidas humanas, de gente que se ve en la desesperación.

Luis: Yo a una persona no le puedo decir que le voy a dar algo que le va a hundir la vida, que le va a poner en una situación mucho más compleja de la que tenía. Se habla de las colas del hambre, todas esas personas están ahí por un objetivo. Lo que sucede es que, quizás, sí que tienen para comer ese día, pero tienen que estar utilizando el dinero para otras cosas, o para comer mañana, o para dárselo a sus hijos, o para comprarles unos zapatos, o un cuaderno. Las personas que no tenemos una nómina no tenemos un ingreso fijo porque no tenemos un trabajo, dependemos lógicamente de nuestros gobiernos y de nuestro país: el debate no es dar algo, lo damos y luego ya vemos cómo lo arreglamos. No se puede hacer eso, hay que hacerlo bien, para que las personas no se pierdan en una laguna en la que no hay forma de encontrar salida.

Fuente e imagen: https://www.elsaltodiario.com/renta-basica/historia-de-un-abandono-institucional

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