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No tenemos más remedio

Por: Elena Simón

La cultura de la violación no apela al deseo sexual masculino irresistible, sino que engarza con las relaciones desiguales de poder entre los sexos. Y ello no está erradicado, ni mucho menos.

Estamos en verano y eso significa sobre todo y en España FIESTA: fiestas locales y patronales, playeras, discotequeras, conmemorativas, conciertos, concentraciones humanas en las calles, etc. Fiestas de cuerpo, de música, de pérdida de mesura y de conciencia, a veces.

Nos acabamos de dar cuenta de que la cultura de la violación como fiesta masculina está instalada con «normalidad» en todas partes y es posible que algunos chicos extranjeros vengan aquí de vacaciones atraídos por estas fiestas veraniegas que, además de ser muy divertidas, son también permisivas respecto a los actos de violación contra las que viven y hacen fiesta aquí, en cualquier pueblo o ciudad, en cualquier calle o plaza.

Estamos en julio y recordamos qué pasó en Sanfermines hace tres años, pero no debemos olvidar que después de tres años de injusticia, por fin tenemos una sentencia que califica de horrendo el acto de violación colectiva intencionada, no de banal, divertido o inconsciente.

Como vivimos desde siempre en una cultura de la violación, donde los hombres se pueden permitir sentir deseo indiscriminado por cualquier cuerpo sexuado de cualquier mujer y ejecutarlo en solitario o en grupo, con o sin testigos presenciales; los hombres, hasta ahora, creían que eso era un simple ataque contra el honor (de las mujeres siempre estuvo en entredicho) y no un atentado contra las personas y su libertad sexual. Como los chicos siguen creciendo y viendo escenas sexuales violentas normalizadas, lo que quieren es repetirlas, pensando que las víctimas de su crimen no sienten ni sufren ni padecen, no sólo asco y dolor físico, sino consecuencias psicológicas y confusión mental, que arrastran durante buena parte de sus vidas, ante la permanente duda de si, en último extremo, consintieron.

El asunto de la violación es cosa de hombres y son ellos los que han de posicionarse claramente en contra, colectivamente y con toda clase de instrumentos a su alcance: manifiestos, libros, artículos, audiovisuales, publicidad, acciones colectivas visibles y hasta simples conversaciones entre amigos, conocidos o familiares.

Es cierto que muchos hoy día no son sujetos activos de violaciones, pero muchos más son sujetos pasivos y cómplices: no se pronuncian, no reaccionan, no hacen ni dicen, miran para otro lado o, incluso, sospechan de la palabra denunciante de las mujeres víctimas.

La verdad es que hay que romper drásticamante una acción patriarcal que tenía patente de corso: en las familias, en el vecindario, en los entornos ciudadanos o familiares y profesionales, en los gimnasios, en las playas.

Que las mujeres hayan adoptado formas de estar, vestirse y presentarse atrevidas y, en otros tiempos llamadas “descaradas”, no quiere decir en absoluto que vayan anunciando jornada de puertas abiertas por doquier. La mayoría de las jóvenes adoptan una estética de desnudez que, al ser tan generalizada, no habla de ninguna actitud sexualmente provocadora, sino de una moda para el verano.

Y otra cosa es que tenemos que conseguir desterrar esa idea masculina y aceptada socialmente de que el sexo “un poquito” forzado tiene más gracia y procura más placer. Las adolescentes y las jóvenes son objeto de deseo masculino, sin discusión, pero también lo son mujeres de otras edades, por el mero hecho de ser mujeres. Y, por ello, los chicos y los niños tienen que aprender que sus iguales, las chicas y las niñas, tienen unos genitales penetrables por los genitales penetradores, que son gobernados por ellas mismas.

La cultura de la violación no apela al deseo sexual masculino irresistible, sino que engarza con las relaciones desiguales de poder entre los sexos. Y ello no está erradicado, ni mucho menos.

Mientras tanto, vamos poniendo parches, inundando nuestras fiestas de puntos violeta y whatsapps de ayuda, poniendo carteles y logos y apelando a la solidaridad ciudadana para parar estos actos criminales, para crear conciencia.

¿Podemos hacer algo más al respecto?

Ir arrinconando, denunciando y condenando la frivolización de las violaciones, aislar a los sujetos, afear esas conductas, contrarrestar la única visión pornográfica que se divulga: mujeres sometidas a todo tipo de penetraciones y vejaciones, fingiendo deseo y placer.

Es verano, hay muchas fiestas, la gente sale y entra, se mueve por lugares sin normas y -yo diría- sin derechos, todo vale.

NO TENEMOS MÁS REMEDIO que empezar a actuar desde la justicia y el buen trato. Los hombres no tienen una condición humana superior que los convierta en impunes.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/07/15/no-tenemos-mas-remedio/

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Ponernos las gafas

Es urgente propugnar una educación sexual acorde a nuestros tiempos, en todos los niveles educativos y bien adaptada a las expectativas de la gente pequeña y joven.

Vivimos una época confusa y de contradicciones patentes, aunque invisibles. Estas dos características juntas no favorecen en absoluto una educación ciudadana, acorde con los derechos, valores y conocimientos adecuados a una vida común pacífica y honestamente democrática. Junto al alarde tecnológico de la realidad aumentada está el truco analógico clásico de no mirar -y por tanto no ver- partes de la realidad que nos rodean y asaltan continuamente, pero que pretendemos negar o considerar accidentales o lejanas a nuestras propias circunstancias.

Todo lo que ocurre en las pantallas y se difunde y extiende por internet puede llegar al mismo tiempo a todo lugar y a toda persona que tenga a su disposición una pantalla. Si efectuamos la maniobra del avestruz, desde luego, no veremos lo que no nos agrada y, por tanto, no miraremos lo que no estamos en disposición de ver, para abordar.

Siempre oigo decir de algunos hechos que tenemos encima, que dentro de poco van a ocurrir, para ver si así conjuramos a las fuerzas tecnológicas a que se aparten de nuestro entorno.

El caso que quiero traer aquí es el de la iniciación sexual de la gente joven y pequeña en la actualidad. Sin aprendizaje ninguno ni períodos de adaptación, se sumergen en unos intercambios sexuales muy exigentes y casi nada placenteros, pues no suelen ser producto de los propios deseos, sino de las modas o modos difundidos y a los que imitan casi ciegamente.

Me refiero, sobre todo, a la pornografía en abierto y gratuita que circula profusamente a golpe de clic, en cualquier dispositivo conectado y sin filtros ni controles.

Ahora todo pasa en internet y por internet y los likes a ciertas imágenes corren como la espuma en pocos minutos y convierten a sus “dueñas” en populares famosillas o en blanco del bullying, llamado sexting, en los ambientes escolares. Las adolescentes de esta edad, sin formación sexual ninguna, buscan poner en práctica el principal mandato patriarcal para las mujeres: la Ley del Agrado, actualizado en cada generación. La multiplicación de likes, es la multiplicación del “me gustas” y este todavía sigue enraizado en la socialización de las niñas, de las jóvenes y de las adultas.

El primer pilar de la Ley del Agrado es la belleza, el canon de belleza actual y el capital erótico que el cuerpo de las mujeres comercializa y populariza, con las promesas de éxito que ello conlleva en la edad de la que estamos hablando. Las niñas exponen sus cuerpos en sus selfies y sus vídeos, ajenas a las consecuencias que tienen en la mayor parte de varones de todas las edades y condiciones, socializados ellos para que los cuerpos de las mujeres estén a su servicio pagando o sin pagar, disponer de ellos o tomarlos como moneda de cambio del amor o protección.

Y ahora estamos sabiendo, a pequeñas dosis, alguna de las consecuencias de esta banalización del cuerpo sexuado femenino y de sus utilidades. La pornografía en abierto, gratuita y profusa deforma las mentes y las induce a pensar que los abusos sexuales contra las mujeres son normales porque a ellas les gusta. Son normales si los estamos viendo continuamente y les gustan porque las actrices porno están para eso, para participar en una ficción audiovisual, en la que, por supuesto, hay que interpretar lo que vende y fingir lo que sea menester para que reciba muchas visitas.

La mayoría de adolescentes no van a optar por ganarse la vida siendo actrices porno, ni tampoco siendo carne de prostitución y, sin embargo, pasan muchas horas pegadas a esos modelos de chicas “atractivas”, aunque sea un atractivo trucado o artificial. Todas estas horas les deforman la mente y los deseos, sin duda, y las apartan de un posible proyecto de vida propio, en el que el erotismo y la sexualidad tengan un papel elegido y satisfactorio, junto a otros muchos aspectos de la vida, como pueden ser los relacionales, hobbies, diversiones variadas, estudios, profesiones y aprendizajes.

Esto no salta a la vista de las personas adultas, porque transcurre en espacios digitales a los que no solemos tener acceso y, además, forma parte de un pacto implícito de silencio que las invita a negar siempre que practican un cierto striptease en las redes.

A los chicos les afecta y les llega igualmente pero, a ellos para reforzar el principal mandato patriarcal masculino: controlar el cuerpo de las mujeres, por cualquier medio a su alcance. Ellos van a dominar, no a agradar precisamente.

Creo que es urgente que nos pongamos a actuar como sociedad, como Estado, como personas ciudadanas y que exijamos que se intervenga de inmediato en todo lo que anda deformando las conciencias y manipulando las vidas de casi todas las chicas en formación. No basta con escandalizarse de tantas violaciones en grupo y por parte de chicos menores, no basta con comentar el horror que supone la desaparición de tantas chicas, casi siempre abusadas y en muchos casos asesinadas.

Y también es urgente propugnar una educación sexual acorde a nuestros tiempos, en todos los niveles educativos y bien adaptada a las expectativas de la gente pequeña y joven. Si seguimos con una miopía o ceguera enormes ante estos hechos, no realizaremos intervenciones responsables, como son: el control en las web y la educación sexual universal. Nada se aprende sólo: hay que enseñar para saber y saber para mejorar y para enseñar y ver bien hay que ponerse gafas.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/06/03/ponernos-las-gafas/

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La historia de las mujeres a un lado, en medio, ‘la historia’

Por: Elena Simón

Las mujeres estamos aún en el primer estadío de la democracia: el del derecho al voto, a la voz y a la representación política, pero muy lejos de la influencia y el prestigio necesarios para que las propuestas propias, en las que la vida se ponga en el centro, lleguen a buen puerto.

Me interesa hablar y aprender de Historia, porque es una disciplina que está siendo arrinconada como casi inútil y suplantada por discursos varios que abogan por mirar hacia adelante y sólo hacia adelante, ni siquiera al presente. Pero la cultura milenarísima humana no es sólo futuro (porque estaría por ver), ni presente (porque aún no se ve bien lo que está ocurriendo). La Historia también fue sociología y antropología, cuando sólo se podía describir lo que se estaba viendo. Nuestra cultura de la inmediatez y de las falsas noticias, prejuicios recurrentes y trending topic no nos deja mirar de dónde venimos y ofusca la memoria confundiéndonos a diario entre lo vivido, lo escuchado, lo leído o lo narrado, hasta el punto de desubicarnos de nuestra propia realidad.

Ya sé que todo esto se debe en gran parte al tráfico infernal de noticias, datos, sucesos, comentarios y opiniones. Y a la predisposición masiva para dejar de mirar en direcciones divergentes a las de los discursos oficiales y machacones.
Realizo estas consideraciones previas para enmarcar la cuestión que quiero tratar: la ausencia de conocimientos y datos contrastados sobre la historia política de las mujeres y sus consecuencias. La historia política de las mujeres está casi por escribir, puesto que de la consecución de los derechos políticos no se ha derivado una historia diferente, ignorada hasta ahora.

Como estamos en época electoral intensiva, no está de más que reflexionemos sobre los derechos políticos de las mujeres en los sistemas democráticos y sus consecuencias. Los derechos políticos empezaron por el sufragio, tanto pasivo (poder ser electas) como activo (poder ser electoras). La política tenía una herencia patriarcal indiscutible desde los tiempos más remotos: los hombres dominantes de cada tiempo y lugar, legislaban, juzgaban y ejecutaban acciones para el resto y, casi siempre, en su propio beneficio. El bien común fue siempre la portada presentable de la Política, pero ahora también es así.

El reparto o redistribución de bienes materiales e inmateriales entre el conjunto de la población es relativamente reciente, no tiene aún ni siquiera un siglo. El reparto de bienes y la oferta de servicios públicos es fruto del ascenso de las clases no dominantes a los derechos de ciudadanía. Pero en esta redistribución (muy desigual, por cierto, y arrancada a duras penas) no sólo influyó la clase sino el género, las razas y el origen de las personas. Los parlamentos no han representado proporcionalmente las diversidades humanas, pues están en gran parte copados por personas que ostentan caracteres hegemónicos. Aunque parezca un tópico: varones heterosexuales, urbanos, de la raza dominante, con estudios.

Mirando un poquito hacia atrás y un poquito al presente, las cosas han cambiado poco. Vemos a mujeres en los escaños ( por precepto de ley), pero las vemos también en segundos planos, subsidiarias, “segundo sexo”. Parecen fastidiosas, inoportunas, con pocas habilidades políticas, con discursos aprendidos de sus hombres y repetitivos. Las mujeres en número suficiente tendrían que haber cambiado las políticas del bien común, tendrían que haber conseguido poner en el centro a las personas, a ellas mismas.

Pero seguimos sin tener la influencia y el respeto necesarios para hacernos oir con voz propia, tanto en el interior como en el exterior de los partidos. La voz de mujer agrada cuando es aduladora y apoya las acciones masculinas, cuando es dulce y amorosa, pero no si es asertiva, exigente, reivindicativa y contundente. Entonces sobra.

Sé que a muchas mujeres de los partidos les encomiendan la redacción de las partes blandas de los programas electorales: igualdad, dependencia, servicios sociales, juventud, educación, salud. Todo aquello de lo que se les considera experimentadas y se supone que harán tan bien como en sus casas. También les encomiendan luego los departamentos correspondientes, que han de gestionar con los pocos recursos que los hombres deciden que haya para estos asuntos menores. Como en las casas: administrar lo que se otorga por parte de los hombres, que no tienen tiempo de descender a esas minucias tan minuciosas y poco llamativas. En el mejor de los casos un agradecimiento de compromiso y postureo. Igual que cuando algún hombre ilustre del campo de la literatura, la ciencia o las artes, nombra en público a su mujer como impresciendible para su brillo y fama.

Las mujeres estamos aún en el primer estadío de la democracia: el del derecho al voto, a la voz y a la representación política, pero muy lejos de la influencia y el prestigio necesarios para que las propuestas propias, en las que la vida se ponga en el centro, lleguen a buen puerto.

La política está apenas tocada de feminismo y sí calada hasta la médula de androcentrismo y misoginia.
Como alternativa de presente y futuro: ¿Ponemos la historia de las mujeres en el centro?

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/04/30/la-historia-de-las-mujeres-a-un-lado-en-medio-la-historia/

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Las acusan de lo que les causan

La cultura actual -patriarcal blanda, sexista camuflada- acusa a niñas y jóvenes de comportarse de la forma en que aquella las ha educado.

Elena Simón

No está mal recordar, de vez en cuando, algunas sabias palabras de las sabias que en el mundo ha sido. Palabras escritas o pronunciadas en tiempos más difíciles, discriminatorios y crueles con las mujeres. A pesar de que estos tiempos no nos gustan tampoco, no es lo mismo que nosotras expresemos nuestros pensamientos u opiniones como ciudadanas con derechos que lo hicieran algunas de las feministas memorables, insignes e intrépidas que nos precedieron y actúan como faros en nuestra propia existencia.

El neoliberalismo salvaje y cruel se ceba con las mujeres: nos pone zancadillas, nos paga peor, nos tienta a pecar de cuidadoras por amor, nos exige más esfuerzo y perfección, nos casi obliga a ocuparnos continuamente de nuestra belleza, nos invita fuertemente a la dependencia de los hombres, nos sanciona si no lo hacemos, de forma simbólica o real, poco importa.

Cuando algunas mujeres jóvenes muestran un interés inusitado por la ropa, por una sexualidad complaciente y secundaria con los deseos masculinos, cuando practican el amor de forma ciega entregada e incondicional, cuando se lanzan a una maternidad intensiva y abusiva con sus personas, cuando abandonan sus prioridades profesionales, cuando se miden en excelencia con otras para destacar dando codazos, cuando renuncian a sus tiempos propios para cuidar y atender necesidades, gustos o caprichos ajenos, muy frecuentemente les llamamos “tontas”. Si son nuestras amigas, también y si somos nosotras mismas, mucho más. “Qué tonta soy”, “Hija, no seas tonta”… Nos suena, ¿verdad?

Pues a mí todo esto me suena también a que los mandatos y los mensajes a las mujeres y a las niñas, para encontrar la felicidad y encontrarse con el éxito, van por ahí. Entonces ¿qué solemos hacer? Pues seguir lo que se espera de nosotras, para agradar y ser aceptadas.

Y, entonces me vienen a la mente las palabras del lúcido poema de Juana de Asbaje y Ramírez, que vivió en el siglo XVII en Nueva España, en la Corte del Virrey y más tarde en un convento, como Sor Juana Inés de la Cruz.

De este poema al que me refiero, voy a proponer aquí algunos fragmentos, para que podamos realizar los paralelismos necesarios, salvando todas las distancias.
En este poema: “Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan”, diciendo:

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis”…

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
[…] Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
[…]

Salvando las distancias, como decía antes, podemos traducir en estas tres estrofas que he elegido del citado poema, algo parecido a lo que les ocurre a las niñas y a las jóvenes en la actualidad.

Están atiborradas de imágenes, juguetes y juegos rosas, de dependencia, de belleza, de cuidado y de amor. De palabras sobre “qué guapa estás”, “¿Tendrás muchos novios, verdad?” y, aunque tengan mentes y cuerpos potentes y saquen buenas notas, rebajan sus expectativas vitales con tal de agradar y ayudar, sobre todo a los chicos. Cuando crecen, crece también el deseo de seguir estos mandatos que van recibiendo gota a gota casi desde el momento de su nacimiento.

La cultura actual -patriarcal blanda, sexista camuflada- las va acusando sin razón, sin ver que es la ocasión de lo mismo que culpa. Y, mientras tanto, la sociedad civil se escandaliza o se extraña de que así lo hagan, de que sus talentos estén puestos más que nada en las melenas y en los tacones y en atraer la mirada hacia ellas.

Juana de Asbaje tuvo que retirarse a un convento para ser libre. ¿Raro, verdad? Para desarrollar su inteligencia creativa y huir de tanto agasajo cortesano que era invalidante para su mente. A lo mejor hay que desarrollar una cultura y una educación alternativas para que nuestras niñas puedan optar a un pleno desarrollo de su personalidad independiente y arrinconar todas estas formas de socialización sexista que no hacen más que producir y reproducir falsas expectativas y una adscripción de género que tiene que ver con el “hacer de la necesidad virtud”, paralizando también acciones de desobediencia activa respecto a estos mandatos.

No son tontas, las hacemos.

Foto: Pedro Ribeiro Simões CC-BY/Flickr
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/09/las-acusan-de-lo-que-les-causan/
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Los siglos de las mujeres

Por: Elena Simón

Tras un siglo XX, «siglo de las mujeres», todavía quedan cosas pendientes para la igualdad: parar la socialización sexista, la violencia específica y superar el déficit de respeto y representación.+

El convulso e impredecible siglo XXI, del que aún no tenemos suficiente perspectiva histórica para calificar, nos permite introducir, desde nuestro pensamiento feminista y creativo, algunas hipótesis en forma de dudas o preguntas. No tenemos certeza de la dinámica que tomarán los acontecimientos sociales, culturales, políticos o económicos. Podemos inferir algunas consecuencias, avistar algunos itinerarios, deducir algunos hechos que se vayan a producir, derivados de otros que ya se producen. Pero, sin duda, no tenemos la bola de cristal para avistar lo que aún no ha ocurrido.

En el asunto de las mujeres y nuestros derechos ocurre esto exactamente: del acceso de las mujeres a derechos civiles, políticos y sociales se dedujo, en su momento, el fin de las desigualdades institucionales, jurídicas e, incluso, cotidianas. De la consideración de las mujeres como ciudadanas equiparables a los varones se esperaba el fin de la división sexual del trabajo y un trato igual para trabajo igual, el reparto de tareas domésticas y de cuidados y la consiguiente variación de los proyectos de vida en los jóvenes varones y mujeres. Del acceso de las mujeres a todo tipo de conocimientos, incluidos los más difíciles y especializados, se infería que ellas iban a tener una representación equilibrada en todos los ámbitos del saber y del poder. Se pensó que sólo sería cuestión de tiempo.

Transcurrió todo el siglo XX, al que podríamos llamar por derecho propio “el siglo de las mujeres” porque supuso un antes y un después en los derechos y oportunidades de las mujeres de buena parte del mundo (aunque no en todo el planeta) y también se hallaba bajo la influencia de las ideas de progreso lineal, continuo y ascendente.

El siglo XX iba arrastrando consigo una cierta ruptura de la división sexual del trabajo y de los espacios de reconocimiento y también una esperanza de que cada individuo, hombre o mujer, podría realizar proyectos de vida cada vez más elegidos y singulares, respecto a sus estudios, ocupaciones profesionales, formación de pareja y/o familia, dedicación a actividades y aficiones diversas en el tiempo libre, movilidad geográfica, disfrute de bienes culturales, etc…

Todo ello estaba significando pasos de gigante y, en el caso de las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas de todas las edades, mucho más, pues salíamos de prohibiciones y prescripciones rígidas e innegociables que acarreaban castigos de marginación y apartamiento. Las mujeres nos fuimos apropiando de la parte sustraída y negada de lo humano, que también nos correspondía como humanas: espacios, tiempos, tareas, habilidades, rangos, títulaciones, etc…

Por eso podríamos decir que el siglo XX fue el siglo de las mujeres. Lentamente y de forma imparable íbamos saliendo de las madrigueras, de la hibernación y lográbamos cambiar progresivamente esa vieja piel dentro de la cual se nos había relegado a un solo espacio y oficio: el hogar y la condición de madresposas. Esta apertura de puertas, que habían perdido candados y llaves, invitaba a empujar y a ampliar el mundo. Se podía descubrir algo distinto y atractivo del otro lado, no sólo conocer dentro de los límites de la prudencia, decencia y oportunidad. Muchas mujeres empezamos a salir sin compañía masculina e, incluso, solas, a viajar, a trabajar, a acudir a distintos tipos de espectáculos o lugares de ocio y esparcimiento.

Se había producido una revolución silenciosa pero muy visible en las costumbres y modos de vida, acompañada de unos profundos cambios legislativos, tecnológicos e ideológicos, que permitían pensar y desear que las mujeres fueran seres humanos completos, con derechos, oportunidades y deberes equivalentes a los hombres.
Acabó el siglo XX y de todos estos cambios copernicanos, impensables para generaciones anteriores, que habían soportado prescripciones de género insoslayables y estáticas, no se derivó un proceso allanado y muchas secuelas se quedaron ahí para dificultar el fin del larguísimo período de las vindicaciones feministas en pro de la libertad, dignidad, presencia, representación, reconocimiento, voz e igualdad para las mujeres todas. Simplemente se fueron logrando parcelas de la igualdad formal.

Las secuelas que la enfermedad del sexismo va dejando se refieren tanto a aspectos materiales como simbólicos e ideológicos y son las que deberían constituir la agenda feminista del siglo XXI.

Tendremos que recordar, para terminar, la mayoría de cuestiones que tendrán que completar el ciclo de acceso de las mujeres a derechos y oportunidades, trato y condiciones, sin valores restados, sin conceptos y tratos denigrantes, sin carencias constatables en la representación, sin discusión ante las evidencias de desigualdad y aprobar las asignaturas pendientes, como son:

  • La persistencia de la educación y socialización sexista.
  • La violencia específica ejercida sobre las niñas, las jóvenes y las mujeres.
  • El déficit de respeto y representación.

Y, seguramente, mucho más que irá surgiendo a lo largo del presente siglo, aunque este valdría como un buen programa de mínimos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/02/21/los-siglos-de-las-mujeres/

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La coeducación ¿descuidada?

Por: Elena Simón

Vamos viendo qué beneficios traería la Coeducación, entendida como una pedagogía crítica y constructiva aplicada para cambiar las vidas de la mayoría.

Comienza 2019 y, aunque los cursos académicos no coincidan con estas fechas, sí que nos sirven para proponer a lo largo del nuevo año acciones positivas, interesantes y urgentes que nos puedan asegurar que para la década de los 20 toda niña y niño, toda la población escolarizada, va a tener enseñanzas y aprendizajes menos sesgados, menos androcéntricos, más completos, más útiles y más acordes con los tiempos que vivimos.

La Coeducación “no es una moda”, como se dice de las políticas públicas de Igualdad emanadas de las propuestas feministas. Es una asignatura pendiente del sistema educativo que, hasta la fecha, nadie se ha atrevido a implantar de forma obligatoria, decidida e inspeccionada.

Todos los recursos que son necesarios para que se generalice, como la formación específica inicial y continua del profesorado, la innovación del lenguaje, la detección del sexismo, del androcentrismo y del machismo, la corrección consecuente del currículo, etc., todos estos recursos están guardados en el trastero de las buenas intenciones, a la espera de que se movilicen y lleguen a cualquier rincón, a cualquier aula de cualquier colegio o Instituto de todo el Estado español.

Movilizar recursos quiere decir considerar la Coeducación como urgente, prioritaria y necesaria, como imprescindible para una formación integral de las personas y personitas escolarizadas durante tantos años y de forma obligatoria y universal y aplicarse a fondo.

Pero, para ello, no basta con algunos programas esporádicos, talleres, conmemoraciones, cursos externos, proyectos de innovación, seminarios o grupos de trabajo, que siempre son minoritarios en cuanto a la implicación y asistencia del profesorado. Así está siendo ahora. Y, gracias a todas estas acciones, ya podemos contar con un buen número de buenas prácticas que pueden hacer camino en otras direcciones, que son el germen de lo que debería ser la Coeducación: obligatoria y universal para todas las chicas y chicos, vivieran donde vivieran y fueran al colegio o istituto que fueran, como un bien común irrenunciable y exigible, por tanto.

La Coeducación es un proceso de intervención intencionado, producto de la detección del sexismo como muestra de desigualdad y con el propósito de eliminarlo, llevando a cabo acciones compensatorias en todos los campos: en el currículo formal, eliminando el androcentrismo, en el currículo oculto, neutralizando la misoginia y oponiéndose de frente al machismo y en el currículo omitido introduciendo desde el principio hasta el final, en todos los cursos y niveles, algunos conocimientos, habilidades y destrezas hoy ausentes, como por ejemplo: la educación sexual, la comunicación igualitaria, las habilidades domésticas, cívicas y de cuidado, las relaciones horizontales entre chicas y chicos, los modelos no estereotipados, la orientación académica no sesgada por componentes y características de dos géneros , que continuan siendo dicotómicos (excluyentes el uno del otro) y jerárquicos (con un valor añadido para lo masculino y los hombres en su conjunto)

La Coeducación haría variar las relaciones de poder entre los sexos, cambiaría la fisonomía de patios, aulas y laboratorios, vestimentas, configuración de los proyectos de vida de las niñas y los niños. Y lo que es más importante: favorecería en extremo las actividades escolares y extraescolares mixtas, donde ellas y ellos se pudieran reconocer como personas singulares, libres e iguales.

¿No lograríamos con ello evitar que chicos y chicas se atiborren de pornografía como sustitución de la educación sexual, que sienten como necesaria? ¿No lograríamos que las chicas y los chicos se reconocieran en referentes mujeres no relacionadas con el cuerpo sexualizado y reproductivo? ¿No conseguiríamos que los intereses y deseos de chicas y chicos fueran más convergentes? ¿No se lograría tener muchos más talentos cultivados procedentes de inteligencias múltiples y creativas para compensar las dosis masivas de misoginia, sexismo y androcentrismo con que la gente pequeña y joven se alimenta a diario? ¿No se rompería en gran parte el imaginario colectivo de ser hechas para agradar y gustar o ser hechos para dominar, vencer y controlar? ¿No vacunaríamos contra la violencia de género en todas sus manifestaciones? ¿No se salvarían vidas de chicas y de chicos para el bienestar personal y la solidaridad de género? ¿No dejarían las chicas de estar tan expuestas al abuso y asalto sexual con resultado de violación? ¿No tendríamos muchos más chicos empáticos?

Vamos viendo qué beneficios traería la Coeducación, entendida como una pedagogía crítica y constructiva aplicada para cambiar las vidas de la mayoría, para bien, por supuesto, porque el sexismo trae consigo muchas injusticias inexplicables e intolerables y muchos sufrimientos y pérdidas de energía, tanto a ellos como a ellas.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/01/30/la-coeducacion-descuidada/

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Noviembre es el mes de…

Por: Elena Simón

Para acabar con la violencia específica contra las mujeres debemos implicarnos la mayor parte de personas posibles, de toda clase y condición y de forma transversal, es decir, a toda hora y con cualquier motivo u ocasión.

Muchísimas celebraciones y conmemoraciones internacionales y mundiales. También europeas. Y hay algunas que merece la pena trabajarlas en los centros educativos y relacionarlas con el 25 de noviembre, “Día internacional para la eliminación de la violencia contra la mujer”.

Me consta que en los últimos años en muchos colegios e institutos se conmemora el 25 de noviembre con multitud de actividades visibles: concursos y certámenes, performances, películas, vídeos, música, dibujos, fotografías, dramatizaciones, recopilación de prensa, programas de radio, etc… Menos mal que, al menos, este día resuena en gran parte de las cabezas y de los corazones de las personas que conforman las comunidades educativas, los ecos de una de las injusticias más crueles y extendidas por el mundo: la violencia contra las niñas, las jóvenes y las mujeres por el mero hecho de serlo.

Con estos actos culturales nos ponemos frente al espejo de la violencia de género, que nos afecta a la totalidad de la población, si bien es cierto que a los hombres de distinta forma que a las mujeres. Ellos siguen estando socializados en la competitividad y la agresión verbal o física como propia de la condición masculina a la que deben de aspirar para ser hombres-hombres y ellas se socializan para disculpar, apoyar y dar la razón a los chicos, para aspirar a ser consideradas y amadas por ellos.

Pero ya sabemos que para acabar con la violencia específica contra las mujeres debemos implicarnos la mayor parte de personas posibles, de toda clase y condición y de forma transversal, es decir, a toda hora y con cualquier motivo u ocasión.

Pues en este sentido, podríamos trabajar –quizás dando un paso más– en alguna de las conmemoraciones que tienen lugar durante el mes de noviembre, como por ejemplo:

En la semana del 5 al 11: Semana internacional de la Ciencia y la Paz. En la Ciencia, incluyamos a científicas. En la Paz, tratemos el asunto de la paz entre los géneros.

El día 12, día mundial del Libro. Incluyamos autoras y mujeres protagonistas de cuentos, relatos y poemas.

El día 15, Día mundial de la Filosofía. Aprovechemos para mostrar la Filosofía como una actividad humana intelectual imprescindible para ir comprendiendo el mundo y mostremos las aportaciones de alguna filósofa de cualquier época y lugar, incluyendo el presente.

El día 20, día mundial del niño (mejor digamos de la infancia). Hablemos de sus derechos y deberes y de la suerte de tener una escuela para aprender, sobre todo a convivir entre iguales, niñas y niños de cualquier condición, clase, origen, etc…

Hay muchas más efemérides que conmemorar durante este mes (consultar en internet para tener una lista completa), pero estos días y con estos temas, creo que tendremos bastantes oportunidades de relacionar la violencia contra las mujeres con la invisibilidad académica y con la exclusión o poca presencia de las mujeres y las niñas en sectores cruciales de la actividad humana.

Tenemos que lograr que nuestras alumnas actuales se vean como hacedoras de ciencia, cultura, tecnologías, deportes, no sólo como espectadoras y usuarias. Que las niñas disfruten y se diviertan con disciplinas creativas y dinámicas, que se vean autónomas para decidir sobre sus vidas, que no proyecten sólo su felicidad y completud a través de algún hombre que se fije en ellas y las elija, para amarlas o para controlar sus sentimientos.

La violencia contra las mujeres por parte de sus parejas o exparejas no se extinguirá hasta que la falta de equidad en el reparto (de riqueza y pobreza, de tiempos, espacios, poderes, etc…), la carencia en el reconocimiento (de que la condición femenina es tan humana e imprescindible como la masculina) y el déficit en la representación (que estén las mujeres en todos los ámbitos, destacadas y bien visibles), deje de verse como normal.

La cultura de la desigualdad respecto a las niñas y mujeres alimenta constantemente los deseos irrefrenables de violencia contra ellas por parte de los hombres maltratadores, que quieren controlar sus vidas y acaban destrozándolas.

Todo ello hay que verlo y aprenderlo durante la etapa escolar. Es una cuestión de vida o muerte o muerte en vida para muchas.

Una buena ocasión para trabajar activamente por la desaparición de la violencia contra las niñas y las mujeres: el mes de noviembre.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/11/22/noviembre-es-el-mes-de/

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