Educación, pobreza e inequidad

Por: Elda Maúd De León

Con decepción, leí el artículo que proponía –como solución a los problemas educativos– ofrecer váuchers (vales) para que los estudiantes de escuelas públicas estudien en escuelas privadas, pagando una mensualidad. Entiendo que a una gran cantidad de personas les preocupe la situación del sistema educativo y se agradece la buena intención, pero yo, que no soy doctora en medicina, no me atrevería a recomendar al Ministerio de Salud qué hacer para mejorar el servicio de salud pública. El váucher es una propuesta vieja que se instituyó en Estados Unidos, pero que fue eliminada por inoperante.

Educar es una actividad compleja que depende de varios factores y simplificar lo complejo solo lleva a un nuevo fracaso. No se pueden resolver los problemas de una escuela sin conocer –y mucho menos sin incidir– en lo que está pasando en la comunidad en que está localizada. Por ejemplo, si sabemos que la deserción escolar en una comunidad indígena se debe a que los niños participan en la cosecha de algún producto, habría que buscar opciones creativas para que los padres no los retiren de las clases.

Por lo general, los niños que estudian en colegios privados tienen una serie de condiciones que les permiten aprender más fácilmente: pertenecen a las capas medias y altas; por lo menos uno de los padres es profesional; el barrio donde viven no es altamente peligroso; tienen una alimentación y cuidados de salud adecuados; cuentan con los libros y materiales escolares que necesitan; los docentes que los educan están bajo inspección y su familia se involucra en sus estudios, pues no desea “perder” el dinero invertido. La realidad de los hijos de familias de escasos recursos es totalmente opuesta.

Hay una serie de investigaciones realizadas en Estados Unidos y en Europa acerca de los efectos de la pobreza en los campos físico, psicológico y hasta neurológico de niños y adolescentes que han crecido en hogares disfuncionales o que han vivido en comunidades con algún grado de violencia. En esos niños preescolares se han detectado consecuencias psicológicas, tales como distracción, miedo, tristeza, dificultad para permanecer sentados, concentrarse y seguir direcciones, así como para autocontrolarse o calmarse después de un disgusto. Y si encima se comete el error de querer enseñar a leer, escribir y sumar en una etapa tan temprana, el nivel de tensión (estrés) aumenta y el buen comportamiento individual y la socialización se retrasan.

Las consecuencias físicas de la pobreza son la desnutrición y la mala salud, entre otras, pero si además en el hogar hay alcoholismo, castigos físicos, y en la comunidad hay bandas, drogas y violencia, los adolescentes son los que más sufren. La tensión en la adolescencia produce problemas serios y duraderos, que pueden tener consecuencias para el resto de la vida; tienen baja autoestima porque resienten ser carga para los padres o los abuelos, les parece que no tienen ningún valor; si han sufrido abuso sexual, la ansiedad y la depresión se tomarán su vida. Estos sentimientos son el caldo de cultivo para las adicciones, la actividad sexual temprana, los embarazos precoces, las enfermedades crónicas y hasta las tendencias autodestructivas.

¿Es extraño que la mayor cantidad de desertores pertenezca a este grupo etario? ¿Es raro que un número significativo no termine la media? ¿Con solo asistir a una escuela privada, se borrarán los traumas que han sufrido desde la primera infancia? Lo lógico sería que el Estado invirtiera ese dinero para mejorar la situación social de las comunidades más pobres. Los ministerios sociales pueden y deben, mediante acciones concertadas, desarrollar proyectos para atender a la niñez y la adolescencia, a las madres muy jóvenes, a los adictos. Las universidades, por su parte, deben apoyar a la escuela para atender los déficits de aprendizaje.

Hace años que la empresa privada está intentando que el presupuesto de Educación pase a sus manos. ¡Es que las escuelas particulares han resultado un buen negocio! Asignar 4% o 5% del presupuesto nacional para atender de manera gratuita a la población estudiantil de todo el país es una miseria. Si no, pregúntenles a los dueños de escuelas particulares por qué cobran tan elevadas matrículas y mensualidades, por qué piden donaciones y por qué los clubes de padres de familia deben hacer rifas y otras actividades pecuniarias a favor de los colegios.

Para los empresarios y para el Gobierno será muy fácil decir: “Les hemos dado un váucher, y aún así, fracasan y desertan de la escuela; están perdidos, ya no hay nada que hacer por ellos”. Esto les permitiría lavarse las manos, incluso, cuando una gran cantidad de niños y jóvenes tengan que delinquir para poder comer. ¿Es de ese modo inhumano y ruin como se pretende ingresar a la sociedad del conocimiento?

Educar no es instruir. La educación se encarga del sistema cognitivo, pero también de formar el carácter, inculcar valores y desarrollar las habilidades que permitan el logro de una vida buena y de una sociedad humanista y solidaria.

Tomado de: http://www.prensa.com/opinion/Educacion-iniquidad-Elda-Maud-Leon_0_4597040427.html

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Pedagogía y formación humana

Por. Eldan Maud Leon

Cuando se habla de pedagogía generalmente se piensa en los procedimientos y las técnicas para la enseñanza, sin referirla a los diversos factores que toman parte en la profesionalización del docente. Vista así, no es más que un instrumento.

La polémica acerca de si la pedagogía puede considerarse una ciencia se agudizó en el siglo XIX, cuando Immanuel Kant definió los requisitos del conocimiento científico basándose solo en las ciencias naturales. No obstante, la pedagogía no es reemplazable, ni siquiera por las didácticas especiales de cada ciencia. Esta aseveración, y mucho más, es lo que ilustra el doctor Rafael Flórez Ochoa en su libro Pedagogía del conocimiento que analizaremos a continuación.

Desde el pedagogo Commenio (siglo XVII) hasta hoy, existe una constante: se espera que la educación de niños y jóvenes funcione como un proceso de humanización. Jean-Jacques Rousseau y los filósofos ilustrados compartieron ese concepto enriquecido por la concepción de Hegel: “El hombre se desarrolla, se forma y se humaniza no por moldeamiento exterior, sino como enriquecimiento que se produce desde el interior mismo del sujeto, como un despliegue de la propia espiritualidad que se va forjando en el cultivo de la razón y de la sensibilidad, en el contacto con la cultura propia y universal, la filosofía, las ciencias, el arte y el lenguaje”. Sin duda, ese es el objeto de una pedagogía científica.

La condición del ser humano es formarse, integrarse, convertirse en un ser espiritual capaz de ascender a la universalidad a través del trabajo y de la reflexión filosófica, partiendo de las propias raíces. La formación es el fin perdurable. Mientras tanto, formar a un ser humano es facilitarle que asuma su propia racionalidad, reconociendo fraternalmente a sus semejantes el mismo derecho y la misma dignidad. Este concepto de formación no es sustituible por habilidades y destrezas particulares, ni por objetivos específicos de instrucción, estos son, apenas, medios para formarse como ser espiritual.

En la actualidad, la pedagogía requiere dos cosas fundamentales: elaborar una teoría propia, así como métodos y mecanismos certeros de validación de su acción. Y la tarea básica de los pedagogos contemporáneos es resolver las preguntas que se hicieron los clásicos: ¿en qué sentido o hacia dónde se humaniza un individuo?; ¿cómo se desarrolla este proceso de humanización?; ¿con qué experiencias?; ¿con qué técnicas y métodos?; ¿cómo se regula la interacción maestro-alumno? Hoy, estas preguntas deberían tener respuestas un tanto diferentes.

El objeto pedagógico es complejo e histórico: el aprendiz solo se forma en interacción con el conocimiento y la verdad, en conexión con la historia y la cultura. Sus estructuras cognoscitivas, como organizaciones mentales de la experiencia previa, se reestructuran permanentemente, se “acomodan” con los nuevos aprendizajes.

Gracias al avance de la ciencia es posible idear principios pedagógicos y criterios que permitan influir en la estructura cognoscitiva previa del aprendiz, así como elaborar los aspectos teóricos que le faciliten nuevas estrategias de procesamiento de la información, de síntesis, interpretación, organización y su transformación en nuevos aprendizajes.

La pedagogía no solo es aplicable a los niños, todos los individuos están en desarrollo ininterrumpido; la estructura cognitiva nunca está acabada, siempre podrá reestructurarse por una nueva experiencia o una nueva concepción del mundo. El proceso de conocimiento y autoformación espiritual dura toda la vida.

Actualmente, la posibilidad de una ciencia pedagógica implica superar el método como estrategia que guía la enseñanza, es decir, que la normatividad que preside este proceso emane de la comprensión teórica sobre la interacción entre el pensamiento científico-cultural contemporáneo y la actividad cognoscitiva de los sujetos en formación.

Resta decir que para lograr calidad en la educación se necesita que la actividad educativa esté basada en una teoría pedagógica y que los educadores estén formados con ella como plataforma de base. Quedan abiertas dos interrogantes: ¿Cómo podemos reconocer que estamos en presencia de una teoría pedagógica? ¿Cómo determinar que una práctica escolar es antipedagógica?

Fuente: http://www.prensa.com/opinion/Pedagogia-formacion-Elda-Maud-Leon_0_4576792332.html

Imagen:http://4.bp.blogspot.com/-BrM_LglygKI/TqDaqIPixyI/AAAAAAAAAEg/OU52iC6rx9s/s1600/PEDAGOGIA+1.jpg

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