Teresa Freixes: Se deben cambiar las leyes para que internet sea un derecho universal (Audio)

Toda una vida dedicada al estudio de las leyes, Teresa Freixes Sanjuán es una de las figuras más representativas del ámbito jurídico español y europeo. En su andar profesional, destaca una prolífica carrera que además de estar orientada a la investigación del Derecho Constitucional Europeo, los derechos fundamentales y la igualdad en el constitucionalismo multinivel, ha producido más de una docena de libros y cien artículos en revistas del campo constitucional y legal; además de emblemáticos reconocimientos como el de Mujer Europea por su contribución a la construcción jurídica de la Unión Europea, y el reconocimiento como Miembro de número de la Real Academia Europea de Doctores, en donde actualmente ejerce el cargo de vicepresidente, entre otros.

Como si fuera poco, hoy se embarca en una nueva aventura. Junto a un grupo de intelectuales españoles, Freixes propone un cambio en los sistemas legales de Europa y el mundo: Internet libre, el acceso a este recurso, como un derecho de todos. Para la también catedrática Jean Monnet ad personam, cátedra universitaria otorgada por la Comisión Europea, esta es una vía necesaria para garantizar la igualdad de oportunidades, lo que se ha vuelto aún más tangible en crisis como la del Covid-19.

En una entrevista para AIKA Educación, la renombrada jurista reflexiona sobre este derecho que separa a niños y generaciones con recursos de quienes no los tienen, amplia la pobreza, generando más vallas para las poblaciones más excluidas. Freixes Sanjuán lanza así el movimiento por la universalidad del internet y resalta la importancia de acompañar esta cruzada con una adecuada alfabetización mediática, porque la disminución de la brecha digital significa para la jurista la reducción de la brecha cognitiva y eso pasa por impartir una mejor formación ciudadana para que todas las personas sean ciudadanos críticos e informados.

Escuche la entrevista en nuestro podcast.

Teresa Freixes nos habla sobre el movimiento de «Internet como derecho universal»
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De los usos disruptivos a la infraestructura feminista autónoma

¿Podemos usar los medios de comunicación (analógicos, electrónicos, o digitales) para “hacer la revolución” y emanciparnos? En pleno siglo XX Hans-Magnus Enzensberger (1970) y Jean Baudrillard (1972) discutieron sobre esa cuestión. Enzensberger, pensando principalmente en los medios electrónicos, creía que no, que los medios pertenecían a unas pocas personas, que operaban bajo una lógica unidireccional, y que tenían inscrita una lógica capitalista excluyente. Baudrillard, por el contrario, creía que los medios de comunicación eran un canal útil para unir a productores y consumidores.

Las radios comunitarias nos enseñaron que era posible, aun con una infraestructura de una vía, sumergirse en una serie de estrategias participativas que permitieran superar las limitaciones tecnológicas propias del medio. Hoy podríamos pensar en esa discusión está saldada: Internet nos permite establecer conversaciones múltiples, desde diferentes lugares y a la vez, colectivas, multidireccionales. En primera instancia podríamos pensar en un rasgo democratizador que nos abrieron la web participativa, las redes sociales, los teléfonos celulares, las computadoras que van abaratándose (con sus impactos ecológicos incluidos, claro), etc. Tenemos la posibilidad de ampliar la esfera pública y participar en ella, instalar nuestros temas, interactuar con cientos de personas, u organizarnos en red. Hoy tenemos que pensar como esa discusión entre Enzensberger y Baudrillardse se traslada a este nuevo sistema de medios.

Sin duda alguna, también para algunas las mujeres, Internet ha significado una gran oportunidad que podemos identificar de manera más tangible en nuestra vida cotidiana: acceso a la cultura, a la posibilidad de generar y fortalecer redes e intercambios de experiencias, de impulsar campañas de defensa de derechos, apoyarnos y acompañarnos, construir identidades diversas, la posibilidad de organizarnos e impulsar nuestras agendas, etc.

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Además podemos (¡y debemos!) impulsar los usos disruptivos en las plataformas. Pero si esas plataformas están diseñadas, administradas y gestionadas por los grandes capitales mundiales concentrados; si están diseñadas, gestionadas y administradas por hombres heterosexuales; si están vigiladas por gobiernos y empresas; si proponen un modelo de acumulación infinita de datos para diseñar su modelo de negocio y que implica un alto impacto sobre nuestra privacidad y sobre el medio ambiente; si propone un modelo fetichista de consumo crónico de dispositivos; si anteponen el interés de lucro por sobre los derechos humanos; pues, creo que esa disrupción tiene un límite. Porque mientras siga siendo lucrativa y no genere demasiada incomodidad (¡ay dios nos permita ver sangre menstrual en Instagram!), un grado prácticas disruptivas son admisibles y hasta deseadas con tal de generar tendencias y tráfico.

Aunque la red no es solo hardware nos dice Sadie Plant (1995). La componen los datos, nuestros cuerpos y emociones, nuestras relaciones e intercambios. Pero la red también es hardware. Por eso, si “[l]as luchas feministas contemporáneas incluyen diversos (…) esfuerzos por comprender y abordar las diferentes dinámicas configuran la era de Internet, y sus dimensiones de género” (Youngs, 2006: 192), la lucha por la infraestructura debe ser parte de nuestra emancipación.

Pero entonces, ¿a qué nos referimos con infraestructura? Hace nos meses nos reunimos un grupo de personas para pensar juntas y debatir sobre la necesidad de contar con un soporte físico para nuestro activismo. Infraestructura, esa “estructura que está por debajo” de nuestras prácticas, puede ser entendida como toda esa dimensión técnica que hace posible nuestro activismo. Son nuestros aparatos, nuestras máquinas y el código que posibilita nuestra interacción con ellas: desde nuestros teléfonos celulares y antenas, hasta las radios, las servidoras y su software; los dispositivos de almacenamiento donde guardamos las fotos que conforman parte de nuestra memoria histórica, hasta las listas de correo que nos permiten articularnos y compartir en red. También lo son esas redes que construimos, el sentirnos parte de un movimiento que comparte una idea de futuro y encontrar contención y una mano amiga.

Pero pongamos el foco en las máquinas. Esas máquinas que Spideralex propone que volvamos a querer. Y ojo, que hablar de las máquinas no significa exclusivamente centrarnos en discusiones sobre bits, capacitores y protocolos. También tenemos que hablar de “los costes psicológicos, sociales, políticos, ecológicos y económicos de estas tecnologías” (Hache, 2018:21). Queremos redes realmente distribuidas para compartir y organizarnos horizontalmente; queremos servidoras en donde nuestras memorias puedan descansar tranquilas, sabiendo que la transgresión no es una amenaza para sus administradores sino una posibilidad de imaginarnos de nuevas maneras; queremos consensuar las reglas de uso de nuestras redes de telefonía; queremos radios comunitarias que hablen y nos hablen de lo que nos pasa; queremos ser nosotras quienes digitemos los designios técnicos de nuestros movimiento, de una manera que reconozca y respete todas las dimensiones de nuestras vidas.

Comenzarán siendo precarias, quizás, o difíciles de sostener, probablemente. Pero serán nuestras, de todas. Las ganas de trabajar y la capacidad de esfuerzo los tenemos, el hambre de libertad y autonomía, también. Nos lo enseñaron quienes vinieron antes que nosotras, lo aprendimos junto a las demás.

Fuente: https://radioslibres.net/de-los-usos-disruptivos-a-la-infraestructura-feminista-autonoma/

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