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Ignorancia o educación, ese es el dilema

Por: Olmedo Beluche | 07 jul 2016 

 

Pese a todos los problemas que sufre nuestro sistema educativo, los padres panameños hacen un esfuerzo diario para que sus hijos asistan a la escuela.

¿Por qué lo hacen? Porque saben que la educación hace la diferencia entre acceder a una mejor calidad de vida y forma ciudadanos cabales. Porque la educación es sinónimo de mayor información y orientación razonada para la vida. La educación no es conocimiento muerto. Y confiamos en que el sistema y los educadores, pese a todas las debilidades, pueden darles esos conocimientos a nuestros hijos que nosotros no les podemos suplir en casa.

Si eso es así, para que nuestros hijos aprendan a sumar y restar, a escribir, cívica, historia o biología, ¿por qué no habría de serlo para la educación sexual científica, acorde con la edad y maduración del niño o adolescente?

¿Por qué algunas personas se escandalizan y lanzan anatemas cuando se habla de establecer programas de educación sexual en las escuelas públicas? ¿Incluso inventan mentiras, hablan de guías educativas basadas en poses sexuales, que los maestros enseñarán técnicas e incentivarán a los alumnos a tener sexo, a ser homosexuales, que los libros de texto serán ejemplares de Playboy?

¡Cuánta locura! ¿A quién se le puede ocurrir que el Ministerio de Educación va a organizar orgías en las escuelas? Es como si alguien se opusiera a que se enseñe química porque los maestros van a fabricar bombas en las aulas. Tanta vehemencia revela que las personas que así actúan, algunas de ellas vinculadas a ciertas iglesias, pero que no expresan la posición oficial de ellas, sienten un gran tabú sobre el sexo. Les da miedo hablar de sexo, y es probable que sientan vergüenza de su propia sexualidad.

Si esas personas se escandalizan con la sola mención de la palabra, me pregunto: ¿Cómo piensan asumir solos la educación sexual dentro de su hogar? Creo que tengo la respuesta: toda su educación sexual se reducirá a decir: “Como salgas preñada, ya verás” o “como lo hagas vas a arder en el infierno».

La prueba de que es una falacia el argumento de que la educación sexual solo deben darla los padres está en que hasta hoy ha sido así, ya que el tema está ausente de la educación formal, y ha fracasado. Lo dicen las estadísticas: una encuesta de la Defensoría del Pueblo revela que el 31.7% de las chicas y el 40.7% de los chicos panameños tuvo su primera experiencia sexual antes de los 15 años.

En 2012 hubo 15 mil 206 nacimientos de madres menores de 20 años, 4% de ellas entre 11 y 14 años de edad. En 2013 asistieron a control prenatal 17 mil 843 menores. Entre enero y febrero de 2015, del total de embarazadas que asistió a control, unas 5 mil 542 mujeres, el 31%, eran menores de entre 10 y 19 años de edad.

Esos que se niegan a la educación sexual como parte de la escolaridad, y que erróneamente creen que ellos, como padres, son los únicos que educan a sus hijos en ese tema, no se dan cuenta de que quien en verdad está educando a sus hijos en sexualidad son los medios de comunicación, las telenovelas, el internet y, lo que es peor, los amigos del barrio.

Cada quien es libre de profesar la fe que quiera creer. Lo que no es admisible desde la modernidad es que pretenda imponer sus criterios al conjunto de la sociedad por la vía de las políticas estatales. El Estado tiene el deber de proporcionar educación integral a la niñez y juventud en todos los ámbitos básicos para la vida.

Ya es hora de que ese precepto se cumpla para la educación sexual, un aspecto esencial para el desarrollo de una sociedad sana, libre de prejuicios, de mitos y tabúes, que lo único que han fomentado son ciudadanos traumatizados, cargados de falsas culpas e inseguros.

Fuente del Artículo:

http://impresa.prensa.com/opinion/Ignorancia-educacion-dilema-Olmedo-Beluche_0_4523547649.html

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Panamá: Los traumas infantiles de la República

Por Olmedo Beluche

Comentario al libro “El miedo a la modernidad en Panamá (1904-1930)”, de Patricia Pizzurno, publicado por editorial Portobelo.

No hay que ser psicoanalista para saber que las conmociones que sufrimos en la infancia nos marcan para toda la vida. Esto, que es cierto para las personas, también lo es para las naciones. Nuestra república nació de un hecho traumático y no tuvo una infancia feliz, según se constata al leer el último libro de la historiadora panameña, Patricia Pizzurno, titulado: El miedo a la modernidad en Panamá (1904-1930), publicado por editorial Portobelo.

Al cerrar la última página, solo pude concluir: “Cuán poco hemos cambiado”. Pizzurno, a veces de manera circunspecta, y otras, jocosa, sin pretender dictar cátedra, deja en claro algo que un historiador nunca puede perder de vista: la diferencia entre el discurso y la realidad, entre lo imaginado y lo realizado, entre lo que dicen las leyes y como se ejecutan.

En este ameno análisis sobre la infancia de Panamá, la autora compara el ideal liberal de modernización que pretendían los “padres fundadores” (como Porras, Andreve, Méndez Pereira, Duncan) y la  mediocre realidad en que se convirtió, llegando a ser apenas una “modernidad híbrida”.

Tómese en cuenta que en 1903, a pesar de  que se conmemoraban los 82 años de la independencia de España, Panamá estaba todavía bajo el signo de la vida colonial, y la mayoría de la población vivía  en zonas rurales aisladas, sumida en el analfabetismo, sin servicios de salud ni escuelas, bajo relaciones sociales semifeudales, en las que 72 latifundistas controlaban entre 6 y 8 millones de hectáreas.

Los conservadores, los próceres del 3 de Noviembre, como su nombre lo indica, no pretendían cambiar el panorama. Por eso, fueron rápidamente desplazados de la administración pública, pero no perdieron el poder del todo, menos el económico.

Fueron  los liberales quienes se propusieron un programa de transformaciones para impulsar el paso de la colonialidad feudal a la modernización capitalista. Pero el proyecto liberal estaba construido sobre los falsos pilares del positivismo, en boga en América Latina, para el que  todo lo europeo era ideal, y toda la causa de nuestros males era cultural, racial y hasta geográfica y climática.

Justo Arosemena, positivista por excelencia, consideraba que la población panameña era “apática por naturaleza”, al estar compuesta por “las tres razas más indolentes” (india, negra e hispana). De allí que la imaginario de la nación excluyera a indígenas y negros, aunque hizo de los hispanos azuerenses y su cultura el centro de la panameñidad. Algunos gobiernos incluso intentaron fomentar la migración europea para lograr el blanqueamiento de la población.

Los liberales, especialmente bajo los gobiernos de Porras, sentaron las bases institucionales del Estado moderno, pero solo a medio camino –nos recuerda Pizzurno–, porque –y este es el tema del libro– la clase dominante tuvo miedo de construir la modernidad que se proponía, por temor a las demandas sociales, económicas y políticas que las masas populares exigirían de acceder a educación, salud y a un régimen verdaderamente democrático.

Prefirieron mantener una república oligárquica y controlada entre primos.

De manera que el gran proyecto liberal se fue quedando a medio camino. La educación, principal vehículo de la “civilización” y la “modernidad” no llegó a todos, y cuando lo hizo fue en escuelas deficientes y maestros mal formados.

La democracia representativa y la separación de los poderes, se quedaron en el papel, pues siguió imperando el gamonalismo, el clientelismo y la compra de votos. El Estado era visto por las élites y sus políticos como la forma de acrecentar sus fortunas.

¡Cuán poco hemos cambiado, 100 años después!

Fuente: http://kaosenlared.net/panama-los-traumas-infantiles-de-la-republica/

Imagen tomada de: http://panamainfo.com/files/images/VAPOR_ANCON.jpg

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Elogio de la sultana

Con admiración de televidente, entusiasmo de sociólogo y fanatismo por la historia, confieso que he sido he sido cautivado por la telenovela turca llamada Muhtesen Yüsyil, que significa «El siglo magnífico», y que en Latinoamérica se ha conocido como El Sultán.  Soy parte de miles de personas que en Panamá han sido ganadas por esta teleserie, con quienes en reuniones familiares, tertulias espontáneas, incluso debates en las aulas, se arman apasionadas discusiones sobre la trama y los personajes de El Sultán.

 

Esta serie televisiva tiene como trasfondo los acontecimientos que hicieron la historia turca y europea del siglo XVI, en que se cimentaron las bases de la modernidad capitalista a sangre y fuego. Fue la época de conformación de los grandes estados nacionales europeos, regidos por monarquías absolutas, que sometieron a la nobleza medieval centralizando los feudos bajo su poder.

 

En el primer plano, la telenovela narra la vida del sultán Suleimán (1494-1566) y de su familia, durante su largo reinado de casi 50 años. Suleimán, apodado «El Magnífico», consolidó el imperio turco, conquistando con su espada desde la actual Hungría y Croacia, hasta los límites de Irán, gran parte del Mediterráneo y el norte de África. Suleimán fue el rival por excelencia del emperador Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico, conocido como Carlos I en España (Charclen en la telenovela). Ambos se disputaron el control del mundo europeo.

 

El siglo XVI, constituye el nacimiento del capitalismo con toda su racionalidad instrumental. Esto se reflejó en que las monarquías absolutas, como la de Suleimán,  modernizaron sus estados con una burocracia eficiente e informada. Suleimán se le conoce por su labor codificadora. Fue un protector y estimulador de las artes, en particular de la poesía, a la que él mismo se dedicaba bajo el seudónimo de «El Amante» (Muhibbi). Todo esto sin renunciar al consejo de Maquiavelo, cuya obra El Príncipe es múltiples veces citada en la teleserie, de preferir ser más temido que amado.

 

El siglo XVI en que vivieron, constituyó una especie de primera «ilustración» en todos los ámbitos de la cultura. Aunque en momentos diferenciados, es cuando vivieron Leonardo, Shakespeare, Cervantes, entre tantos otros. En esta centuria gobernaron Isabel I de Inglaterra, Francisco I de Francia, y los emperadores Carlos V y Suleimán. Es el siglo de la lucha entre la reforma protestante y la contrarreforma católica.

 

Disgreciones históricas aparte, la verdadera protagonista de esta maravillosa telenovela es un personaje sorprendente, que en la vida real también hizo aportes novedosos para la época, casi heréticos, y que también reflejaban el inicio de la modernidad en el seno de la familia y de las relaciones entre los géneros: la sultana Hurrem, interpretada magníficamente por la actriz Meryem Uzirli.

 

Por ser Hurrem el verdadero personaje central, por la revolución que introdujo en las costumbres de la sociedad turca, y por ser magistralmente interpretado, es que pensamos que la teleserie debió llamarse, con justicia, La Sultana.

 

Hurrem, el personaje histórico, llegó al harén de Suleimán como una esclava extranjera, de origen ruso o ucraniano. Desarrollando habilidades personales de astucia y conspiración, logró convertirse en la favorita del sultán y luego en su esposa formal, incluso pudo quedarse a vivir junto al emperador cuando sus hijos alcanzaron la mayoría de edad. A pesar de lo establecido por la tradición, según la cual, ella como madre de príncipes,  debía acompañarlos a gobernar una provincia lejana y salir del palacio del sultán..

 

No bastando con eso, Hurrem no se limitó a regir en el ámbito familiar y de la corte del  palacio, sino que influyó notablemente en la política del estado turco, excediendo las atribuciones tradicionales que, como mujer, la circunscribían al manejo interno del harén, un submundo con sus propias intrigas.

 

Lo más atrayente de la telenovela, es que no se trata de una historia o biografía plana, como muchas veces vemos en televisión. Sino que permite apreciar la realidad compleja de las relaciones personales y sociales de la época, no solo entre las clases dominantes y dominadas, sino entre los géneros masculino y femenino. La telenovela no se queda en el esquematismo habitual de dominados pasivos y obedientes; dominantes activos y actuantes;  o de mujeres sometidas y víctimas, buenas como princesas de cuento, o malas como brujas o madrastras.

 

Esta telenovela tiene el mérito de  mostrarnos la complejidad de las relaciones humanas, en las que las personas pueden nacer bajo un determinismo social impuesto por su condición de clase, de género, o de pertenencia a cierto tipo de familia, pero también pueden operar activamente, influir, cambiar parcial o totalmente su destino, a través de determinadas acciones, conspiraciones y alianzas.

 

En ese sentido, la vida de Hurrem, principalmente, pero también de otros personajes de la novela, muestra cómo las mujeres conspiraban entre sí, y contra sí, junto a miembros de clases inferiores o superiores, con sus hijos e hijas, para consolidar o mejorar su posición social. Así mismo, muestra cómo los miembros, varones y mujeres de clases inferiores, podían escalar si elegían bien sus alianzas con miembros, mujeres u hombres, de la clase gobernante. El mundo crudo y duro de la política, en el que todos son agentes activos y terminan influyendo de una u otra manera en los acontecimientos.

 

Manteniéndose fiel a la historia real de la época, y de las vicisitudes de esta dinastía osmanlí, en los trazos generales, por supuesto que la ficción corresponde a  los conflictos interpersonales y grupales, así como los sentimientos subjetivos de los personajes. Pero la grandeza de los directores (Yagmur y Durul Taylan, Mert Baykal y Yagiz Alp Akaydin) y los libretistas (Meral Okay y Yimaz Sahin) está en que podemos suponer que en la vida real, más o menos como aparecen representados, debieron producirse los conflictos políticos, familiares e interpersonales.

 

En la vida real y en la novela, Hurrem debe vencer los obstáculos de clase, de género y familiares (segunda concubina) para imponerse dentro del harén, alcanzar legitimidad social como esposa del sultán y, finalmente, asegurar la sucesión del trono para uno de sus hijos. En el marco de que, en la tradición turca de entonces, según diversas fuentes históricas a las que alude la teleserie, los hijos que aspiraban al trono debían asesinar a sus hermanos y hermanastros para que no hubiera disputa por la legitimidad del gobierno.

 

De ahí la complejidad sicológica del personaje, que a ratos nos simpatiza como heroína que vence los obstáculos y las conspiraciones en su contra, y que en otros momentos  nos repugna por su frialdad criminal. Amorosa hacia sus hijos, pero capaz de asesinar a sus enemigos. Enemiga a muerte de su rival, Mahidevrán (concubina del sultán antes que ella) y su hijo Mustafá, con quien disputa el trono y el derecho de sucesión. Enemiga también de sus cuñadas, quienes la odian por exceder sus límites sociales, y quienes le reprochan que, pese a ser esposa del sultán, sigue siendo una sirvienta, pues no tiene sangre real.

 

En la vida real y en la ficción odiada por muchos, que la llamaban «Roxolana», para remarcar su origen. Pero amada por el sultán – poeta, que le dedicó muchos versos, algunos de los cuales recoge la serie, como los que dicen: «Trono de mi mihrab solitario, mi bien, mi amor, mi luna./ Mi amiga más sincera, mi confidente, mi propia existencia, mi sultana, mi único amor».

 

Esta novela es excepcional, por alejarse del maniqueísmo habitual, por crear personajes sicológicamente complejos, no solo los principales, sino toda la amplia gama que se va sucediendo a lo largo de la telenovela, desde los pashás (la otra vida interesante y paralela a la Hurrem es la de el Pashá Ibraim), beyes, efendis, comerciantes, soldados, eunucos, prostitutas, concubinas, sirvientas, jueces, etc.

 

Junto a la trama, lo otro destacable de esta telenovela, que salta a la vista de inmediato, es la calidad de los actores, que son capaces de representar los cambios de humor o actitud con gestos de la cara sin tener que recurrir a las gesticulaciones exageradas, ni al melodrama o la sobreactuación de los culebrones mexicanos o venezolanos.

 

La calidad de la actuación y la elección adecuada del elenco por los directores, producen la impresión de cada actor nació para encarnar exactamente el personaje que le tocó, y la sensación de que nadie más lo hubiera representado mejor. De entre decenas de personajes que discurren a lo largo de la serie, todos tan notables, se destaca la actuación del eunuco Sumbul, interpretado por Selim Bayraktar.

 

Otro elemento impresionante es el vestuario, en el que se aprecia una inversión millonaria. Según la información disponible en la web, la televisión turca invirtió aproximadamente 500 mil dólares por episodio, y algo más de 2 millones de dólares en vestuario y escenarios. La producción total rondó los 5 millones de dólares, en cuatro temporadas que duró la serie.

 

El Dr. Juan Carlos Mas, en un artículo reciente sobre esta telenovela, sostiene que el objetivo de ella, y de las otras que están de moda (fenómeno llamado por la televisión panameña, como la «turcomanía»), es el de vendernos la grandeza del imperio otomano para legitimar la política exterior del actual régimen turco. Algo de cierto debe haber en ello, pues la televisión turca y los productores que la financiaron no arriesgan presupuestos millonarios en una serie apostando a la incertidumbre de que se va a vender bien, lo cual en este caso ha sucedido. Muchas veces, detrás de los proyectos culturales se esconden inconfesados proyectos políticos.

 

Sin embargo, la realidad es más compleja, pues contrario a lo que supone nuestro amigo, el Dr. Mas, el actual gobernante de Turquía, el Sr. Erdogán, de ultraderecha religiosa, al igual que los sectores más conservadores de la sociedad turca, se opusieron y repudiaron esta teleserie. Bien pensado el asunto, la estructuración de la telenovela, con todas las características descritas, no puede haber sido producto de la mente cuadrada de algún fundamentalista.

 

Se requiere cierto grado de cultura y «modernidad», para armar una trama como la descrita. Apostamos por la hipótesis de que los productores, directores, libretistas y actores están más cerca del espectro político liberal, socialdemócrata e incluso marxista (que es grande en Turquía).

 

Probablemente los responsables de esta teleserie pertenecen a los sectores liberales que aspiran a que la Unión Europea rompa sus prejuicios medievales de «cruzados», que pretenden dividir  a Europa y al mundo entre cristianismo e islamismo. Que exigen de Bruselas, que acepte en sus filas a un país de mayoría musulmana, como Turquía. Después de todo ya comparten en la OTAN, donde son socios, junto a ingleses, franceses y alemanes para masacrar a los pueblos de la región, desde Siria a Irak, pasando por Kurdistán.

 

En ese sentido, la telenovela muestra un imperio Otomano bastante tolerante en el cual, pese a ser el Islam la religión oficial y mayoritaria, se respetaron las costumbres y creencias de los súbditos cristianos y judíos; en una época en que la católica España expulsaba u obliga a la conversión forzada a moros y sefarditas, y mediante la contrarreforma combatía a los protestantes.

 

El Sultán supera en todos los sentidos a otra teleserie creada por Radio y Televisión Española (RTVE),  para narrar la vida del emperador Carlos V, el alter ego de Suleimán, que se estrenó el año pasado bajo el nombre de «Carlos, Rey Emperador«.  Ésta también fue una gran superproducción, con gran elenco, vestuario y escenarios. Pero no lograron la magia cautivadora de la teleserie turca.

 

Lo peor de la serie española, que me hizo cambiar de canal enojado, es que pretendieron que Hernán Cortés fue víctima de los aztecas. Al menos los turcos le dieron un tratamiento menos hipócrita a los crímenes de Ibrahim Pashá, de Hurrem y del propio Suleimán.

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Al ingenioso Hidalgo

Señor Don Quijote, sito en un lugar de La Mancha del que nadie parece acordarse. Reciba mis parabienes en este, su cuatrocientos cumpleaños. Aunque usted no me conoce, yo a usted le conocí hace ya algunos años, cuando tenía quince. Aprovecho la ocasión para agradecerle tan buenos ratos que usted nos ha brindado. Hablo en nombre propio y de algunos de mis amigos con quienes he tenido el gusto de conversar sobre sus aventuras. La historia de sus hazañas, pese a ocupar dos gruesos volúmenes, es una de las pocas que he podido soportar hasta el final. Tome en cuenta que en estos tiempos de cine, televisión, cable, internet y tantas distracciones, cualquier libro pasado de las ciento cincuenta páginas se hace pesado.

Mi estimación por su persona no se reduce a ratos agradables en los que me ha hecho sonreír, o reír abiertamente, con sus ocurrencias. También he extraído de su experiencia importantes lecciones para mi vida personal. Por ejemplo, su idealismo, su valor para luchar contra tantos monstruos, tantos entuertos y tantos malos caballeros que andan por el mundo. Cuántos no hemos sido acusados de vanos “Quijotes” por luchar contra “todo género de agravios” que asolan nuestros campos y ciudades. Muchas veces, presto a entrar en batalla, he escuchado el reproche, venido de escépticos y conformistas: “¡no son gigantes, son molinos de viento!”.

Don Alonso, aprendí con usted que no se puede caminar por ahí sin imaginación, sin ideales, sin encontrar detrás de lo rutinario y mediocre la grandeza de las aspiraciones humanas, so pena de reducir nuestra existencia al hastío. Sin ese algo de “Quijote” que todos llevamos dentro, sin nuestra capacidad de soñar despiertos, nuestra especie seguiría siendo víctima pasiva de una naturaleza incomprendida. La “quijotada” nos ha hecho distintos al resto de los animales. Porque la esencia de la humanidad consiste en la interminable lucha dialéctica entre realidad e imaginación, capacidad de ver la realidad, tal cual es, e imaginarla diferente, para después trocarla cual la imaginamos.

Hablando de realidad, ¿cómo está su amigo y escudero, Don Sancho? Modelo de hombre éste. Su humilde origen le enseñó las durezas y crueldades de la vida, las cuales resumió en breves pero enjundiosas sentencias que ahora llaman “sabiduría popular”. Fiel amigo, que no le abandonó ni en los peores momentos, ni siquiera cuando, en la agonía, se olvidó usted ser Quijote para volver a ser Alonso Quijano, el bueno. En ese crucial instante, demostró Sancho que el hombre simple también es capaz de grandes aspiraciones. Invitándole a volver a montar su Rocinante, Panza comprendió que sin caballerescos propósitos, sólo quedaba la muerte. ¡Qué humilde campesino o arriero no ha soñado con su ínsula!

¿Qué me cuenta de su bella dama, Dulcinea? Rolliza o flaca, alta o baja, bonita o fea, todos necesitamos una Dulcinea. Perdone la mala rima. Es que no sólo de la búsqueda del bien y la justicia vive el caballero, también el amor es fuente de inspiración y da sentido a la vida. El amor en el pleno sentido de la palabra, y no reducido a sexo. Amor como entrega total, no importa si no es correspondido. ¡Pobre de aquel que no tenga su Dulcinea!

No puedo terminar esta misiva sin saludar a don Miguel de Cervantes, quien rescató su historia. Sin duda, algo de su persona hay en este Miguel, que luchó contra los turcos en Lepanto, a quien, ni años de cárcel, ni la herida del brazo, ni la miseria y el hambre, hizo desfallecer en sus afanes de escritor, para dicha de la lengua hispana. El señor Cervantes demostró al mundo que las gentes del común también pueden ser objeto y sujeto de la literatura. Que la novela no sólo sirve para narrar la vida de los “grandes”, sino que la “vida corriente” suele estar más llena de cosas interesantes que contar.

Miguel, lograste cumplir cabalmente el objetivo propuesto por tu amigo y consejero: “Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.

Finalmente, hidalgo de La Mancha, Don Quijote, de tí podría decir muchas más cosas, pero me quedo con el epitafio que te dedicara Sansón Carrasco: “Yace aquí el hidalgo fuerte/ que a tanto extremo llegó/ de valiente, que se advierte/ que la muerte no triunfó/ de su vida con su muerte”.

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La crisis brasileña

Por Olmedo Beluche
La Prensa 2 de abril de 2016

En Brasil hay se está produciendo un golpe de estado bajo la figura de una investigación parlamentaria. Se pretende destituir a la presidenta legítimamente electa de ese país, Dilma Rousseff, con argumentos falaces para sacar al Partido de los Trabajadores del gobierno, e imponer al vicepresidente, Michel Temer, del partido derechista PMDB.

Es un golpe parlamentario similar al que se hizo contra Fernando Lugo del Paraguay hace unos años. Hay que repudiar ese atentado contra la democracia brasileña y latinoamericana. La oposición de derecha, que pedió las elecciones, pretende burlarse de más de 50 millones de brasileños que votaron por Dilma y quedarse con el poder sin que medie ninguna consulta popular.

La presidenta Dilma Rousseff NO está acusada en la investigación de corrupción llamada «Lava Jato», ni de cometer peculado. La absurda acusación con la que se la pretende destituir es la de haber hecho algo usual para sus predecesores y para muchos gobiernos en el continente: hacer traslados de partidas para cuadrar el presupuesto.

La investigación de la procuraduría federal denominada «Lava Jato» sí recabó evidencias de un desfalco multimillonario contra la empresa estatal de petróleo, Petrobras, del que la principal beneficiaria era la empresa Odebrecht. Esta empresa pagó coimas («propinas») a funcionarios corruptos del P.T., pero también a otros de los partidos PMDB y Progresista.

Así mismo ha salido a la luz el cobro de coimas por más de 5 millones de dólares, por el presidente del Senado, uno de los acusadores de Dima, el ultraderechista Eduardo Cunha. Otras investigaciones han destapado anomalías en la gobernación de San Pablo, controlada por el PSDB. También las investigaciones muestran una relación estrecha entre Lula y la empresa Odebrecht, que le pagaba por conferencias en el extranjero. Pero Lula dice que muchos ex presidentes de otros países también cobran por dictar conferencias. No parece haber un problema legal, aunque para el movimiento sindical de donde proviene, sí puede haber un problema ético – político.

Todos los grandes partidos brasileños están involucrados de una u otra forma en casos de corrupción, no solo el PT como quieren hacer ver los medios de comunicación. Mal puede un Congreso cuestionable y corrupto juzgar a la presidenta, destituirla y reemplazarla por un sujeto que no fue electo por el pueblo y cuyo partido también está acusado de corrupción. Por eso muchos sectores sostienen que, quien debe decidir es el pueblo y no el Congreso, ya sea con un referéndum revocatorio, nuevas elecciones o una asamblea constituyente popular.

Brasil está dividido en dos: un sector, especialmente la clase media y alta, que apoya a la derecha y el golpe parlamentario; y los pobres y trabajadores que defienden la democracia. Ha habido grandes movilizaciones de ambos bandos, aunque los medios sólo dieron despliegue a las manifestaciones de la derecha.

Lo que prueba la corrupción generalizada en la política brasileña, y que es la punta del iceberg de lo que pasa en el continente, es que la madre de la corrupción es el propio sistema político que se basa en millones gastados en publicidad necesarios para ganar las elecciones, y que van a parar en buena parte a los medios de comunicación de masas. Ese sistema que no se basa en programas, ni méritos, sino en la plata, es el que abre la puerta a relaciones pecaminosas entre políticos y empresas como Odebrecht.

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La educación por «competencias» y el neoliberalismo

 La educación por “competencias” pretende presentarse como una pedagogía de “última generación” capaz de salvar al sistema capitalista de su crisis y a las nuevas generaciones del desempleo. Es el concepto mágico al que se apegan los ministerios de educación para justificar las reformas educativas ordenadas por el Banco Mundial, incluido no sólo el currículo académico, sino también las relaciones laborales con los docentes.

En Panamá, país donde los vuelos teóricos no alcanzan grandes alturas, la doctrina de las “competencias” ha sido resumida por el MEDUCA en su Decreto Ejecutivo 920, fuertemente denunciado por los gremios docentes.

Sin la menor pretensión de creernos expertos en pedagogía, pero forzados por las circunstancias de la lucha de clases que rodea nuestras aulas, nos hemos visto obligados a un repaso rápido del tema para tratar de comprender todo lo que está en juego detrás de las benditas “competencias”.

Empecemos por señalar que hay tres elementos implicados en este asunto: 1. La base epistemológica subyacente a la teoría de las competencias; 2. La propuesta pedagógica concreta; 3. El marco social, económico y político en que surge.

La epistemología de las competencias:

La epistemología o concepción teórica y metodológica subyacente a la pedagogía de las competencias suele ser falsamente presentada como un desarrollo del constructivismo pedagógico de Piaget, Vygotsky y Freinet. Nada que ver. En todo caso su origen epistemológico es completamente opuesto al constructivismo pedagógico.

Según Nico Hirtt, pedagogo belga dirigente del grupo Appel pour une Ecole Démocratique (APED), la pedagogía de las competencias nace del “constructivismo filosófico” (también llamado radical o epistemológico o “relativismo”) no del “constructivismo pedagógico”. Para el constructivismo filosófico, la realidad depende de la construcción mental del observador, la cual, a su vez, se basa en las experiencias personales. De manera que para esta perspectiva la ciencia no busca la “verdad”, ni el conocimiento “objetivo”, porque existen tantas verdades como observadores haya.

Hirtt nos alerta para no confundir “constructivismo pedagógico” (Piaget, Vigotsky) con “constructivismo epistemológico”.

Para Piaget y Vygotsky, la existencia del mundo real u objetivo no estaba cuestionada. La pedagogía debía llevar al estudiante hacia el conocimiento (como fin último de la educación) mediante una serie variada de técnicas en la que el educando es ente activo para que vaya “construyendo” ese conocimiento a partir de experiencias concretas y compresibles para él: “… los conceptos se adquieren más fácilmente y más eficazmente cuando durante el aprendizaje el educando pasa por un proceso de (re)construcción de conocimientos…, por su participación en un proceso hipotético-deductivo”, dice Hirtt.

Para el “constructivismo filosófico”, lo que está en construcción no es el conocimiento, sino  la propia realidad. Desde esta perspectiva la realidad es hasta cierto punto “inventada” (por las experiencias anteriores, las percepciones y los datos empíricos). Nunca se podrá llegar a conocer la realidad tal como es, o sea, nunca habrá conocimiento objetivo. Esta perspectiva se remonta a Kant y hasta el subjetivismo extremo. En ella han trabajado epistemólogos muy reputados en las universidades del siglo XXI: Watzlawick, Glaserfeld, Prigogine, Luhman, Morin y Maturana.

Porque no viene a cuento, no vamos a entrar aquí en el debate epistemológico, ni en la crítica correcta de las deformaciones del positivismo con toda su carga de pretendida “objetividad” al servicio de intereses concretos, sin caer en los extremos relativistas de esta corriente “constructivista”.

Para el debate pedagógico, que es el que nos interesa ahora, el problema del “constructivismo filosófico” es que desdeña el conocimiento (en el cual no cree) como objetivo último del proceso educativo, y cambia el acento hacia los procedimientos, las metodologías, las actitudes y aptitudes subjetivas del educando, como fin primordial de la educación.

De ahí deriva que se valore más la capacidad del docente de desarrollar “programas analíticos por competencias” que su real capacidad para transmitir conocimientos. De ahí que, como es el caso de Panamá, sea un requisito para ser docente pasar por los cursos de docencia superior (volcados al manejo de las TIC’s) que los postgrados de especialidad.

La propuesta pedagógica de las Competencias:

Aclarado lo anterior, es fácil comprender las diferencias abismales entre la pedagogía constructivista (Piaget, Vygostky) y la pedagogía fundamentada en la “educación por competencias”.

El objetivo central de la educación, para el constructivismo piagetiano, era el conocimiento, es decir, la comprensión del mundo (natural y social) mediante conceptos que el educando iba construyendo con una batería de técnicas propuestas por el docente que llevan al estudiante a resolver problemas. Aquí las técnicas pedagógicas son un medio para un fin: el conocimiento.

En la educación por competencias, el conocimiento como tal deja de ser el objetivo central del proceso educativo, y pasa a jugar un papel secundario, dándose prioridad a las técnicas, las cuales pasan de medios, para convertirse en el objetivo prioritario de la educación. Eso es lo que está detrás del famoso slogan de: “saber hacer”.

La educación por competencias se carga de un plumazo todo lo que en la educación procuraba la “comprensión” de la realidad, al calificarlo como “saberes muertos”, sin valor (ni de mercado, ni moral). De manera que es más importante, para las competencias, que el estudiante sea capaz de manipular un “data-show”, a que haya comprendido cabalmente los conceptos centrales de las ciencias naturales y sociales.

El corazón de las competencias, y el objeto de la evaluación, no son los saberes (conocimiento), sino las actitudes y el comportamiento del estudiante: responsabilidad, eficiencia, iniciativa, ejecución, trabajo en grupo, adaptación a circunstancias cambiantes, etc.

La pedagogía de las competencias lo resume en sus tres pilares: saber ser (comportamiento), saber hacer (habilidades) y saberes (conocimientos). Dividen las competencias en tres niveles según las capacidades que se entregan al educando: Básicas (efectividad personal), genéricas (mayor empleabilidad) y específicas (dominio funcional de un área).

En palabras de Nico Hirtt: “Entre los dos tipos de enfoque, la relación con el error se encuentra completamente al revés. En la pedagogía constructivista, lo más importante no es que el educando culmine la tarea, sino que haya aprovechado su trabajo (y sus errores eventuales) para progresar en el descubrimiento y dominio de conocimientos. En la enseñanza de competencias, el progreso en el dominio de conocimientos no es un objetivo en sí mismo. Sólo cuenta el resultado final. Adiós al derecho de error, pero por sobre todo, adiós a la utilización del error como palanca pedagógica”.

La principal víctima de las competencias es la búsqueda de “la verdad sobre el mundo” (conocimiento racional) y es lógico que así sea, puesto que la filosofía (epistemología) que les da origen (constructivismos filosófico) ha declarado a la realidad como un hecho “imaginado” (no objetivo) y relativo.

Eso explica que las reformas educativas en boga lleven a su aniquilación a los cursos cuyo objetivo es la reflexión y comprensión del mundo: filosofía, historia, sociología. Y los cursos enfocados al conocimiento concreto, tengan por objeto, no el conocimiento conceptual, sino las técnicas (saber hacer).

Por eso en Panamá, el MEDUCA se ha cargado cursos como el de “Historia de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos” y en general ha comprimido la Historia en un pensum abigarrado a abordar en poco tiempo, más volcado a fechas y personajes, que a la comprensión de los procesos.

Por eso en las universidades, cursos como Sociología, Historia y Filosofía tienden a ceder espacios a favor de Inglés y las famosas TIC’s.

En mundo marcado por la crisis económica y social, la injusticia, la desigualdad, la discriminación, la corrupción generalizada, no es muy conveniente para las clases dominantes que los estudiantes reflexionen sobre la realidad, es mejor atiborrarlos de la falsa idea de que si hablan inglés y saben manejar una computadora se habrán salvado del desempleo y la miseria.

¿Quiénes están detrás de las competencias?

Es evidente que una pedagogía sustentada sobre las competencias (“saber hacer” y “saber ser”) y no sobre el conocimiento (“saberes”), se propone como centro del proceso educativo no la formación de un trabajador especializado o profesional en un área específica, sino de un asalariado dúctil (“capaz de adaptarse a todas las circunstancias”), un “utility”.

En este enfoque pedagógico de las competencias se profundiza el proceso que Carlos Marx llamaba la transformación del “trabajo concreto”  en “trabajo abstracto” que realiza el capitalismo. Es decir, para el sistema capitalista cada vez importa menos la capacidad de un trabajador de crear un producto a partir de su dominio de una técnica o de su habilidad personal. El sistema, promoviendo la simplificación de los procesos laborales y su división social impone tareas simples (mecánicas) que cualquiera puede realizar  (Taylorismo y Fordismo). De esta manera se abarata el costo de la mano de obra y se aumenta la plusvalía y la ganancia empresarial.

No es casualidad que la pedagogía de las competencias sea impulsada por organismos financieros como el Banco Mundial, junto a toda la batería de medidas neoliberales que han empobrecido a la clase trabajadora, incluida la desregulación laboral que ha llevado al empleo precario y a los bajos salarios. Después de todo, “competencias” es un concepto empresarial, derivado de “competitividad”, sinónimo de “productividad”, o mayor explotación de la fuerza de trabajo por el capital.

Helen Bertrand, dirigente docente francesa, establece la coincidencia en el tiempo, lugar y origen institucional de la pedagogía de las competencias con la imposición del modelo económico neoliberal en Europa y Francia. Un primer referente es el informe de Michel Drancourt (“Le fin du Travail”, 1984), que señala: “Debemos tomar iniciativas políticas… (consistentes) en degradar los reglamentos, los derechos adquiridos, los hábitos administrativos, los corporativismos en el sector público, las estructuras de enseñanza tradicionales típicas del estado de bienestar”.

Bertrand señala que en 1989, la Mesa Redonda de los industriales europeos (ERT) exigió “una reforma acelerada de los sistemas de enseñanza y de sus programas… (para que) la educación y la formación se consideren inversiones estratégicas vitales para el éxito de la empresa del futuro”.

En 1991, en Francia, la Ley Aubry, creó “el balance de las competencias” profesionales.  En 1995, el Informe Mine, publicó “El trabajo en veinte años”, donde se señala la necesidad de reformar el Código de Trabajo y la educación en Francia.

La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE),  que reúne a las potencias capitalistas, publicó en 1995 “La flexibilidad del tiempo de trabajo” y en 2001 “¿Qué futuro para la escuela?”. Entre 2000 y 2006, la Unión Europea aprueba el marco de referencia para las “competencias-clave”, necesarias “para el aprendizaje a lo largo de la vida, para el desarrollo personal, la ciudadanía activa, la cohesión social y la empleabilidad”.

Helene Bertrand cita a todos estos organismos y comisiones europeas quienes confiesan que su objetivo es abaratar el costo de los procesos educativos para transferir al estudiante la responsabilidad por su propia formación (“cultura de la responsabilidad”):

De esta forma, a nombre de la “formación a lo largo de la vida”, el asalariado termina siendo responsable de su “empleabilidad”. Debe formarse permanentemente, incluso en su tiempo libre, para ser competitivo para la empresa. El patrón se deshace así de la obligación de financiar la formación profesional continua (…). Si el trabajador debe constituir su propio capital de competencias originales y flexibles, que reemplazan el escalafón de calificaciones reconocido a nivel nacional, los diplomas y programas, tal y como se les reconoce en la actualidad, no van a tener utilidad”, dice Bertrand.

Ojo, porque aquí la siguiente víctima de este modelo de competencias son los diplomas y títulos, los cuales ya no tendrán un peso concreto en el currículo del trabajador, sino que pasarán a ser una “competencia” más entre otras.

Eso explica que en los últimos años en Panamá hayamos conocido propuestas como el “examen de barra” cada 5 años para que los titulados como abogados tengan que validar reiteradamente su profesionalismo. Medidas parecidas se han planteado para el sector médico, donde el título obtenido luego de muchos años de estudio no daría seguridad profesional, sino un examen periódico de las “competencias”.

En esta corriente también entran medidas como las tomadas en el sistema de evaluación de concursos de la Universidad de Panamá, en que las ejecutorias profesionales dejan de tener valor cumplidos los cinco años, con lo que se obliga al profesional a tener que estar buscando títulos constantemente para no perder su status profesional (puntismo).

Incluso el reciente Decreto 920 del Ministerio de Educación que pone en entredicho la estabilidad del docente de la básica y la media al someterlo a más de 15 criterios de evaluación (competencias) que si no se cumplen pueden llevarle camino al desempleo.

Sin embargo, los programas por competencias no son algo nuevo en Panamá. Si algo bueno se puede decir de la actual ministra de Educación, Lucy Molinar, es que ella no es la única responsable de la implementación del esquema educativo neoliberal. Sus antecesores en el cargo ya habían avanzado por este camino. Los famosos “programas analíticos por competencias”, que se han convertido en el fetiche de la reforma curricular, ya son pan de cada día en la básica y la media y en todas las universidades privadas.

El balance de la aplicación de esas reformas pedagógicas constituye un mentís a la principal afirmación de las autoridades en el sentido de que estas reformas son la tabla de salvación del país y que nos conducirán por la senda del “desarrollo”. Las “competencias” sólo han servido para seguir abaratando la fuerza de trabajo y sometiendo a los docentes mayores dosis de “stress” y explotación.

Bibliografía

  1. Bertrand, Helen. La evaluación de las competencias: ¿Qué está en juego?. En: Competencias: un desastre pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos de Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
  2. Hirtt, Nico. L’approche par competences: une mystification pédagogique”. EN: Competencias: un desastre pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos de Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
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¿Qué nos enseña la crisis brasileña?

 

29 de marzo de 2016/ Una crisis política enorme se cierne sobre ese gigante que es Brasil. Una investigación judicial, denominada operación «Lava Jato», ha puesto en evidencia un esquema de corrupción que compromete a altos funcionarios de Petrobras, a grandes empresas constructoras, entre ellas la conocida Odebrecht, y a políticos brasileños de una multiplicidad de partidos.

 

Todos los grandes partidos están salpicados por la corrupción

Las denuncias de corrupción involucran no solo del Partido de los Trabajadores (PT), como quieren hacer ver los medios de comunicación, sino que incluyen al Partido Progresista (PP) y al Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), ambos de ideología de derecha. Otras investigaciones anticorrupción ya habían señalado a gobernadores del partido socialdemócrata PSDB («tucano»), como Geraldo Alckim en el estado de San Pablo. Con lo cual, todos los grandes partidos del sistema electoral brasileño están manchados por la corrupción.

Pero la derecha, que no ha ganado las elecciones federales durante tres períodos consecutivos, maniobra con ayuda de los medios de comunicación burgueses, encabezados por la red Globo, y el guiño cómplice de la embajada de Estados Unidos, para enfilar las acusaciones únicamente contra la presidenta Dilma Rousseff, contra el ex presidente Ignacio Lula Da Silva y el PT. El objetivo es evidente, sacar a Dilma antes de finalizar su mandato e impedir la nueva postulación de Lula a la presidencia en las próximas elecciones, porque Lula tendría posibilidades reales de ganar según diversas encuestas.

 

La maniobra golpista de la derecha y los medios de comunicación de masas

El objetivo es imponer un golpe de estado parlamentario, como el que se hizo contra Lugo en Paraguay, forzando el juzgamiento («impeachment») de la presidenta por el Congreso, a cuya cabeza está el evangélico de extrema derecha, Eduardo Cunha, acusado de recibir más de 5 millones de dólares de sobornos («propinas») de Petrobras.

La maniobra golpista consistiría en sacar a Dilma, mediante un juicio amañado del Congreso corrupto, para hacerse con el poder imponiendo al vicepresidente, Michel Temer, del derechista PMDB, aliado al gobierno del PT,  sin convocar nuevas elecciones, ni un referéndum revocatorio, ni mucho menos una Asamblea Constituyente, ni ningún tipo de consulta popular.

Este golpe parlamentario contra Dilma embona con la ofensiva de la derecha latinoamericana, teledirigida desde Washington, para sacar del poder o debilitar todo lo posible a gobiernos «progresistas» que ganaron el voto popular durante los últimos 15 años.

La maniobra parlamentaria brasileña hace parte del esquema que se ejecuta simultáneamente en todo el continente:  tratar de sacar a Nicolás Maduro de la presidencia de Venezuela antes de cumplir su mandato;  hacer fracasar el plebiscito por la reelección de Evo Morales en Bolivia; debilitar el gobierno de Rafael Correa en Ecuador; incluso acusar de corrupción a la moderada socialdemócrata Michelle Bachelet en Chile.

 

¿Cómo operaba la corrupción en el caso brasileño?

La crisis tiene como actores centrales a directivos de la empresa petrolera estatal, Petrobras, nombrados por el gobierno del P.T., Renato Duque (ex tesorero del partido) y Pedro Barusco, y un ex senador de ese partido, Delcidio Amaral,  ex director de Petrobras con el gobierno de Fernando Herique Cardoso, pero captado para el P.T. en esos juegos de «alianzas» con la derecha, que tanto gustan a los socialdemócratas y estalinistas.

El esquema corrupto consistía en que la petrolera estatal brasileña, Petrobras, vendía a precios inferiores a los de mercado internacional, principalmente gasolina, a la subsidiaria de Odebrecht, llamada Braskem.  Las ganancias millonarias de Braskem y, por contra, la lesión contra el patrimonio de Petrobras, se estima en 6 mil millones de reales, o 1600 millones de dólares, entre 2009 y 2014.

Luego Odebrecht, a través de sus oficinas y empresas de maletín, en paraísos fiscales, como Suiza y Panamá, pagaba «propinas» a los funcionarios que le habían facilitado estos lucrativos negocios a costa de la empresa estatal. Estas «propinas» servían tanto para enriquecimiento personal de los corruptos, como para financiar a los partidos políticos.

La página 147 de la denuncia del Ministerio Público Federal, muestra el organigrama que seguía el dinero saqueado a Petrobras para beneficio de Odebrecht. A través de varias  subsidiarias y luego a «empresas de maletín» en Suiza y Panamá. Con la banderita panameña, aparecen mencionadas, en los niveles de lavado del dinero 2 y 3: «Del Sur», «SAGAR», «QUINUS», «PEXO», «MILZART» y «SYGNUS».  Por ayudar a facilitar ese esquema aparece mencionado en Brasil el bufete del abogado Ramón Fonseca Mora, dirigente del Partido Panameñista y hasta hace poco consejero del presidente Varela.

La investigación estima que la «propina» de Duque y Barusco era aproximadamente del 2% del valor de cada contrato. Al ser Duque tesorero del PT, se estima que parte del dinero se usó para financiar al partido. Pero como se ha dicho, la corrupción también salpica al jefe de la oposición derechista del Senado, Eduardo Cunha, acusado por el Supremo Tribunal Federal de recibir coimas por 5 millones de dólares.

También se acusa a los directivos de Odebrecht y al «operador» del PMDB, Fernando Falcón Soares o Fernando Baiano. Al igual que al directivo de Petrobras, relacionado con el Partido Progresista, Paulo Roberto Costa (Hora Do Povo, No. 3.366, 29 a 30 de julio de 2015). Como ya se sabe, Marcelo Odebrecht, cabeza de la empresa, ya ha sido condenado a 20 años de prisión por estos delitos.

 

Lo que los medios callan: el sistema político es la madre de la corrupción

La descripción de cómo operaba la corrupción en torno a Petrobras es interesante porque podemos suponer que el mismo esquema se utiliza en otros países de Latinoamérica, incluyendo el nuestro. Aquí siempre se ha rumorado acerca del pago de «propinas» a funcionarios por contratos de parte de empresas privadas o pagos a la deuda pública a bancos. Supuestamente, en Panamá eso no es ilegal.

Lo que no dicen los medios de comunicación, es que los sistemas políticos supuestamente «democráticos» requieren millonadas crecientes de dinero para poder participar en los procesos electorales con alguna opción de «ser elegido». Como la médula del sistema «democrático» es la capacidad de gastar millones en publicidad, los partidos y políticos buscan la manera de obtener el financiamiento de sus campañas. Ahí es donde aparecen empresas dispuestas a financiar a cambio de jugosos contratos con el estado.

Dónde más claramente la intromisión del poder económico determina los resultados electorales es en Estados Unidos, donde los políticos son financiados directamente por poderosas empresas y multimillonarios, tanto en las campañas, como en sus funciones mediante el llamado «lobby». Para los medios de comunicación afiliados a la SIP, eso no es corrupción, sino una virtud democrática norteamericana.

En el caso panameño, aunque los partidos y candidatos están obligados a informar de sus fuentes de financiamiento privado, estas se convierten el secreto mejor guardado por los magistrados del Tribunal Electoral, con lo cual se hacen cómplices de este tipo de manejos corruptos. Aquí también entran fuentes de financiamiento que rayan en el delito, como el uso arbitrario y sin control de fondos públicos como el del Programa de Ayuda Nacional (PAN), que regaló 400 millones de dólares entre los diputados de todas las bancadas en las últimas elecciones.

Los medios de comunicación de masas, especialmente los afiliados a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), también esconden que ellos y sus dueños, teniendo el monopolio absoluto sobre los medios de comunicación, e imponiendo los precios sobre las pautas publicitarias, son los principales beneficiaros de los costos millonarios de las campañas electorales y, por esa vía, son cómplices directos de la corrupción.

Lo dicho no pretende justificar los manejos corruptos de funcionarios de ningún partido, los cuales, comprobados los cargos deben ser sancionados, pero sí pretende explicar las dimensiones extraordinarias del fenómeno de la corrupción, que atraviesa todos nuestros países y partidos políticos. En el caso de Odebrecht, se rumora la posibilidad de que pronto salgan a relucir nombres de políticos financiados con esquemas semejantes en otros países del continente, incluyendo Panamá.

 

Lula y Odebrecht

Ha trascendido recientemente, la relación estrecha entre el ex presidente Lula Da Silva y las empresas constructoras brasileñas Odebrecht, Camargo Correa y OAS. Las investigaciones han sacado a la luz que, entre 2011 y 2013, Lula recibió «patrocinios» de esas empresas y donaciones de hasta 20,7 millones de reales (unos US$ 5 millones) al «Instituto Lula» (fundación) y 10 millones de reales (US$ 3 millones) le fueron pagados en regalías por sus conferencias en el extranjero.

Lula aduce que esos pagos son legales, y que otros ex presidentes también viajan por el mundo promoviendo empresas de sus países y cobran fuertes emolumentos por dictar conferencias. Esto lo hacen desde Clinton hasta Álvaro Uribe. Pero los medios de comunicación también callan sobre este asunto y solo atacan a Lula.

No sólo es creíble la versión de Lula de la legalidad de esos emolumentos, sino que es público que él no se ha negado nunca a declarar ante los jueces sobre el tema. Por eso es repudiable el manejo político del juez que lo mandó a conducir detenido para escarnecerlo ante la jauría derechista y para beneplácito de sus enemigos políticos.

Sin embargo, desde el punto de vista de clase obrera, a la que Lula ha representado por décadas, la relación tan estrecha con una empresa transnacional como Odebrecht, sí presenta dilemas ético – políticos que pueden y son debatidos en Brasil.

Desde el primer gobierno encabezado por Lula, hacia 2003-2004, se produjeron en el Partido de los Trabajadores varias rupturas de los sectores más consecuentes y revolucionarios, que acusaban a la dirección del partido y a Lula de traicionar sus compromisos con la clase trabajadora y gobernar para beneficio de los grandes bancos, empresas constructoras y el agronegocio.

De esa manera surgieron partidos ubicados a la izquierda del PT, como el Partido del Socialismo y la Libertad (PSOL), y otras rupturas posteriores, como por ejemplo la de Marina Silva, antes Partido Verde y ahora Partido Socialista Brasileño (PSB).

 

La política económica de Dilma le enajena la base social obrera de su electorado

 Aplastada entre una creciente crisis capitalista, la caída de los precios de las materias primas, las crecientes luchas sociales, en especial de los jóvenes y estudiantes, que salieron a las calles con fuerza previo al Mundial de Fútbol de 2014, así como la campaña mediática en su contra, la presidenta Dilma Rousseff y el PT, en vez de ir hacia la izquierda, ceden a las políticas neoliberales, con lo cual debilitan su base social. Ese mirar a la derecha en busca de respaldo lo demuestra su alianza con el PMDB.

Si bien el gobierno del PT inauguró en América Latina las llamadas políticas sociales de «transferencias» con el «Plan de Hambre Cero», de Lula, como una forma de atenuar los males sociales de 20 años de neoliberalismo, lo cierto es que no ha habido cambios de fondo en ninguno de los aspectos que se esperaban de un gobierno que decía ser de los trabajadores. Por el contrario, el gobierno de Dilma se inclina cada vez más hacia medidas de carácter neoliberal.

La situación social se deteriora: en 2015, se perdieron millón y medio de puestos de trabajo. En 2016, la tasa de desempleo nacional es del 7,6% y creciendo. El desempleo juvenil en la zona metropolitana de San Pablo supera el 28%. La inflación el año pasado bordeó el 11%.

Este año, la presidenta Dilma Rousseff, adoptó dos acuerdos que le han ganado repudio sindical: por un lado, en acuerdo PT, PSDB y PMDB decidió entregar al sector privado reservas petroleras de PETROBRAS; por otro, decidió el congelamiento del salario mínimo y de los sueldos de los empleados públicos, si primero no se superaba el mínimo para garantizar el pago de la deuda a la banca.

 

Por una salida democrática y popular a la crisis

Para hacer frente a la crisis social, algunas corrientes de izquierda han propuesto la necesidad de un Plan de Emergencia, de grandes inversiones públicas para recuperar el empleo, así como un ajuste salarial acorde con el costo de la vida, y la ruptura del PT con las medidas neoliberales.

 Frente a la crisis política de envergadura que se cierne sobre Brasil y frente a la maniobra de la derecha que pretende un golpe parlamentario para sacar a Dilma y sustituirla por su vicepresidente, importantes sectores de la oposición de izquierda denuncian la jugada contra la democracia y contra el pueblo, proponiendo que no puede haber ninguna salida que no contemple la participación popular.

Por eso algunos han empezado a denunciar que el Congreso no tiene moral para juzgar a la presidenta y que en todo caso habría que convocar a nuevas elecciones generales (Partido Patria Livre). Incluso se habla de la convocatoria a una Asamblea Constituyente Popular (MES-PSOL), a la que el PT se había comprometido, y que junto con otras cosas olvidó por el camino.

 

Algunas lecciones de la crisis brasileña

1. La «democracia» burguesa es profundamente corrupta ya que su base es el poder económico. La corrupción es el alma de los sistemas electorales basados en campañas multimillonarias.

2. Los medios de comunicación de masas hipócritamente se disfrazan de adalides morales de la sociedad, pero son los principales beneficiarios del sistema político corrupto por la vía de las pautas millonarias en publicidad política.

3. La izquierda que aspiramos a ejercer nuestros derechos democráticos de participación política y electoral, debemos ser especialmente cuidadosos con la manera en que financian los proyectos electorales, so pena de ser escarnecidos en público al menor error, incluso los que los medios y las autoridades perdonan en partidos de derecha.

4. Como principio, nadie que se defina como progresista, de izquierda o revolucionario puede justificar ninguna forma de corrupción y robo al estado, por ende, debemos exigir investigación y esclarecimiento total, junto con la debida sanción penal a los responsables, sin importar la procedencia política de los involucrados.

5. Pero lo anterior no significa que avalemos ningún intento de golpe de estado parlamentario en Brasil, menos para beneficio de un Congreso y unos partidos de derecha demostradamente corruptos y al servicio de los intereses del imperialismo yanqui.

6. Con diferencias o sin ellas, hay que partir por reconocer que Dilma Rousseff es la presidenta legítima de Brasil, electa por el pueblo. Si la investigación y las circunstancias forzaran su dimisión, es inaceptable que sea sustituida por una jugarreta de políticos venales, encabezados por su vicepresidente, Michel Temer.

7. Si la presidenta Dilma debe o no renunciar debiera salir de una consulta democrática al pueblo brasileño, mediante un referéndum revocatorio, como únicamente se hace en la Venezuela bolivariana, y al que en su momento se sometió Hugo Chávez, saliendo victorioso en unas circunstancias golpistas semejantes. Y, en caso de caer el gobierno de Dilma Rousseff, la única alternativa legítima sería la participación del pueblo brasileño mediante la convocatoria de nuevas elecciones o una Asamblea Constituyente Popular.

8. La experiencia latinoamericana en general, y la brasileña en particular, demuestran que la única manera de salvar procesos políticos progresistas de los embates de la derecha y el imperialismo, no es tratando de pactar y ceder a sus requerimientos, sino convocando la movilización popular y radicalizando las medidas de carácter socialista.

 

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