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Pensar el mundo para transformar la escuela

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  • Educar por el futuro es un proyecto que está dando sus primeros pasos. Una iniciativa que pretende hacer pensar y crear en relación a la emergencia climática. Con esta premisa, centros de primaria, secundaria y adultos de la Comunitat Valenciana están trabajando en participación y creatividad para generar nuevos mundos posibles.

La ubicación del centro educativo obliga al desplazamiento de personas desde diferentes puntos geográficos. Tal vez una buena idea para evitar el impacto ambiental de tanto viaje es que el centro tenga diferentes sedes y así se minimicen. O que cuente con un servicio de préstamo de bicicletas entre el estudiantado para que no se usen medios de transporte contaminantes.

Estas son solo algunas de las ideas que estudiantes de diferentes niveles han podido «inventar» cuando se les ha enfrentado con la necesidad de buscar soluciones a dilemas posibles. Una búsqueda que forma parte del proyecto Educar por el futuro que se está desarrollando durante estos primeros meses de curso y hasta mediados de febrero en diferentes centros de la Comunitat Valenciana dentro de la red Planea.

Un proyecto casi relámpago. Comenzó en octubre y casi cierra sus actividades este mes de diciembre. Todavía quedarán algunas últimas citas en los primeros meses de 2022, pero el trabajo «gordo» ya estará hecho para entonces.

Educar por el futuro, una iniciativa de la Red Planea que se ha estado desarrollando en la Comunitat Valenciana de la mano del Consorci de Museos y de Permea, trata de hacer reflexionar a los claustros y al alumnado sobre la emergencia climática para, desde ese lugar, imaginar futuros posibles; futuros utópicos en los que poder habitar con una mayor armonía con el entorno. Y desde ese pensar futuros positivos posibles, intentar transformar el entorno de los centros educativos y la relación entre ambos.

«El material se plantea como un explosivo que dejas en el centro». Así lo ve Coloma Mestre. Es profesora en el centro de formación de personas adultas Vicent Ventura, en Valencia. Es uno de los que desde hace unos meses se ha embarcado en este proyecto.

Ese explosivo que llega al centro ha sido diseñado por Audrey Lingstuyl y Michael Urrea, diseñadores y expertos en comuncación. Y lo han diseñado para que se utilice en diferentes fases. Como explica Coloma, en la primera hay una serie de «cartas», como si fuera una baraja. En cada una de ellas hay un texto sobre el que el alumnado tiene que realizar una reflexión; por ejemplo, imanginar un mundo en el que no hubiera humanos, o pensar en los millones de microorganismos que habitan en nuestro cuerpo.

La segunda, cuenta Teresa Rodríguez Maturana, profesora de otro centro de personas adultas, el Giner de los Ríos, en Alicante, tiene que ver con que cada estudiante ha de escribir un relato sobre una base también fijada en una serie de tarjetas que le marcan un «futuro», un «reto» y una «cosa». «La idea es que pienses un futuro en le que tienes un reto que puedes solventar con una cosa», comenta la docente.

Ambos centros, como el resto de los que participan, llevan ritmos diferentes en el desarrollo. En el de Valencia, habían adelantado un poco más, mientras que en el de Alicante, todavía no se habían puesto a escribir del todo. Ambas docentes destacan lo interesante de esta fase de escritura, para fomentar la creatividad, por ejemplo. El objetivo, comentan, es que los futuros de los que hablen los relatos no sean distópicos, sino utópicos; dirigir esa creatividad hacia una acción de mejora y no que se quede en una parálisis provocada por la posibilidad de un futuro negro.

Una vez que se pase esta fase creativa, de redacción de relatos, vendrá el gran acuerdo de tranformación. Una propuesta de cambios posibles en los diferentes centros educativos que respondan a la crisis climática y, también, que modifiquen la relación que tienen cada uno de ellos con el entorno en el que se enmarcan.

El objetivo es que esta fase estuviera terminada en este mes de diciembre. Ambas docentes coinciden en que los tiempos con los que están trabajando son un poco escasos, que una transformación de centro se tarda un poco más en idearla. Aunque, en cualquier caso, están satisfechas con lo que han hecho hasta ahora y con el material del proyecto y ven como una posibilidad seguir desarrollando el proyecto en años venideros, de manera que pudiera ir creciendo.

Desde lugares alejados tienen visiones similares del trabajo que tienen entre manos. Como comenta Natxo Presencio del Diego, director del CFPA Giner de los Ríos, el proyecto del centro que dirige es ser un facilitador, un abridor de puertas para un alumnado que en buena medida viene rebotado de un sistema educativo que no ha podido o sabido darle respuesta o respaldo. Chavales que salieron de la educación en cuanto pudieron y que, pasado cierto tiempo, han vuelto, por ejemplo. Chavales y no tan chavales con historias de vida muy complejas que, principalmente, lo que necesitan es un título que les permita o trabajar o acceder a estudios de siguiente nivel.

«Cualquier estímulo que podamos darles será bienvenido», resume para explicar el porqué se ha metido en este berenjenal. Un motivo nada desdeñable al pensar que el centro tiene 25 docentes, de los cuales cuatro tienen destino definitivo (el resto se irá el próximo curso). Entre todos ellos, unos más que otros, gestionan, además de las materias y las clases, los módulos y los proyectos, toda la burocracia administrativa del centro (tienen a unas 1.400 personas inscritas). La formación de personas adultas no cuenta con la posibilidad de tener personal de administración.

«Intentamos que la gente que pasa por la escuela no lo haga solo con una manera finalista de sacarse un título, sino que la experiencia de estar aquí le aporte experiencias que normalmente, si no pasa por ahí, seguramente por su perfil, no tendría». Así lo entiende Coloma Mestre al hablar del trabajo que hacen desde los CFPA.

Se trata de una tipología de alumnado muy diferente a la que tiene Rosana Soler. Es profesora de filosofía del IES Barri del Carme, de Valencia. En su caso está trabajando casi en solitario, desde la asignatura de Valores Éticos con su alumnado de secundaria obligatoria. Está «encantada», dice, con elementos como el protagonismo que adquieren chicas y chicos, o el trabajo en grupo al que están obligados. Cree, eso sí, que es más fácil trabajar con 3º y 4º curso que con los dos primeros. «Los chavales entienden mejor, les gustra, están motivados y hacen algo fuera de lo normal», explica. «Los materiales artísticos dan otra perspectiva, obligan a situarse en otro lugar», comenta.

Una de las ventajas que tienen los centros de formación de personas adultas es que tienen un mayor margen de maniobra para moldear el currículo y hacer encajar el proyecto en el trabajo que hacen. Algo que para Rosana Soler es más complejo. Esta es la razón por la que ella está trabajando sola en el centro. Otros compañeros, explica, como los de dibujo, lo intentaron, pero no era fácil cuadrar el proyecto con la materia. Sin embargo, el temario de Valores es lo suficientemente amplio como para dar cabida a los temas y técnicas que el proyecto plantea.

En el caso de los CFPA ya habían trabajado y trabajan con las artes de una manera u otra: paseos literarios, cursos de escritura, teatro, música… En el caso del Vicent Ventura, comenta Coloma Mestre, además de la vertiente artística, en el curso pasado ya habían hecho un proyecto anual de sostenibilidad y, de esta forma, la propuesta de Educar por el futuro les encajaba perfectamente.

Para facilitar el proceso, que han de hacer en el centro las y los docentes en solitario con el alumnado, se han desarrollado diferentes reuniones telemáticas en las que han participado todos los centros educativos así como representantes de la red Planea y también las y los artistas que diseñaron los materiales de la caja.

En dichas reuniones los centros han expuesto sus diferentes avances y, además, han recibido formación e información de los siguientes pasos que debían ir siguiendo a lo largo del proyecto.

Allá por febrero o inicios de marzo habrá una reunión presencial en la que estarán las  los docentes de los centros participantes para hacer una puesta en común de los diferentes resultados, de los proyectos de transformación que se hayan acordado en colegios, institutos o centros de adultos. Habrá que ver la forma en la que dichos cambios llegan a materializarse después.

Creación del material

Audrey Lingstuyl y Michael Urrea han sido los encargados de diseñar los materiales que componen el kit que se ha enviado a los centros. Un “detonante”, lo llaman, para generar tiempos y espacios para que las y los chavales, en realidad, la comunidad educativa, pueda pensar, reflexionar sobre los retos que tenemos sobre la mesa en relación a la emergencia climática.

Audrey y Michael son los responsables Äther Studio, una empresa que se dedica, en buena medida, a temas de diseño y comunicación. Se han pasado más o menos un años trabajando en la construcción de los materiales del kit. Primero sobre la premisa de que sería utilizado por un solo centro; después, tras un cambio de planes, para que se utilizara en varios centros de formación de personas adultas. Por último, para que lo pudiera utilizar cualquier centro educativo. De hecho, asegura Audrey, se puede utilizar en contextos que vayan más allá de la educación.

En cualquier caso le han dado las vueltas suficientes al material como para que sea muy versátil y relativamente fácil de utilizar por parte de cualquier docente. Los hay de Filosofía o del ámbito comunicativo. También del científico.

Si algo han sacado en claro en este año de trabajo, así como en las diferentes sesiones que han tenido con el profesorado que ha participado o en las jornadas a las que han podido asistir in situ es que el alumnado demanda, de una manera u otra estos espacios de reflexión. No solo sobre temas ambientales, que también. En general destacan la necesidades de tiempos para hablar de asuntos que les preocupan y que han ido perdiendo en los centros educativos. Centros que, a base de cambios legislativos, también han perdido el peso de las materias relacionadas con la filosofía y el pensamiento.

En cualquier caso, Audrey y Michael se encuentran muy satisfechos. No solo por el trabajo que ellos mismos han desarrollado, sino por cómo se utiliza en cada uno de los centros que participa. Han tenido, hasta la fecha, tres sesiones formativas con los centros. Esa era la idea. Formarles en el uso de cada uno de los materiales. Pero tras la primera de esas reuniones, el resto se han convertido también en las sesiones en las que docentes de diferentes lugares y condiciones han podido intercambiar sus experiencias, saber qué ha funcionado y qué no, hablar sobre qué ideas más o menos locas han desarrollado las y los estudiantes en función de las propuestas.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/arteyeducacion/2021/12/12/pensar-el-mundo-para-transformar-la-escuela/
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La emergencia climática nos impone programar una desescalada económica

Fuentes: The conversation [Foto: Freeport, Bahamas, tras el paso de huracán Dorian en octubre de 2019. Shutterstock / Anya Douglas]

Tres décadas de resumir y comunicar la evidencia científica sobre el cambio climático de origen humano nos han dejado tres conclusiones:

– La primera es que seguimos sin hacer nada efectivo contra el origen del problema, la emisión de gases de efecto invernadero, que sigue subiendo y con ella las temperaturas.

– La segunda es que la escala temporal y espacial del fenómeno sigue confundiéndonos a todos. Todavía pensamos que estamos hablando del clima futuro y de que es algo global y lejano. Dicho de otro modo, no tenemos del todo claro que el cambio climático nos afecta aquí y ahora.

– La tercera conclusión es que todos los matices científicos, todo el lenguaje de probabilidades y escenarios de emisiones y clima no hace sino confundir y abrir espacio a debates estériles y a posponer decisiones ingratas. Por ello los científicos combinamos informes con manifiestos y somos cada vez más tajantes en nuestras afirmaciones sobre lo que ocurre con el clima y por qué ocurre.

Sin tiempo para soluciones lentas

El panel internacional de cambio climático acaba de sacar un nuevo informe (el AR6 del IPCC) que ha generado mucha expectación y ha merecido extensos análisis.

Con el informe en la mano podemos decir un par de cosas bien sencillas de entender: hemos perdido un tiempo precioso para cambiar progresivamente a otra economía menos dependiente de la energía, en general, y del petróleo, en particular, que la actual, y tenemos que reducir nuestras emisiones como mínimo a la mitad en diez años para no entrar en escenarios climáticos realmente apocalípticos. Aunque aún estamos a tiempo y todavía están a nuestro alcance muchas opciones, nos estamos quedando sin tiempo para lo gradual y para adoptar medidas por consenso.

Estas dos cosas, sencillas y contundentes, están ortogonalmente contrapuestas a la estrategia que la mayoría de los países están planteando para salir de la crisis provocada por la covid-19. Suponen incluso una confrontación directa a nuestros deseos más íntimos de recobrar una cierta normalidad tras la pandemia.

El sexto informe del IPCC no deja margen para la duda. No se trata de especulaciones ni ideologías sino de un compendio riguroso de la aplastante evidencia científica que señala a las toneladas de gases de efecto invernadero emitidas a la atmósfera durante el último siglo como responsables de las sofocantes temperaturas de casi 50 ℃ a más de 50⁰ de latitud norte en Canadá, de las inundaciones escalofriantes sufridas en Alemania, Bélgica y China, de la sequía extrema de Asia Central y de los incendios inextinguibles de Siberia, Grecia, Turquía e Italia.

Todo esto por mencionar apenas la meteorología de los meses del verano de 2021. Pero todos tenemos en mente las tormentas Gloria o Filomena, la temporada de huracanes o los incendios de Australia y California en el 2020, si nos remontamos apenas unos pocos meses más atrás.

Un camino tan incómodo como inevitable

Reducir la emisión de gases de efecto invernadero supone frenar el desarrollo económico, reorganizar y limitar la generación de energía, transformar completamente el transporte de mercancías y personas, reducir la agricultura y la ganadería intensivas, y reorganizar las ciudades empezando por el aislamiento de las viviendas y terminando por la gestión del tráfico y de los residuos. Son cosas que sabemos que hay que hacer, pero son justo las cosas que no estamos haciendo. O no a la velocidad adecuada al menos.

El Pacto Verde Europeo y la política agraria comunitaria distan de ser todo lo verdes que parecen ser y que necesitamos que sean.

Los fondos de recuperación y los planes de desarrollo económico de los países de nuestro entorno vuelven a apuntar a la forma tradicional de hacer dinero. Una forma que se apoya en la definición monetaria de felicidad, salud y bienestar humano. Y sabemos que esta forma de hacer dinero no nos trae felicidad, ni salud ni bienestar.

El modo de vida insostenible y contaminante al que vamos orientándonos no nos hace felices y los escenarios climáticos a los que ese modo de vida nos lleva nos enfermannos quitan literalmente el sueño y nos sumen en ansiedad, depresión o enfado. Si cambiar el clima no nos hace ni sanos ni felices, entonces ¿por qué afanarnos en dar la espalda a lo que propone la ciencia del clima?

Decrecer para reducir emisiones

En lugar de aceptar la evidencia científica y programar una desescalada económica que permita realmente reducir las emisiones de gases con efecto invernadero, nos proponemos una y otra vez hacer malabarismos socioeconómicos para conciliar desarrollo y sostenibilidad. Nos planteamos una agenda de objetivos de desarrollo sostenible que no estamos cumpliendo entre otros motivos porque está llena de contradicciones. Empezando por el propio concepto de desarrollo sostenible. Por este motivo están creciendo las voces de los que abogan por un decrecimiento, un término que asusta y escandaliza a propios y extraños, pero que resume con claridad lo que debemos hacer mientras no se nos ocurran malabarismos ambientales más eficaces.

Si recapacitamos bien, estamos transfiriendo al concepto de decrecimiento nuestro pánico, ancestral y justificado, a las recesiones económicas. Es una transferencia desafortunada porque son cosas bien distintas. Hacer resonar ambas cosas como algo parecido dificulta la adopción de medidas de mitigación climática. Una recesión sobreviene, un decrecimiento se programa. Por tanto, una recesión siempre tendrá más y peores efectos colaterales que un decrecimiento planeado.

El informe del IPCC asegura que sigue siendo matemáticamente posible no rebasar los 1,5 °C de calentamiento respecto a la era preindustrial. Pero para no rebasarlos no son suficientes las matemáticas, la física, la química y la biología. Hace falta la concurrencia rápida y eficaz de la economía, la política y la ciudadanía.

Estamos hablando de medidas difíciles de encajar por los políticos debido a su elevado coste electoral, por los ciudadanos por su notable esfuerzo de aplicación y por la economía porque supone, simple y llanamente, ponerlo todo patas arriba. Hay tecnología suficiente, pero el cuello de botella es su implementación real. No basta con tener soluciones tecnológicas, marcos jurídicos y estrategias políticas. Es imprescindible tener voluntad y capacidad de aplicar todo esto.

Cuando hablamos de reducir emisiones en serio, no podemos creernos que aumentando la eficiencia en el uso de la energía lo vamos a lograr. No olvidemos el efecto rebote o la paradoja de Jevons, según la cual el incremento de eficiencia da lugar a un aumento del consumo.

Podemos electrificar todos los coches y los edificios, podemos reorganizar el transporte público y favorecer el teletrabajo. Pero aun así no estaremos reduciendo emisiones lo suficiente. Pensemos en las imponentes emisiones asociadas a la agricultura convencional, a la aviación, a la generación y gestión de los residuos o a industrias como la del acero o del cemento. No hay más opción que reducir el consumo. Y lo mejor que podemos hacer es programarlo y acompañar las medidas con reconversiones profundas y con información, mucha información y diálogo social.

Si pensamos que mitigar el cambio climático es difícil y caro, recordemos, por ejemplo, el coste astronómico de los incendios de California en 2020, o que transitar por la senda óptima de emisiones le ahorrará a Homo sapiens 74 millones de fallecimientos para finales de este siglo y mejoraría significativamente la salud y el bienestar físico y mental de centenares de millones de personas en todo el mundo. ¿Hay algo más valioso que eso? ¿Realmente necesitamos más razones para poner en práctica los informes científicos sobre el cambio climático?

Fernando Valladares. Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)

Fuente: https://theconversation.com/la-emergencia-climatica-nos-impone-programar-una-desescalada-economica-166049

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Cambio Climático: Alto riesgo de inundaciones en las zonas de costa de los países más vulnerables

Por: Tercera Información

  • Alianza por la Solidaridad-AcionAid reclama más ayudas a los países más vulnerables afectados por el calentamiento global.

  • Nuevos estudios revelan la gravedad de la situación especialmente en zonas de costa del Caribe, África Occidental e India debido al aumento de mareas catastróficas.

  • Nigeria, Uganda y Etiopía acaban de sufrir grandes inundaciones.

Madrid, 02/08/2021.- Cada vez son más los estudios científicos que lanzan la voz de alarma sobre los graves impactos que tiene el cambio climático provocado por el ser humano sobre el planeta, afectando a millones de personas que no tienen medios para enfrentarse a catástrofes inesperadas para las que no están preparadas. Estos días, una reciente investigación alertaba de que cada vez son más las regiones de todo el mundo que estarán expuestas a inundaciones costeras relacionadas con el aumento del nivel del mar, Las zonas más afectadas serán los trópicos, además del noroeste de Estados Unidos, Escandinavia y el Oriente de Rusia. Otros científicos pronostican que en sólo 120 años, las comunidades costeras del mundo, que albergan ahora a 1.300 millones de personas, se verán inundadas de agua de mar.

De la línea costera mundial, que abarca unos 1,5 millones de kilómetros, un tercio está expuesto a las olas. África, por ejemplo, tiene la mayor longitud de costas arenosas, con pendientes costeras suaves. Nigeria, Uganda y Etiopía acaban de sufrir grandes inundaciones. Y lo mismo pasa en el Golfo de Bengala. Sólo en los últimos días, tras lo ocurrido en Centroeuropa (Alemania y Bélgica) y en China, ha habido inundaciones en Myanmar, donde sólo en una aldea ya ha habido 50 víctimas, y en India, con al menos 120 personas muertas.

Está claro que estas catástrofes naturales generan millones de desplazamientos humanos a los que no podemos poner freno con vallas y muros, mientras se reducen o prácticamente son inexistentes los fondos internacionales para que las poblaciones más vulnerables a la emergencia climática palíen los daños sufridos y se preparen para mitigar y adaptarse a los que están por venir”, señala Almudena Moreno de Alianza por la Solidaridad-ActionAid.

Los resultados de estas últimas investigaciones, que culpan de las inundaciones costeras al aumento del nivel del mar, indican que las grandes mareas aumentarán hasta 50 veces más que en la actualidad para finales de siglo. Sin embargo, esto ya será perceptible a mediados de siglo en cualquier escenario climático.

El peligro de inundación en países como Bangladesh amenaza al 40% de campos agrícolas. De hecho, los residentes de las áreas costeras están ya experimentando frecuentes inundaciones por el aumento de los océanos y se están adaptando sus actividades a la nueva normalidad, cambiando campos de arroz por granjas de acuicultura.

La ONG española ha visto incrementar, en los últimos años, los recursos que tiene que destinar a emergencias humanitarias para paliar estos impactos climáticos en países tanto del Caribe, África y Asia.

Alianza por la Solidaridad-ActionAid alerta del impacto del calentamiento global en las migraciones y desplazamientos humanos forzosos relacionadas con el clima y con un empeoramiento de las condiciones de vida en origen y la falta de medios. En este sentido es necesario que aumenten las ayudas a los países más vulnerables afectados. Esto debe ser un tema prioritario a abordar en la próxima Cumbre del Clima, COP 26, que se celebrará el próximo otoño en Glasgow.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/internacional/02/08/2021/cambio-climatico-alto-riesgo-de-inundaciones-en-las-zonas-de-costa-de-los-paises-mas-vulnerables/

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Europa: Acciones artísticas en 10 países europeos denuncian el marketing engañoso y las presiones de la industria del gas fósil

Activistas ambientales denuncian que los intentos de Iberdrola, Repsol y Naturgy por hacer un lavado de cara del gas fósil son incompatibles con las acciones necesarias ante la emergencia climática.


Más de una docena de ciudades europeas (Madrid y Barcelona, entre ellas) se han despertado hoy con cientos de anuncios en sus paradas de autobús que denuncian a, entre otras empresas, Iberdrola, Repsol y Naturgy por su marketing engañoso y las actividades de presión política que realizan en torno al gas fósil. Estas instalaciones artísticas muestran anuncios y eslóganes de empresas muy conocidas que han sido retocados por jóvenes activistas para exponer la magnitud de la campaña de desinformación de la industria del gas fósil que intenta engañar al público con sus afirmaciones de compromiso con un futuro bajo en carbono.

«Con esto, queremos que todo el mundo conozca los esfuerzos de desinformación que grupos de presión del gas fósil como Iberdrola, Repsol o Naturgy están realizando. Queremos que la gente –y los políticos– sean conscientes de que no existe el gas limpio, que el gas es básicamente metano, un gas de efecto invernadero, ¡y además lo venden como una solución climática! Tratan a la gente de forma ingenua, pensando que entrará al trapo de su hábil marketing. Pues bien, se equivocan», ha señalado Gloria Martínez, una de las activistas locales.

Ecologistas en Acción se hace eco de la campaña coordinada por la red Gastivist con presencia en nueve países y está teniendo lugar en ciudades como Amiens, Ámsterdam, Barcelona, Berlín, Bruselas, Budapest, Dublín, Gante, Kiel, Madrid, Milán, Turín y Roma. Se puede comprobar el impacto que estas instalaciones artísticas están teniendo en redes sociales a través de las etiquetas #CleanGasIsADirtyLie y #LaVerdadDelGas.

Existen abrumadoras razones científicas para dejar de considerar el gas fósil como una opción válida para cubrir las necesidades energéticas de la población, ya que se trata de un combustible muy contaminante: solo en Europa ya es responsable de más emisiones de CO2 que el carbón. La producción, el transporte y el uso del gas fósil también están inevitablemente ligados a las peligrosas y muy poco conocidas fugas de metano, un gas de efecto invernadero responsable de casi el 25 % del calentamiento global en la actualidad. Por tanto, luchar contra el gas fósil es imprescindible en cualquier acción que aborde la emergencia climática.

“En toda Europa y en el mundo, la industria del gas fósil está gastando millones de euros en vender la idea de que el ‘gas natural’ es imprescindible para una transición energética limpia y ecológica y, por desgracia, los políticos, los responsables de la toma de decisiones están cayendo en este engaño. Pero es un combustible fósil peligroso, tan ‘natural’ como el carbón o el petróleo e igual de malo para nuestro clima», ha advertido Kevin Buckland, del colectivo de Gastivists.

“El Estado español es el principal importador de gas procedente de fracking de toda la UE. Además, es el país de toda Europa donde más aumentó el precio del gas entre los años 2009-2019, más de un 53 %, con un impacto altísimo en las economías de los hogares y en los niveles de pobreza energética”, apunta Sagrario Monedero, de Ecologistas en Acción.

«El gas fósil no es más que un rescate de la industria petrolera de siempre. No cumple con la reducción de las emisiones y, desde luego, no cumplirá con ningún tipo de transición justa para los trabajadores. Necesitamos una transición hacia fuentes de energía renovables descentralizadas, en lugar de una transición hacia otro combustible fósil», ha afirmado João Camargo, de Climaximo en Portugal.

Fuente e imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/actualidad/01/04/2021/acciones-artisticas-en-10-paises-europeos-denuncian-el-marketing-enganoso-y-las-presiones-de-la-industria-del-gas-fosil/

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Los gobiernos condenan el planeta a un calentamiento global de catastróficas consecuencias

Por: Tercera Información

  • Según el informe de síntesis de Naciones Unidas, la suma de los compromisos presentados para cumplir el Acuerdo de París supone una reducción de tan solo un 1 % de las emisiones en 2030, lo que implicará asumir un calentamiento global muy superior a los 2ºC con catastróficas consecuencias.

  • En plena tramitación de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, Ecologistas en Acción hace un llamamiento al sentido común. La emergencia climática y las indicaciones científicas son incontestables y deberían ser el centro de la toma de decisiones.

El endeble Acuerdo de París (AP) establece que el único mecanismo para limitar el calentamiento global son los compromisos individuales de los países, comunicados en la forma de un documento conocido como NDCs (compromisos determinados nacionales, por sus siglas en inglés). En este camino de París, todos los países firmantes del acuerdo debían de comunicar antes del 31 de diciembre cuáles eran esos compromisos, una comunicación que solo han hecho a tiempo 75 países que apenas representan el 30 % de las emisiones globales. La suma de estas reducciones de gases de efecto invernadero ha sido evaluada a través de un informe de síntesis recientemente publicado, y que muestra con contundencia lo lejos que está la comunidad internacional de cumplir el objetivo del AP de “limitar el incremento de la temperatura global muy por debajo de 2 ºC y perseguir esfuerzos para mantenerlo en 1,5 ºC”.

Por tanto, la insuficiente ambición de los países implica para Ecologistas en Acción la condena a un calentamiento global de consecuencias catastróficas. La falta de voluntad e incapacidad de cumplir con las indicaciones científicas de los países vulnera el Acuerdo de París y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que, como la propia comunidad internacional ha manifestado en numerosas ocasiones, no enfrentar la emergencia climática se traducirá en mayores hambrunas, desplazamientos, pérdidas de ecosistemas y de vidas, entre otras muchas consecuencias.

Ecologistas en Acción considera inadmisible que, tras más de cinco años desde la adopción del AP, la suma de los compromisos presentados según las propias conclusiones de Naciones Unidas represente tan solo una reducción del 1 % de las emisiones en 2030 respecto a los niveles de 2010. El IPCC ha sido claro en establecer que esa reducción global para el año 2030 deberían ser de al menos el 45 % para tener poco más de la mitad de las posibilidades de ser capaces de limitar el incremento de la temperatura global en 1,5 ºC.

En plena tramitación de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética en el Congreso de los Diputados, la organización ecologista hace un llamamiento a la responsabilidad de proteger el interés general. La península ibérica es de las más vulnerables al cambio climático. Está en riesgo no solo la rica biodiversidad que tiene la región, sino también elementos identitarios tan importantes como los olivos o las vides. La ley, al igual que los compromisos internacionales, está lejos de la altura de los compromisos climáticos. Solo hace falta comparar cómo se plantea una reducción de sólo el 23 % de las emisiones para 2030 frente al 55 % que sería el mínimo necesario. Una de las razones por la que Ecologistas en Acción, Greenpeace e Intermon Oxfam han interpuesto un contencioso judicial por la inacción del Estado español en esta lucha climáticas.

La normativa climática marco llega con más de una década de retraso, un déficit que debería solucionarse inmediatamente. Todavía existe una ventana de oportunidad para hacer un llamamiento al sentido común, a dejar de convertir esta importante pieza legislativa en una nueva batalla política. La emergencia climática y las indicaciones científicas son incontestables, y una respuesta política a la altura debería de saber escuchar y alcanzar un consenso global que garantice las medidas y herramientas necesarias para lograr la descarbonización de la economía antes de 2040. La dilación en la tramitación de la ley, la falta de una participación plena en el establecimiento de objetivos y las concesiones en las enmiendas transaccionales a la rebaja de los escasos compromisos son temeridades demasiado caras que aún se pueden revertir. Del mismo modo, sería una imprudencia dejar al impulso empresarial las medidas de transición ecológica necesarias. La falta de medidas de planificación vinculantes a nivel estatal o, aún peor, la actitud cómplice de algunas administraciones públicas regionales a los proyectos más impactantes que se tiñen de verde, son la constatación real de la falta de comprensión de la importancia de la emergencia ecológica actual.

La publicación del informe de síntesis es sin duda una mala noticia, que recuerda que, mientras el tiempo para actuar se agota rápidamente, las medidas planteadas son tibias y lentas. Ecologistas en Acción recuerda que para enfrentar la emergencia ecológica no hacen falta palabras que solo benefician el lavado verde de grandes empresas, sino hechos concretos. Es necesario asumir la imposibilidad de seguir manteniendo los consumos energéticos actuales y perpetuar el modelo de producción y consumo que ha llevado a la situación de emergencia ecológica. La organización ecologista señala, además, la imposibilidad de permanecer impasibles ante esta negligencia común a todos los gobiernos mundiales, que defrauda enormemente a los cientos de miles de personas que en 2019 exigieron medidas que nunca llegan.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/opinion/27/02/2021/los-gobiernos-condenan-el-planeta-a-un-calentamiento-global-de-catastroficas-consecuencias/

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Las siete mentiras que las empresas usan para blanquear su impacto en la emergencia climática

Fuente: Publico

Un informe reciente ahonda en la problemática de la falsa publicidad ecológica planteada por grandes multinacionales.

La lucha contra la emergencia climática compete a todas las partes de la sociedad. Con 2050 como fecha límite para alcanzar la descarbonización de la economía, los Gobiernos trabajan para conseguir reconvertir un sistema petrodependiente y sustentado en la extracción intensiva de recursos naturales cada vez más escasos. Las advertencias de la ciencia para disminuir el número de emisiones de CO2 y frenar el calentamiento del planeta, así como la cada vez mayor conciencia ecológica de la sociedad han puesto en la picota a parte del sector empresarial, que ve como su modelo productivo ha quedado en entredicho por sus impactos ambientales.

Desde compañías energéticas, hasta marcas de alimentación, pasando por equipos de fútbol. La realidad muestra que muchas de estas empresas empiezan a movilizar recursos para cambiar su imagen, algo que podría ser celebrado si no fuera porque muchas de las estrategias emprendidas se quedan en la superficie y no terminan de transformar la base productiva que contribuye a la crisis climática. Así lo evidencia un reciente informe de Greenpeace sobre el denominado greenwashing o lavado verde que muchas de las grandes multinacionales llevan a cabo. La publicación muestra la dificultad que conlleva para los consumidores conocer si realmente una empresa tiene un compromiso con la emergencia climática o no. Estos son los siete grandes pilares sobre los que se sustenta la propaganda verde de las grandes corporaciones:

Compromisos que no son vinculantes

Algunas de las multinacionales que más han contribuido a la emergencia climática se presentan ahora como líderes del cambio que la ciencia y los movimientos sociales llevan reclamando más de 30 años. Lo hacen en ventanas internacionales como las Cumbres del Clima, donde anuncian adhesiones a tratados y convenios internacionales en los que se comprometen a reducir su dependencia de los combustibles fósiles o a disminuir el uso de plásticos, entre otras cosas. Sin embargo, los «acuerdos voluntarios como el Pacto Mundial o los Principios para la Inversión Responsable (PRI) tienen serios problemas de credibilidad debido a las escasas garantías existentes sobre su aplicación», expone el informe del grupo ecologista.

Un ejemplo claro es el acuerdo firmado en la antesala de la Cumbre del Clima de 2019, cuando 87 grandes empresas y entidades bancarias se comprometían a vincular sus actividades económicas con el Acuerdo de París. Desde Nestlé, hasta Danone, pasando por algunos de los principales bancos españoles como BBVA o el Grupo Santander. Más allá de las buenas intenciones que pudieran tener los directivos, la rúbrica de este convenio no tenía ningún tipo de vinculación legal ni obligaba a los firmantes a su cumplimiento.

Desde Greenpeace señalan estas prácticas como el pilar central de la propaganda verde utilizada por las grandes empresas y, citando a la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), recuerdan que «la información ambiental por parte de los emisores o gabinetes de comunicación tiene que huir de lo comercial y buscar noticias que aporten valor a la sociedad».

Productos ‘bio’ y ‘eco’ de la otra punta del mundo

En informe de Greenpeace lanza una advertencia directa: las etiquetas mienten. Los supermercados están plagados de artículos con envases catalogados como bio o eco que, lejos de ser sostenibles, llevan consigo una mochila cargada de emisiones de gases de efecto invernadero. Aunque lo más popular es el caso de la alimentación, con fruta ecológica que han tenido que ser transportada desde el otro lado del Atlántico y llevando consigo una importante huella de carbono, existen otras formas más desconocidas de falso etiquetado ecológico.

Uno de ellos es el de los biocombustibles. «Llamar biodiésel a la mezcla entre diésel convencional y aceite de palma ha sido muy perjudicial para la lucha
contra el cambio climático a nivel global, pero también para la biodiversidad de los países productores, especialmente Indonesia. Si se tienen en cuenta todas las emisiones a lo largo de su ciclo de vida, la quema de biodiésel fabricado a
partir de aceite de palma emite tres veces más gases de efecto invernadero que el diésel convencional», exponen desde la organización ecologista, en referencia a la deforestación asociada a los cultivos intensivos de palma.

Incluso en el mundo del fútbol se pueden observar campañas engañosas de este tipo. Durante la víspera de la Cumbre del Clima de Madrid de 2019, el Real Madrid anunció que jugaría su partido de liga vestido de verde para mostrar su compromiso con el cambio climático. Se trató de un gesto tan simbólico como poco efectivo, ya que el club siguió –y sigue– desplazándose en avión todos los fines de semana, a pesar de que algunos de sus contrincantes se ubican en zonas a las que podrían acudir en tren o en ave, un transporte mucho menos contaminante.

Las finanzas verdes

La denominada transición ecológica o Green New Deal pasa, según el Acuerdo de París y el Pacto Verde Europeo, por el incentivo de las finanzas verdes. Este objetivo a veces se tergiversa desde algunos sectores económicos, que destinan pequeñas sumas de dinero a energías renovables o a infraestructuras verdes mientras siguen apostando a gran escala por la economía fósil del petróleo, el carbón o el gas. Greenpeace pone como el ejemplo los Principios de Banca Responsable firmados por cerca de 130 bancos internacionales, que se comprometían a poner sus actividades financieras en consonancia con la lucha climática y los Derechos Humanos. Pese a ello, muchas de estas entidades, según Bankrolling Extinction, han continuado invirtiendo en actividades que contribuyen al calentamiento del planeta con una inversión de 2,9 billones de dólares en el último año destinadas a deforestación, minería, petróleo o ganadería intensiva.

Reforestar para compensar la contaminación

La retórica de reforestar y generar masas boscosas que actúen como sumideros de carbono ha generado grandes expectativas y las grandes compañías lo saben. Muchas veces, ese papel regulador que se le otorga al sector de la silvicultura viene potenciado desde las propias instituciones públicas, en tanto que la Unión Europea se ha puesto como objetivo plantar 3.000 millones de árboles de cara a 2030.

Empresas con inversiones en combustibles fósiles como BBVA, Santander, compañías de alimentación que contribuyen a las emisiones asociadas a la ganadería intensiva como Campofrío, o el propio lobby del plástico, Ecoembes, han anunciado planes de reforestación, tal y como destaca la investigación de Greenpeace. Si bien es cierto que se trata de una iniciativa importante, la organización ecologista denuncia que, tanto la UE como las empresas, apuestan por un modelo de plantación que no tiene demasiada validez para mitigar la emergencia climática, ya que se tiende a optar por monocultivos en lugar de fomentar la reconstrucción natural de los ecosistemas. «No es lo mismo sembrar árboles que restaurar bosques», sostiene la organización, que denuncia que el destino final de estas iniciativa sea satisfacer el aumento de la demanda de pasta de papel para cartón y embalajes que ha traído consigo la era de las compras digitales.

Captura y almacenaje de CO2, ¿existe?

El tecno-optimismo es una de las tendencias más comunes en la lucha contra la crisis climática. Esto no es otra cosa que creer que obras de ingeniera podrán revertir la situación de emergencia en la que se ha adentrado la humanidad. Los métodos de Captura y Almacenamiento de Carbono (CCS, por sus siglas en inglés) son los más conocidos. Se trata de una tecnología poco desarrollada que tiene el propósito de recoger las emisiones de CO2 y guardarlas en depósitos subterráneos.

Algunas empresas están apostando por ello para demostrar su compromiso verde al mundo. Pese a todo, Greenpeace explica en su informe que se trata de un método poco efectivo ya que tan sólo hay 19 plantas de CCS en funcionamiento y entre todas han conseguido extraer únicamente 5 millones de toneladas de CO2. Según las Naciones Unidas (ONU), para que esta metodología tuviera algún efecto positivo se tendría que conseguir capturar un mínimo de 100 gigatoneladas de CO2. Se necesitarían, según el organismo internacional, 4.750 plantas para alcanzar un impacto positivo en la concentración de partículas atmosféricas. «Esta tecnología no puede ser considerada una solución que evite un cambio climático peligroso a corto y medio plazo», denuncia la organización verde.

Datos de emisiones trucados

Otra de las realidades comunes es la falta de datos coherentes sobre los índices de contaminación y emisiones de CO2 que las grandes compañías aportan. Tanto es así, que un estudio de la revista científica Science advertía en septiembre de 2020 que muchas de las las empresas tienden a no contabilizar las emisiones asociadas a la cadena de suministro, las cuales representan una media de una quinta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero globales.

De esta forma, muchas entidades financieras no revelan de manera pública el cómputo general de sus actividades económicas. Por poner algún ejemplo, determinados bancos pueden dar préstamos a empresas y no contabilizar el impacto que tienen esas inversiones en el medio ambiente. Lo mismo podría ocurrir con compañías de seguros que aseguran actividades como la extracción minera de carbón o la explotación de un yacimiento de petróleo.

¿Una producción 100% renovable?

«Producimos con energía 100% renovable»; «ilumina tu casa con electricidad sostenible»; «caliente su hogar de una forma eficiente y limpia». Muchas de estas afirmaciones están a la orden del día, se escuchan y se ven en banners de Internet, anuncios de televisión y radio o marquesinas publicitarias. Sin embargo, la energía puramente verde no es nada fácil de encontrar en España. Tanto es así que, en 2019, sólo el 39% de la electricidad generada en el Estado era de origen renovable.

Pese a ser un dato positivo, esta energía limpia que circula por las redes de transporte se distribuye mezclada con la de origen fósil. Es decir, es imposible que el mercado mayorista sirva energía 100% renovable. Sólo productores de renovables que ofrecen contratación bilateral, normalmente cooperativas como Som Energia, ofrecen un producto que se acerca a esa idea de Green New Deal.

Fuente: https://www.publico.es/sociedad/greenwashing-siete-mentiras-empresas-blanquear-impacto-emergencia-climatica.html

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Entrevista a Andreas Malm: «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia»

Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir.

Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma revolución?

A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

Dentro del mismo marco de reforma revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

Fuente: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/

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