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Las tres guerras de la vacuna contra el coronavirus

Por: Eduardo Febbro 


El descubrimiento, la distribución y las licencias originaron enfrentamientos que están muy lejos de resolverse. La historia de espías, contratos oscuros, atrasos y mercado negro, donde la vacuna se vende entre 250 y 350 euros «con entrega garantizada en cualquier lugar del mundo».


La vacuna contra la covid-19 dio lugar a dos guerras, y hay una tercera más agazapada en el horizonte: la primera fue por su descubrimiento; la segunda, en curso, por su distribución, y la tercera, por venir, concierne las licencias. Las dos primeras guerras dejaron a los países del sur relegados en los estantes de las buenas intenciones: Occidente compró el 90% de las dosis producidas por los laboratorios de Estados Unidos.

En la primera guerra, Estados Unidos, con los laboratorios Pfizer-BioNTech (BioNTech es alemán) y Moderna, Gran Bretaña y Suecia con la vacuna AstraZeneca/Oxford, China con las vacunas Sinopharm y Sinovac y Rusia con la vacuna Sputnik V fueron los actores que monopolizaron la escena.

La segunda guerra, la de la distribución, es un laberinto que se complica cada día. ”El tema de la distribución se ha convertido en una auténtica encrucijada política”, afirma la politóloga Amandine Crespy. Esa guerra entre laboratorios y Estados por el suministro de las dosis necesarias es una disputa que ya tiene un nombre: ”la diplomacia de la probeta”. Los Estados elaboraron una agenda que debía aplicarse en el terreno durante las campañas de vacunación, pero los laboratorios, principalmente Pfizer-BioNTech y AstraZeneca, regulan el abastecimiento según sus intereses, sin respetar sus compromisos.

Francia había calculado vacunar a cuatro millones de personas a finales de febrero de 2021, pero sólo poco más de dos millones de personas recibirán su dosis. Pfizer-BioNTech redujo el suministro en un 20% y AstraZeneca/Oxford lo hizo en una escala muy superior. El laboratorio británico-sueco ya anunció que apenas suministrará una cuarta parte de los 400 millones de dosis destinadas a la Unión Europea, de las cuales 100 millones durante el primer trimestre. El contrato fue firmado en agosto de 2020 entre los británicos y la Comisión de Bruselas e incluía el pago de 365 millones de euros.

La vacuna AstraZeneca/Oxford presentaba la mejor opción. Su producción es menos costosa y, también, es más fácil de conservar y transportar. La fórmula Pfizer/BioNTech requiere que sea mantenida a temperaturas muy baja (70 grados bajo cero). La comisaria europea de la Salud, Stella Kyriakides, acusa a los británicos de incorrección: ”la idea según la cual la empresa podría saltarse sus compromisos no es ni correcta, ni aceptable”, dijo Stella Kyriakides. Pascal Soriot, el presidente del grupo del Reino Unido, alega que “Londres había estipulado que el abastecimiento preveniente de la planta británica sería destinado, primero, al Reino Unido”.

Con 32 millones de personas infectadas y más de 700.000 muertos, la región de Europa hizo una apuesta doble: para empezar, optó por la primera vacuna disponible y autorizada (Pfizer-BioNTech), luego por Moderna y después, antes de que la UE la aprobara, la de AstraZeneca/Oxford, más económica y más fácil de distribuir. Recién el viernes 29 de enero de 2021 la Agencia Europea del Medicamento (EMA) autorizó la formula de AstraZeneca.

La vacuna rusa Sputnik V y las dos chinas no circulan en los países de la Unión Europea. Sólo un país miembro, Hungría, autorizó la vacuna rusa Sputnik V y la del laboratorio chino Sinopharm. En esta batalla por la distribución se esbozan claramente las líneas de las fracturas que dividen al mundo. Por un lado, los países de Occidente se vuelcan exclusivamente a sus vacunas y se apoderan de ellas a fuerza de millones de dólares. Por el otro, China y Rusia compiten con las potencias de Occidente. Pascal Boniface, director del Instituto francés de Relaciones Internacionales y estratégicas (IRIS) señala que “en esta rivalidad estratégica se nota muy bien que emana un perfume de Guerra fría”.

La Argentina percibió muy temprano esa trama e hizo un gesto lleno de significados. El presidente Alberto Fernández fue el primer jefe de Estado de América Latina que se vacunó con la vacuna rusa Sputnik V producida por el laboratorio ruso Gamaleya luego de que la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) autorizara uso para mayores de 60 años.

La geopolítica de la vacuna esconde, en su frenética carrera, una disputa por el poder mundial, el abandono de los países del sur y una falencia muy profunda: Primero, aparece como la primera gran batalla geopolítica del Siglo XXI implicando a los bloques de poder. Segundo, ¿por qué fueron los laboratorios privados quienes concentraron la potestad de la producción, el abastecimiento así como los beneficios de las patentes y no, como debió ser ante una pandemia global que movilizó a la ciencia de todos los continentes, una alianza mundial que, una vez descubierta la vacuna, habría ofrecido la licencia para que se produjera libremente? La incoherencia es tanto más drástica cuanto que la investigación, la producción y la distribución fueron financiadas con fondos públicos. Tercero, las potencias de Occidente acapararon sin vergüenza la producción mundial.

En 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha el mecanismo Covax para que todo el planeta accediera a la vacuna en condiciones de igualdad (700 millones de dosis para 92 países), pero, al final, fueron los intereses privados y nacionales los que prevalecieron. La investigación médica mutó con el virus en una contienda geopolítica mayor. Solo el laboratorio Moderna confirmó que no haría valer sus patentes relacionadas con las vacunas contra la covid-19 durante la pandemia ante “aquellos que fabriquen vacunas destinadas a combatir la pandemia”, según indicó la compañía. En 2020, el presidente francés, Emmanuel Macron, expresó su deseo de que la vacuna anti covid-19 fuese “un bien público mundial”. Pero la vacuna es todo menos un bien público. Es un tesoro reservado a las potencias.

El pasado 26 de enero, en Davos, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, fustigó el egoísmo occidental: ”Los países ricos compraron grandes cantidades de vacunas, incluso en volúmenes superiores a los de su población, con la meta de acumular esas vacunas, y ello en detrimento de otros países del mundo que también las necesitan mucho”. La denuncia del mandatario repercute en una cifra: la Unión Europea encargó 2,3 mil millones de dosis para sus 450 millones de habitantes. Comparativamente, África entera reservó 870 millones de vacunas para una población de 1,3 mil millones de habitantes. La igualdad ante la vacuna es un fracaso moral absoluto. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, aclaró que “el nacionalismo vacunal puede servir los objetivos políticos a corto plazo, pero a cada nación le conviene económicamente y a mediano plazo respaldar la equidad de las vacunas”. La diplomacia agresiva del frasquito tiene un costo faraónico. Según un estudio de la Cámara Internacional de Comercio, el nacionalismo vacunal podría costar hasta 9,2 mil millones de euros a la economía mundial. Pascal Boniface resalta que en toda esta historia “no es el multilateralismo promovido por la OMS el que gana, sino, más bien, el sálvese quien pueda. La línea Norte / Sur es muy evidente. Todo esto dejará huellas y rencores en los países del sur”.

Las ONG exigen desde el principio de la pandemia y de las investigaciones científicas que los monopolios farmacéuticos renuncien a los beneficios de las licencias o patentes de la vacuna. La iniciativa la activaron India y África del Sur y fue respaldada por Amnesty International, Frontline Aids, Global Justice Now, Oxfam y Médicos sin fronteras. Todos plantean que el monopolio que ejercen los laboratorios sobre la propiedad intelectual de las patentes se suspenda durante la fase de la pandemia. Los laboratorios rehúsan suspender temporalmente las patentes con el argumento de que fue la propiedad intelectual la que potenció las investigaciones y, por consiguiente, el descubrimiento de la vacuna contra la covid-19. El argumento es falso. Como lo recuerda Médicos sin Fronteras “en realidad, han sido los recursos estatales y la financiación filantrópica los principales impulsores de los esfuerzos de investigación sin precedentes”.

En este contexto, por ejemplo, Estados Unidos contribuyó con 2. 000 millones de dólares. Julia Heres García, la responsable de Oxfam, resume el abismo ante el que están parados los países en desarrollo: ”las capacidades de producción actuales y la captura que llevaron a cabo los países ricos implica que pocos países pobres o endeudados tendrán acceso a la vacunación durante 2021”. La financiación pública y la contribución de decenas de miles de médicos, científicos, enfermeras, enfermeros y pacientes todo el mundo ha sido la clave en esta proeza científica que permitió que en menos de un año se dispusiera de un antídoto cuando una empresa semejante necesita una década. En Europa, el grupo «Pas de profits sur la pandémie» (Sin beneficios con la pandemia) lanzó una petición con vistas a que la Comisión Europea haga lo necesario para que los tratamientos contra la pandemia “sean un bien público mundial, accesible a todos”. La Comisión actuó al revés: negoció contratos millonarios con seis laboratorios que aún hoy están cubiertos por una “clausula de confidencialidad”.

Por ahora, el nacionalismo vacunal, la diplomacia de la probeta y la guerra entre Estados y laboratorios ha paralizado esa posibilidad. Sólo China parece haber cumplido con su compromiso inicial, incluso si la eficacia absoluta de su formula aún no está completamente probada. La competencia por el soft-power la ganó incontestablemente Pekín. El 18 de mayo de 2020, durante la Asamblea Mundial de la salud, el presidente chino, Xi Jinping, dijo que la vocación de las vacunas elaboradas en China era ser “un bien público mundial”. Antoine Bondaz, investigador en la Fundación para la investigación estratégica (FRS), explica aquí que “en la diplomacia de la vacuna, China cuenta con muchas cosas a favor: varias vacunas, una capacidad de producción importantísima y una prioridad muy transparente: suministrar rápidamente la vacuna a los países en vías de desarrollo”. Queda pendiente una esperanza: que otros laboratorios y países descubran más vacunas y que ello abra el corazón de los mezquinos y compartan los conocimientos y las licencias.

La farmacéutica estadounidense Johnson & Johnson anunció que su vacuna de una sola dosis alcanza una eficacia del 66%. Otros países prestigiosos o centros de investigación con los que se contaba se quedaron sorprendentemente fuera de juego. Es el caso de Francia y la pareja formada por el Instituto Pasteur y la multinacional Sanofi, cuyo presidente había dicho que su vacuna estaba destinada “al mejor postor”. Sanofi se durmió al borde de la ruta y las investigaciones del Instituto Pasteur no prosperaron.

En este enredo monumental que comenzó en 2020 con el caótico y vergonzoso episodio de la guerra por las máscaras entre potencias occidentales, la Argentina adoptó un perfil ecuménico: hizo acuerdos con todos sin cerrar la puerta a ninguno ni meterse en pesadillas o conjuras geopolíticas.

El 28 de diciembre de 2020, luego de recibir 300.000 unidades de la vacuna Sputnik V, la Argentina pasó a ser el primer país de América Latina en llevar a cabo una campaña de vacunación masiva y simultánea en todo su territorio. Dos días después, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica argentina (ANMAT) aprobó la vacuna de la Universidad de Oxford y la empresa AstraZeneca. Buenos Aires fue así el segundo país del mundo (después del Reino Unido) en introducir esa fórmula.

La Argentina también participó en pruebas de voluntarios de la fase 3 de la vacuna de Pfizer/BioNTech, así como en la del grupo chino Sinopharm, con el cual llegó a un acuerdo para el abastecimiento de 1 millón de dosis a fines de enero. Buenos Aires se aseguró también 9 millones de dosis prevenientes del mecanismo de compa colectiva desarrollado por la OMS, el Covax (finales de febrero). Simultáneamente, el Estado, a través del Conicet y la Universidad Nacional de San Martín, respaldó el desarrollo de la vacuna argentina (hay otra en curso en la Universidad Nacional del Litoral). El presidente Alberto Fernández no se cerró a ninguna opción y acabó integrando como solución nacional las ofertas por donde circulan las fisuras que fraccionan al mundo en ejes de poder y antagonismos: Estados Unidos, Rusia, China, Europa. La vacuna para vencer a la epidemia está lejos de ser “un bien común” de la humanidad. Su gestación y suministro contienen, más bien, los rasgos comunes de la condición humana: la guerra, el egoísmo, el deseo de sacar beneficios y la indolencia ante el sufrimiento de los prójimos.

Espías, contratos oscuros, atrasos y mercado negro

A la Agencia Europea de Medicamentos le robaron datos sobre la evaluación de la vacuna Pfizer/BioNTech y las posteriores negociaciones que luego aparecieron difundidos en el Dark Web. Son, en total, 20 elementos y 19 correos electrónicos intercambiados entre el 10 y el 25 de noviembre cuya lectura constituye una demostración contundente sobre las presiones a las que fueron sometidos los miembros de la AME para aprobar la distribución de esa vacuna.

El 19 de noviembre, en un correo con un miembro de la Agencia dinamarquesa de los medicamentos, un responsable de la Agencia Europea se dice “sorprendido” de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, haya “identificado con claridad las dos vacunas que podrían ser aprobadas antes de fin de año (se trata de Pfizer-BioNTech y Moderna) cuando todavía hay problemas con ambas”. Esos “problemas” aparecen planteados en otro correo, donde la AME expones “tres objeciones mayores”: varias plantas de producción no habían sido aún examinadas, faltaban datos sobre los lotes comerciales de la vacuna y, sobre todo, los datos de que se disponía mostraban diferencias cualitativas entre los lotes comerciales y los que se habían utilizado durante los ensayos clínicos.

Esa fue, durante varios días, la principal preocupación de los evaluadores de la Agencia porque el porcentaje de ARN íntegro era inferior al que se constató en las pruebas clínicas. Los lotes comerciales contenían un promedio de 51% a 59% de ARN contra 69% y 81% para los otros. La agencia juzgó que se trataba de “un punto de bloqueo” (23 de noviembre). El ARN es el elemento clave de la vacuna porque, una vez inyectada, el ARN fabrica la proteína Spike del virus con la cual el sistema inmunitario reconoce el componente patógeno y lo neutraliza.

El 26 de noviembre, Pfizer y BioNTech aclararon varios puntos en duda y prometieron aumentar la integridad del ARN a un 60% en las primeras producciones de la vacuna. Sin embargo, el 30 de noviembre, la EMA insiste con sus dudas y escribe que “esos problemas son considerados como críticos”. Al final, el 21 de diciembre, la Agencia Europea de Medicamentos dio el visto bueno a la fórmula Pfizer/BioNTech. La autorización intervino tres semanas después de la otorgada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, un plazo que la Comisión Europea juzgó “inadmisible”. Interpelada por el vespertino Le Monde sobre esos “problemas críticos”, la agencia respondió que “la empresa (el laboratorio) pudo resolver esos problemas y suministrar las informaciones y los datos necesarios para que la EMA evolucionara hacia una recomendación positiva de la vacuna”. ¿Y quien robó los datos ? Algunos culpan a Rusia, otros a grupos industriales adversos. Los documentos difundidos en el Dark Web llevan un titulo muy simbólico: «pruebas sobre la gran estafa de los datos de las vacunas de Pfizer”. 

Lo cierto es que la rápida autorización para que la vacuna Pfizer/BioNTech ingresara en los países de la Unión Europea condujo a otro enorme problema: la demora en la entrega de las dosis prometidas y la aparición de un mercado negro.

El 15 de enero de 2021, Pfizer/BioNTech anunció que, a raíz de una serie de obras que debía realizar en su planta belga situada en Puurs para mejorar la producción, no estaba en condiciones de cumplir con el calendario fijado. El golpe fue doble: en primer lugar, la campaña inicial de vacunación prevista en la Unión Europea no se cumplirá en los plazos establecidos; en segundo, como la vacuna Pfizer-BioNTech requiere dos inyecciones con un intervalo de cuatro semanas, no es seguro que esta segunda fase pueda cumplirse. ”Falta de claridad y de seguridad”, ”golpe a la credibilidad”, la Comisión europea y varios países reaccionaron con tono fuerte. La UE se quedó renga.

En total, la Comisión de Bruselas firmó contrato con seis laboratorios para garantizarse los 2,3 mil millones de dosis: Pfizer-BioNTech, Moderna, CureVac, Johnson & Johnson, AstraZeneca, Sanofi-GSK. Solo tres fueron autorizados hasta hoy, es decir, Pfizer-BioNTech, Moderna y AstraZeneca. Pagó por ello 2,1 mil millones de euros. Sin embargo, salvo uno, el del laboratorio alemán CureVac, las condiciones efectivas de los otros 5 contratos permanecen en la sombra. Incluso en el contrato con CureVac persisten agujeros negros. El diputado europeo Pascal Canfin comentó: ”hay preguntas claves sin respuesta. Hay parágrafos enteros tachados o ilegibles”. Ni siquiera se conoce el precio negociado por la Comisión Europea. Las condiciones de “confidencialidad” impiden que se conozca la verdad de un paquete de contratos que la Comisión negoció… en nombre de los 27 países de la UE. El método no ha hecho más que aumentar la desconfianza de la sociedad frente los laboratorios, la vacuna y la dirigencia política. Mandan los laboratorios y no el poder político.

La otra consecuencia ha sido la aparición de un mercado negro de la vacuna. Página/12 consultó los portales internet del Dark Web donde la vacuna se vende entre 250 y 350 euros “con entrega garantizada en cualquier lugar del mundo”. La propuesta es imposible: la vacuna Pfizer-BioNTech necesita conservarse a 70 grados bajo cero, una condición imposible de respetar si la vacuna se envía por correo. Jürgen Stock, el secretario general de Interpol, reconoció que “las organizaciones criminales proyectan infiltrar y perturbar el circuito de abastecimiento”. Hay otras estafas más inocentes. En el aeropuerto de París Roissy-Charles-de-Gaulle se pueden comprar por un monto que oscila entre los 150 y los 300 euros falsos certificados de PCR negativos. Lo peor del ser humano goza de muy buena salud.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/320764-las-tres-guerras-de-la-vacuna-contra-el-coronavirus

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Elecciones en Estados Unidos: «pueblo de brutos»

«Si pierden el camino de la libertad, miren hacia el Sur»

«La condición de un pueblo embrutecido es peor que la condición de un pueblo de brutos «. 257 años separan esta frase escrita en 1763 por el filosofo francés y creador de la Enciclopedia Denis Diderot de este final de 2020. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos en este momento respira en cada palabra de esa frase. Un pueblo embrutecido elige a un déspota y regala su libertad. La brevedad lapidaria de Diderot retrata magistralmente, más allá de los tiempos, la involución dramática de una sociedad y de una cultura que representó lo más avanzado de la modernidad democrática, muy por encima del cínico almidón europeo.

Donald Trump boicotea su propio país con la misma filosofía con la que los esbirros de Washington boicotearon nuestras democracias durante un largo periodo del Siglo XX. Sus sicarios se llamaron Pinochet, Videla, Duarte, Bordaberry o Stroessner y diseminaron en los años 70 un tendal de horrores que la memoria colectiva guarda como actos de barbarie encubiertos por la impunidad y la fuerza. De Siglo a Siglo, de Pinochet y Videla a Donald Trump, se derrumba una ficción alimentada por el imperio y surge, potente e íntegra, una fuerza que dio vuelta la historia y puso al Sur de América en el camino de su resurrección soberana y al exportador de crímenes ante los mismos extremos que el expandió. La víctima de esos crímenes tiene las manos en las riendas de su destino. Chile, con el plebiscito para la reforma de la Constitución, se sacó de encima la herencia del autoritarismo, de la violación de la ley y la contaminación de las instituciones con la que Trump ha gobernado e intenta seguir en el poder. La historia vuelve a ser nuestra y respira en el Sur.

Los procesos son simultáneosChile se libera y nos libera en lo real y lo simbólico de ese pasado de sicariato, de una Constitución diseñada en Washington, mientras Estados Unidos ingresa en el túnel del tiempo del que Chile acaba de salir: el imperio que exportó muertes, torturas y dictaduras se fabricó un autócrata mentiroso y corrupto que pisoteó todas las leyes y dejará un legado mucho más arraigado de lo que se sospecha: el trumpismo no se acaba con Donald Trump sino que recién empieza.

En 2020, Donald Trump le agregó 5 millones de votos (68 millones) a los que había obtenido en 2016. Instituciones vaciadas o corrompidas, un Partido Republicano aliado a lo más nefasto que haya existido y orientado hacia la confrontación y la trampa, servicios secretos y organismos de seguridad en el fango y una Corte Suprema cautiva del trumpismo se han instalado por unas cuántas décadas en el corazón de esa democracia degradada. Mientras Chile despedía el legado de la dictadura-cultura que Washington exportó, Estados Unidos entraba de lleno en la era del autoritarismo mesiánico. El renacido espectro de Augusto Pinochet se mudó al Capitolio y allí permanecerá por un tiempo. En el discurso que pronunció cuando prestó juramento (27 de enero de 2017), Trump saludó a aquellos norteamericanos que habían votado por él “para formar un movimiento histórico como el mundo jamás ha visto hasta el momento”. Y allí está, lejos, muy lejos de la “majestad de la democracia norteamericana” con la que el ex presidente Georges Bush saludó la victoria de Bill Clinton en las elecciones de 1993.

La “majestad” es un trapo pisoteado por un demente en quien millones de votantes siguen viendo un Mesías. Trump es más que Trump: es el interciso a través del cual se ve el derrumbe moral de una sociedad que se cansó de fabricar en el cine héroes morales para terminar eligiendo al actor más acabado de la inmoralidad. El sueño americano se transmutó en pesadilla planetaria. En el abismo entre uno y otro, del sueño a la pesadilla, no sólo cae la puerilidad del mito. En esa caída también se desnuda nuestra mansa y constante rendición a los pies de un modelo cultural, financiero y tecnológico que ha hipnotizado a todo el planeta. Los años durante los cuales, en América Latina y en Europa, se exploraban y realizaban intentos de estéticas soberanas en muchos campos culturales se esfumaron o reciclaron en una dependencia cultural y tecnológica que no tiene precedentes en la historia humana. Jamás hubo tantos millones de seres humanos, oriundos de culturas y geografías tan diferentes como distantes, usando o mirando embobados los productos confeccionados por un mismo imperio.

La dependencia mental con respecto a Estados Unidos ha sido una abdicación global. Ni siquiera el imperio ha podido controlar sus propias invenciones. Ha acumulado una fuerza imperial tan destructora que ya no tiene armas para protegerse a sí mismo. Una vez más, Facebook, Twitter o YouTube fueron incapaces de frenar o gestionar el flujo de informaciones falsas generado por las elecciones en Estados Unidos y el posterior diluvio de aberraciones difundidas por Donald Trump y sus partidarios. En inglés –únicamente en inglés– Twitter colgó una advertencia sobre los dudosos mensajes de Trump, pero no evitó su propagación. En cuanto a Facebook, la totalidad de los mensajes mentirosos del mandatario denunciando supuestos “fraudes masivos” están en acceso libre. En español o en francés no hay freno alguno: los repetidores conspiracionistas los traducen y los retwittean con plena holgura. Así aparecieron en español mensajes vistos por millones de personas que hablaban de fraudes en Arizona o denunciaban la presencia imaginaria de milicias de ultra izquierda desplegándose en el territorio norteamericano. Ni hablar de YouTube y sus canales alternativos.

Las mal llamadas redes sociales han vuelto a probar que son Armas de embrutecimiento masivo (AEM). De esa subcultura surgió Qanon. Este grupo de extrema derecha radical, adepto a la violencia, híper trumpista, antisemita, islamofóbico, anti latino y anti afroamericano funciona mediante mensajes encriptados propagados en la red y cree que existe un Estado profundo manejado por una elite de pedófilos que conspira contra quien es, para ellos, el salvador del mundo, Donald Trump. Ese delirio violento presentó 20 candidatos y uno de ellos ingresó hace unos días a la Cámara baja: la hoy senadora Marjorie Greene (Georgia). Es rubia, racista, pro Qanon, armada hasta los dientes, promotora de una campaña bélica contra los “pedosatánicos” del supuesto “Deep State” y los socialistas. El FBI considera a Qanon como una amenaza terrorista con “capacidades de motivar a extremistas nacionales a llevar a cabo actividades criminales y violentas”. El más perfecto y expandido útil tecnológico engendró un monstruo que se come su propia democracia.

A los verdaderos demócratas de Occidente les vendría muy bien mirar hacia nuestro Sur para reinventarse. Hemos resistido dictaduras asesinas, a las desapariciones, las torturas, al terrorismo de Estado, a las privatizaciones, al colonialismo interior, a los evangelistas liberales, a la expoliación de nuestros recursos naturales, a la deslealtad de nuestras burguesías, a la manipulación de las instituciones, a la corrupción, la impunidad, el subdesarrollo, la desigualdad como filosofía política y a la guerra permanente que, desde el inicio, Estados Unidos le declaró a América Latina. Siempre han estado en guerra contra nosotros. No ha habido presidente norteamericano que no nos haya legado una dictadura. Obama nos dejó el golpe de Estado en Honduras (Manuel Zelaya) y Trump y la OEA la mascarada patética del golpe en Bolivia contra Evo Morales.

Hemos mirado a los ojos y respirado el aliento de la barbarie durante décadas. Nunca dejamos de ser el sueño colectivo de libertad con la que se forjaron nuestras historias americanas. ¡Qué enorme y sórdida paradoja ! Hoy le toca a la primera potencia mundial y a la democracia piloto luchar por su propia libertad. Y los demás imperios coloniales de Europa están sacudido e invadidos por una extrema derecha violenta y xenófoba que corroe todo lo que roza. La Argentina le está diciendo al mundo mucho más de lo que la confrontación interna y la basura mediática permite escuchar. Bolivia regresó a los tiempos modernos democráticos después de una pausa en el Siglo XIX y Chile desterró los suspiros moribundos de una infamia institucional. Los medios globales miran el Brasil de Bolsonaro, pero la epifanía somos nosotros. Late en ese triángulo mágico del Sur acechado y violentado que ha sabido restaurar y creer en lo que Occidente no cree más. El autoritarismo galopante que se extiende en Occidente contrasta con la lenta pero firme conquista de nuestras libertades.

El Siglo de las Luces que preside el nacimiento de la democracia occidental se dejó envolver por el sigilo de las sombras. ¿Quién nos hubiese dicho que un fantoche grosero convertiría la Casa Blanca en el Castillo sombrío de una autocracia naciente? El trumpismo nos revela mucho de nosotros porque enfoca, en su fatal contradicción, nuestra potencia emancipadora, los horrores que padecimos por la libertad y la forma irrenunciable en que la fuimos consolidando. También nos demuestra la futilidad de la dependencia y el costo que aún acarrea.

Hoy es el Sur quien puede ayudar, con las manos abiertas y la memoria sin rencores, al pueblo estadounidense a liberarse. Tenemos mucha experiencia en autócratas formados en Washington. Sabemos, mejor que ellos, cómo salir vivos y libres de la sumisión. No hemos levantado una Escuela de las Américas para capacitar dictadores como lo hizo Estados Unidos, sino desarrollado una práctica democrática con identidad nueva.

Empieza ya un viaje al revés. El Sur le puede transmitir al Norte la ética de la emancipación y la libertad que ese mismo Norte tantas y tantas veces interceptó para su conveniencia. Pueden contar con nosotros. Tal vez, nuestras debilidades e imperfecciones institucionales no nos legitimen ante Occidente. Pero somos hoy un halo de luz. Las sombras que proyecta el imperio iluminan nuestra propia grandeza colectiva, nuestro hondo pasado de violencia importada y nuestra resurrección soberana. Pueblo norteamericano, nuestras fosas comunes, nuestros vuelos de la muerte, nuestros desaparecidos, nuestros hijos robados, nuestros escuadrones de la muerte, nuestros pueblos originarios despojados, nuestras democracias vendidas son parte de la guerra encubierta que las sucesivas administraciones norteamericanas fueron implementando con los lacayos nacionales. Hemos vencido esas vicisitudes sangrientas. En la Argentina hemos hecho justicia y condenado a los criminales contra la humanidad. Tenemos mucha sabiduría acumulada para compartir. Si pierden el camino de la libertad, miren hacia el Sur.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/304212-elecciones-en-estados-unidos-pueblo-de-brutos

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Un paseo por París con los libertarios anticuarentena

Por: Eduardo Febbro

Es un grupo hostil a los políticos e insensible a las cifras de muertos por el virus.

Para los antibarbijo los gobernantes ”prefieren sacarnos la libertad y a cambio perder dinero», sostienen sentados en la terraza de un café, frente a comercios vacíos a raíz de la pandemia.

Desde París

Aquel día Florian gritó como nunca. En la Place de la Nation, con megáfono en mano, vociferó hasta extenuarse: “la máscara es la puerta de entrada a la dictadura mundial”. Ese 29 de agosto de 2020 no había más de 300 personas a su alrededor, todos contra el uso obligado de los barbijos embriagados en el grito “Liberté, Liberté”. La policía puso 126 multas por no llevar la máscara puesta, pero los rivales del tapabocas sentían que ya eran millones. La crisis del coronavirus movilizó a una amplia zona de la sociedad tradicionalmente hostil a las élites, poco creyente en las instituciones del Estado, recelosa ante los partidos políticos, hipnotizada por las redes sociales, sensible a las teorías complotistas y con una inclinación muy marcada a las actitudes libertarias.

Antibarbijos por excelencia

Casi todos se encontraron dentro del militante sector que refuta la pertinencia de la cuarentena, la eficacia de las máscaras y, globalmente, todas las medidas sanitarias adoptadas desde mediados de marzo. Son los anti máscaras por excelencia. Aunque hubo algunas agresiones, no queman barbijos ni agreden cobardemente a periodistas sin defensa como en la Argentina, ni se proponen tomar el edificio del Reichstag como ocurrió en Alemania.

 Odian a los periodistas y participan, en cambio, en el impetuoso debate sobre el dispositivo sanitario a través, sobre todo, de las trincheras de las redes sociales y de los medios que los invitan. Hay figuras públicas muy conocidas, así como varios líderes del movimiento de los chalecos amarillos que hizo tambalear al país en 2018 y 2019. A ellos se le suman otras personalidades que surgieron en los últimos meses. Gérard y Nicole Delépine son hoy dos emblemas de la militancia contra el tapabocas. Nicole es una oncóloga pediatra y Gérard un cirujano ortopédico, ambos jubilados y ya mega famosos. Al igual que todos aquellos que denuncian la “dictadura sanitaria”, sus argumentos caben en cinco principios: el confinamiento no ha servido para nada, los tapabocas son inútiles, la cloroquina es el único tratamiento eficaz contra la covid-19, no habrá segunda ola porque la epidemia ya pasó, la pandemia es una excusa para modificar el mundo, amordazar a los individuos e instaurar una nueva tiranía global.

La realidad de las cifras, la experimentación de tratamientos fallidos (Didier Raoult), los estudios comparativos, el cruce de datos y el incremento constante de la contaminación contradicen severamente sus argumentos. Sin embargo, nada los inmuta. Con tanta fortaleza como ternura, Nicole Delépine exhibe un montón de hojas con curvas comparativas y datos mientras dice a PáginaI12: “hemos atravesado una inmensa manipulación. El virus es un peligro mítico y las máscaras un bozal para que nos callemos la boca”. Julien y Martine son mucho más jóvenes (30 años), pero no menos persuadidos de que toda esta situación no es más que un “proyecto del Estado para someternos”. Julien es ingeniero en mecánica avanzada y Martine, su compañera, traductora del alemán al francés.

Figuras públicas militantes

Jean-Marie Bigard es uno de los cómicos más famosos de Francia. En su página de Facebook (un millón y medio de seguidores) explicó que la máscara resultaba tanto más incongruente cuanto que si el olor de una ventosidad pasaba a través de un jean, ”entonces el virus podía atravesar el tapabocas”. Maxime Nicolle, uno de los líderes de los chalecos amarillos, expuso los mismos argumentos en la televisión y en un video subido a Twitter, pero con el humo de un cigarrillo como ejemplo: fumó y mostró que, si el humo pasa por la tela, eso prueba que “el virus también traspasa la máscara”.

En contra de lo que se podría pensar, este club está compuesto por sectores sociales de niveles elevados. La fundación Jean-Jaurés publicó el 7 de setiembre un estudio sobre los antimáscaras y sus características sociodemográficas. ”63% son mujeres con un alto nivel educativo. Los ejecutivos y profesiones intelectuales superiores representan 36% de los opositores cuando solo constituyen el 18% en el conjunto de la población francesa. Al contrario, los obreros y los empleados representan 23% de los anti máscaras, o sea, la mitad de su peso real en la población francesa”. En Francia, 64% de la sociedad respalda el uso de los tapabocas, incluso en los lugares públicos abiertos.

PáginaI12 le propuso a Martine y Julien un paseo en inmersión por lo real. La cita se fijó en la esquina del Boulevard Saint Germain y Saint Michel con la idea de caminar por Saint Germain hasta la Rue des Saints-Pères. Esos casi dos kilómetros recorren una de las zonas más turísticas de París, las boutiques de lujo y cafés célebres como Le Deux Magots, Le Flore et Le Bonaparte. Los turistas deambulan como mariposas perdidas. Esta vez no hay nadie. Los comercios están vacíos y solo se salvan los cafés con amplias terrazas. Entramos a un par de boutiques para averiguar precios y entablar la conversación y conocer las consecuencias de la pandemia. Las respuestas fueron similares: entre 60% y 70% menos de ventas, personal cesado y amenaza de cierre. Nos sentamos en la terraza de la brasserie Le Rouquet y enseguida surgió la pregunta: “¿ ustedes creen realmente que el liberalismo está dispuesto a paralizar su sistema, perder dinero, cortar los intercambios y el consumo ?”. Para ellos, no caben dudas: ”prefieren sacarnos la libertad y a cambio perder dinero. Mientras tanto, con el pánico artificial que generan se preparan con leyes y trampas para intervenir las sociedades. Nos quieren convertir en corderos”, dice Martine. Al grupo se suma Florian, el joven de 32 años que participó en la manifestación contra las máscaras. Dice más o menos lo mismo: ”la pandemia ha terminado (7.000 contagios en un día), pero siguen y siguen dando cuerda en los medios serviles y mentirosos”. La doctora Delépine completa esa idea y asegura: ”las máscaras carecen hoy de todo sentido. Sólo sirven para expandir el miedo, paralizar la población y bloquear la reflexión. La máscara se ha convertido en un símbolo de la tiranía del poder y de la sumisión de los individuos”.

La encuesta de la Fundación Jean-Jaurés sitúa a los antimáscaras en todo el abanico político con una mayoría de 46% hacia la derecha y 36% hacia la izquierda. Varios rasgos mayoritarios identifican a los antimáscaras: rechazo a las instituciones o falta de confianza en ellas (apenas 6% cree en la institución presidencial), incluidos los hospitales, no se reconocen en la oposición izquierda-derecha (61%), sólo 14% cree en la prensa escrita, 2% en la televisión pero son 60% en tener confianza en los medios en línea y 51 en las redes sociales (78 % se informa por medio de internet contra 28% para el conjunto de la población del país). Su adhesión a las tesis complotistas es otro rasgo. 90% de los encuestados afirman que el Ministerio de Salud es un cómplice de la industria farmacéutica para ocultar la realidad sobre la nocividad del virus. Como lo resume el informe, los antitapabocas están impregnados en la idea de que las máscaras “están destinadas a testear a la población y serían el anunciador de la instauración de un nuevo orden mundial sin ninguna libertad para los ciudadanos”.

Los antimáscaras se alimentan en el seno de la llamada “burbuja cognitiva”, es decir, las redes sociales donde no circula ninguna opinión divergente y donde todo debate contradictorio está excluido. A los poderes públicos les preocupa lo que vendrá después: el 94% confirma que no aceptará que lo vacunen contra la covid-19 cuando se descubra la vacuna. Los ortodoxos de la libertad son insensibles a cualquier argumento científico, a los testimonios de médicos y enfermeros, al escalofriante tendal de muertos que ha dejado la pandemia y al hecho de que ellos mismos, escuderos del libre arbitrio y la soberanía, son objeto de una manipulación tan grosera como interesada por parte trolls, diseñadores de fake y científicos cuya credibilidad hace rato que es una broma siniestra.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/290994-un-paseo-por-paris-con-los-libertarios-anticuarentena

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Desterrados en París: un drama sin fin para los inmigrantes

Por: Eduardo Febbro

El impacto económico de la pandemia obligará a más personas a desplazarse.

Desde que se reabrieron las fronteras hace algunas semanas, inmigrantes de Somalia. Afganistán, Libia, entre otros, llegaron a la capital francesa para terminar amontonados, en su mayoría, en un suburbio del que acaban de ser desalojados.

Desde París

 La primera vez se asustó y se sintió agredido, la segunda salió corriendo, la tercera y cuarta trató de recuperar sus cosas y la quinta, es decir, ayer, dejó que todo ocurriera sin intervenir. Salió de la carpa, fue hasta el bus de la policía y miró desde allí “todo ese absurdo y esa injusticia que nos seguía cortando el camino”. Idil vivió este 29 de julio su quinta evacuación por la fuerza desde que llegó a Francia proveniente de Somalia. Junto a otros 2.000 inmigrantes oriundos de Sudán, Somalia, Tchad, Etiopía o Afganistán Idil se había instalado en uno de los campamentos improvisados que los inmigrantes van montando en la periferia Norte de París hasta que la policía los desaloja y trata de reubicarlos en hoteles y gimnasios de la zona. La víspera, el Prefecto de París, Didier Lallement, les había dado un plazo de “12 horas para abandonar el lugar”. La mayoría se quedaron y a la seis de la mañana el operativo comenzó a orillas del canal Saint-Denis, en la localidad de Aubervilliers.

La

situación era doblemente nociva: para los mismos inmigrantes expuestos ahora al calor y la insalubridad, y para las autoridades, interpeladas pos los vecinos debido a la suciedad y las peleas entre comunidades distintas. ”De todas formas, no sabemos ni siquiera a dónde vamos a ir a parar. Lo más esencial es que alguien nos ayude porque ya no podemos más”, cuenta Saidi, un afgano con unos cuántos meses de residencia en la calles, primero en París, luego en las afueras. La evacuación es tensa. Hay mucha gente, muchos niños en las carpas, muchos policías y militantes de las asociaciones de protección al migrante (France Terre d’Asile, Solidarité Migrants Wilson), muchos gritos y nervios y miedo e incomunicación. Un destierro sobre muchos otros destierros. Cada respiración es una bocanada de tragedia. De un lado están los buses para los hombres solos, del otro el reservado a las familias. Michel, una militante de la asociación Utopía 56 que asiste a la evacuación, anticipa la crueldad del futuro:” volverán aquí u a otro lugar. Ni ellos tienen donde ir, ni el Estado la responsabilidad y la voluntad de asumir la situación. La gran mayoría de la gente que está aquí regresará a la calle dentro de un tiempo. Es un ciclo infernal”. Michel y otros militantes de France Terre d’Asile y Solidarité Migrants Wilson se apresuran para recuperar los utensilios y las carpas. Hay más de seiscientas (representan unos 10.000 euros) y, en un par de meses cuando llegue el invierno, salvarán unas cuantas idas.

Los inmigrantes son personas muy pobres, perseguidas en sus países, torturadas también, que saltaron al Mediterráneo en un barco cualquiera desde las costas de Libia y se salvaron porque un navío humanitario las rescatóOtros, como en el caso de los afganos, emprendieron un terrorífico viaje a través de Irán, Turquía y Grecia hasta llegar a Francia. Las cosas son ahora peor que antes. La pandemia no arregló el mundo, al contrario. Robert (France Terre d’Asile), desliza una frase que hiere como un latigazo por su carga de lúcida veracidad: «esta gente está más allá de la posibilidad de que algo cambie para ella, incluso si en un mes el liberalismo o las bolsas se vienen abajo. No son ni pobres ni ricos, ni víctimas de la desigualdad de los sistemas. Son las voces del otro lado de la fractura provocada por la improvisación occidental. Siempre los dejarán solos”. Ningún barco humanitario opera ya a lo largo de las costas de Libia para socorrer a los migrantes. Los últimos dos, el Ocean-Viking y el Sea-Watch, fueron, una vez más, víctimas del ardor perverso de los guarda costas italianos. Desde que se reabrieron las fronteras hace algunas semanas, los inmigrantes, sin embargo, continúan llegando para terminar amontonados, en su mayoría, en este un suburbio del que acaban de ser desalojados. 

Las cifras son imparables: durante los dos meses del confinamiento, en las orillas del canal Saint-Denis había unas 200 personas, luego, dos meses después del fin del encierro, ya sumaban 2.300. Su viaje no empieza por mar sino por tierra, a menudo en la frontera entre Irán y Turquía o en la misma Grecia a través de la no menos terrorífica “ruta de los Balcanes” (Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Croacia, Hungría). Desde allí zanjan todos los peligros que un ser humano pueda imaginar con tal de llegar a un país europeo seguro: los traficantes de personas, las autoridades turcas, las cárceles de Turquía, los robos, las violaciones, las agresiones, la corrupción de los policías de Albania, de Grecia, Croacia, Serbia o Hungría (les roban su dinero, sus pasaportes y sus teléfonos), las denuncias, los malos tratos o la persecución.

Osmane, un somalí con más de cinco años de residencia en Francia, espera tranquilo sentado en el bus. Cuenta que “los nuevos, los que llegaron hace dos meses, me dan un poco de pena. ¡Han hecho tanto, sufrido tanto para llegar hasta aquí !. Y mirá, mirá lo que les espera”. Osmane es el tango del migrante, la historia que, sin,- que sea contada, se refleja en la absorbente soledad de las miradas: en su caso huyó de Somalia para escapar de las milicias chabab, llegó a Francia, obtuvo los papeles, trabaja, pero nadie le alquila una casa, sea porque no le alcanza “sea porque no entiendo”, dice señalando a un hombre joven, conocido por todos debido a la adversidad de su historia. Es Chenar Gull Nasairi, el afgano. Pasó tres años en Alemania hasta que le negaron el asilo político. Se desplazó a Francia donde, este año, también se le negó el asilo. Aunque Gull Nasairi asegura que en Afganistán los talibanes le pusieron precio a su vida, la Corte Nacional del derecho de asilo no cree ni en su historia, ni en que sea afgano. Ya va por su tercer intento de suicidio. Hay otros ejemplos como él: les rechazan el asilo en Gran Bretaña, en Austria, en Alemania, en Francia y van así, con el correr de los años, probando de un país a otro.

Luis Barda, miembro de Médicos del Mundo, advierte que los flujos serán más importantes porque quienes estaban bloqueados por la pandemia y el cierre de las fronteras “ahora vuelven a los caminos”. Ismail y Faycal son hijos de ese flujo. Estos dos afganos estuvieron bloqueados en Serbia un par de meses y llevan apenas tres semanas en Francia. Recién ahora empiezan a entender que lo peor está por venir. Faycal cuenta con cierta desesperanza: «obtener una cita con la OFII (Office français de l’immigration et de l’intégration) para presentar un pedido de asilo es imposible”. Y hasta que no lo obtenga tampoco tendrá un estatuto, o sea, ayuda mínima. Por eso terminó a orillas del canal Saint-Denis. ”Fue una sorpresa. Después de todo lo que viví y ahora esto, la calle, las carpas, la policía, los periodistas, no sé, no sé…”.

El traqueteo y el ruido mundial que destapó la covid-19 silenció sus voces, pero su drama continúa siendo como un fino chorro de agua helada que cae sobre el rostro de mundo. Jagan Chapagain, Secretario general de la Federación Internacional de la Cruz Roja, anticipa que “el desastre económico de la pandemia y sus efectos devastadores obligarán a muchas personas a desplazarse más allá de sus fronteras. Muchos inmigrantes sentirán que, pese a los riesgos, atravesar el mar será más seguro que permanecer en sus países porque habrá, también, la posibilidad de una vacuna contra el virus”. El canal Saint-Denis recupera su fisionomía. Pero en este paseo al que vuelven los ciclistas ha quedado como un dolor cautivo, una tensión latente. Dentro de unos meses regresarán los inmigrantes, aquí o un poco más al Norte. Volverá la policía, las asociaciones, la palabra y la indiferencia. Ellos están en la frontera de todas las fronteras. Ese lugar donde se acepta la fatalidad sin hacer demasiado para detenerla.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/281874-desterrados-en-paris-un-drama-sin-fin-para-los-inmigrantes

 

 

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Un rebrote de coronavirus opaca el verano europeo

Las débiles señales de una reactivación de la pandemia se están multiplicando.

Reconfinamiento, máscaras obligatorias en los lugares públicos, vuelta el teletrabajo, control estricto de los pasajeros y avisos de no viajar a ciertas regiones.

Desde París

 

El coronavirus vuelve a rodear a más de la mitad de Europa con picos altísimos en España, Bélgica, Suecia, Rumania, Bulgaria y Francia. Aunque en el territorio francés no se constató un despegue masivo de la contaminación, el virus se propaga con una regularidad que, al igual que en otros países del mundo y del Viejo Continente, ha acarreado medidas suplementarias: reconfinamiento de ciertas zonas, máscaras obligatorias en los lugares públicos, vuelta el teletrabajo, control estricto de los pasajeros oriundos de 16 países (Francia), recomendaciones efusivas de no viajar a determinadas regiones de Europa como es el caso de Cataluña y nuevas cuarentenas impuestas a ciudadanos que lleguen de España (Gran Bretaña y Bélgica). La salud pública francesa advirtió que la cantidad de personas infectadas ha aumentado por tercera semana consecutiva. Los días del gran alivio que siguió al fin de la cuarentena empiezan a quedar atrás con el paso de las semanas. La Dirección General de la salud pública de Francia precisó en un comunicado que “hemos borrado una buena parte de los progresos realizados durante las primeras semanas del desconfinamiento”. La Organización mundial de la salud puso ahora el foco en Europa. La región fue objeto de un casi control de la pandemia para volver a ser una zona de alto riesgo. Más de 15,8 millones de personas fueron infectadas en el mundo desde finales de 2019 y otras 639.981 perdieron la vida. En Europa, la pandemia provocó la muerte de 207.599 personas e infectó a más de tres millones.

Lentamente, los países europeos empiezan a levantar nuevas murallas ante la evolución del virus y nadie descarta ya un confinamiento casi similar al de los meses de marzo, abril y mayo a partir mediados de septiembre. La indisciplina y el relajamiento son los principales motores que volvieron a reactivar la circulación del virus. El sueño con un verano normal ya no es más posible, lo mismo que la apuesta por una reactivación progresiva de la actividad y, por consiguiente, de la economía. De hecho, los desplazamientos de cientos de miles de seres humanos provocados por las vacaciones son un factor de alarma permanente. Se vuelve a tener la sensación de una imprecisión en las medidas preventivas y un cálculo demasiado optimista ante la persistencia del virus. Decenas de clúster reaparecen en todos los territorios de Europa. En el hospital de la Pitié-Salpêtrière de la capital francesa las carpas instaladas durante la peor fase de la pandemia ya fueron desmontadas.

 Los médicos aseguran que, si bien las señales débiles de una reactivación de la pandemia se están multiplicando, la aceleración brutal no se ha constatado todavía. El ministerio francés de salud contabiliza “un número de casos superior a los mil, es decir, un nivel compatible con el que se dio a finales del confinamiento”. En el curso de las últimas tres semanas el porcentaje de casos detectados aumentó en un 66 porciento para un total de 215 clusters epidémicos censados en el país. Entre el jueves 23 de julio y el sábado 25 10 personas murieron en Francia, donde la tasa de reproducción del virus llega a 1,3, lo que equivale a que cada persona contaminada transmite la enfermad a 1,3 personas. 

Francia impuso test para pasajeros oriundos de 16 países. En la lista no figura la Argentina, pero sí Estados Unidos, Brasil, Panamá y Perú. El resurgimiento de la pandemia se está globalizando. Entre el jueves y el viernes pasado se registraron 280 mil casos diarios en el planeta al mismo tiempo que los gobiernos, forzados a implementar medidas duras, pierden el respaldo de las poblaciones (Gran Bretaña y Estados Unidos, en primer lugar). Entre principios de julio y casi finales de mes 5 millones de personas fueron infectadas en todo el planeta con una marcada curva ascendente en Europa. Según el portavoz de la rama europea de la OMS “el resurgimiento del Covid-19 en ciertos países luego de levantamiento de varias medidas barreras es ciertamente una causa de preocupación”. Las autoridades sanitarias insisten en decir que “resulta más necesario que nunca volver a una disciplina colectiva”.

Esta, sin embargo, no se constata en la calle. La gente se olvidó rápidamente de respetar de forma masiva las consignas básicas aún en vigor. Europa se va de vacaciones, pero el virus regresa a su demoledor trabajo. En Bélgica, por ejemplo, se registró un aumento del 89% de las infecciones. Si se toma en cuenta la variable muertos por cada millón de habitantes, Bélgica, con 859,5 muertos, figura primero en la lista seguida de Gran Bretaña (688,3), España (608,5), Italia (58,8), Suecia (559,5), Perú (557,8), Chile (475,9), Francia (450,8), Estados Unidos 444,9) y Brasil (406,9). En esta lista que incluye a 50 países la Argentina recién aparece en el puesto número 46 (63,1).

Fuente e imagen:  https://www.pagina12.com.ar/280854-un-rebrote-de-coronavirus-opaca-el-verano-europeo

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¿Un futuro social-ecológico? Las alianzas verdes-rosas-rojas en las elecciones francesas

Por: Eduardo Febbro

 

Los ecologistas, aliados con socialistas, comunistas y otras expresiones de la izquierda, lograron importantes victorias en la segunda vuelta de las elecciones municipales francesas. La pandemia de covid-19 actualizó muchas de las temáticas que ya estaban sobre la mesa, y el discurso verde capturó sobre todo el apoyo de sectores urbanos y juveniles de grandes ciudades.

Llegaron en bicicleta a la cima del poder municipal mediante una serie de pactos múltiples con las corrientes de la izquierda que empezaron a gestarse a finales de 2019, durante las manifestaciones en contra de la reforma de las jubilaciones, y se reforzaron a lo largo de los meses del confinamiento instaurado para combatir la pandemia de covid-19.

El pasado 28 de junio, al cabo de la segunda vuelta de las elecciones municipales, los ecologistas franceses fueron protagonistas de una consulta con varias connotaciones históricas: primero, hubo una altísima abstención de 60% del electorado; segundo, Europa Ecología los Verdes (EELV) y sus aliados de la izquierda y de los movimientos ciudadanos ganaron ciudades que, hasta ese momento, habían estado cautivas de la bipolaridad izquierda-derecha o directamente de la derecha: es el caso de la segunda ciudad de Francia, Marsella (860.000 habitantes), controlada por la derecha desde hace un cuarto de siglo y ganada ahora por Michèle Rubirola, al frente de la lista La Primavera Marsellesa; de Lyon, la tercera ciudad del país (550.000 habitantes) y, sobre todo, de Burdeos (259.000 habitantes). La capital de la Gironda es la perla de la nobleza, el bastión más arraigado de la aristocracia vitivinícola, y llevaba 75 años bajo el poder de conservadores y liberales. La alianza verde-rosa-rojo-ciudadana liderada por el abogado Pierre Hurmic desplazó a un candidato conservador respaldado por el macronismo y la derecha del ex-presidente Nicolas Sarkozy. En Lyon ocurrió lo mismo: las listas de la izquierda radical de Francia Insumisa y la de los socialistas se fusionaron con los verdes conducidos por Grégory Doucet y así vencieron a la derecha, que había forjado una alianza «antinatural» entre Gerard Collomb, ex-socialista y ministro del Interior del presidente Macron, y los conservadores del partido sarkozista Los Republicanos.

Esos esquemas se repitieron en Estrasburgo, Potiers, Annecy, Tours y Besançon (8 de las 40 ciudades con más de 100.000 habitantes) y en otras localidades pequeñas, lo que dejó a los verdes y a sus socios al timón local de más de dos millones de personas (9% del electorado). París tampoco fue ajena a esta tendencia. La alcaldesa de la capital francesa, la socialista Anne Hidalgo, revalidó su mandato ante la candidata de la derecha, Rachida Dati, y la ex-ministra de Salud de Macron, Agnès Buzyn, mediante una coalición con los ecologistas.

El batacazo de los ecologistas franceses contribuye a incrementar el peso político de esa corriente, que ya había modificado las relaciones de fuerzas en otros países de la Unión Europea y fuera de ella. Es el caso de Alemania, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Austria, Suiza, Suecia o Finlandia. La posibilidad de que se forme un «arco verde» entre los dos países que son el motor de la Unión Europea, Francia y Alemania, empieza a tomar cuerpo, tanto más cuanto que las elecciones alemanas se celebrarán en 2021 y las presidenciales francesas, en 2022.

El momento es clave, porque el ecologismo europeo despega justo cuando este 1° de julio Alemania asume la presidencia de la Unión Europea y los ciudadanos manifiestan un vuelco en sus tendencias. Las encuestas de opinión revelan que la ecología supera incluso a temas como la inmigración. La ministra alemana de Medio Ambiente, Svenja Schulze, difundió un sondeo donde 50% de la opinión pública de su país pone la política climática por encima de los estragos del coronavirus, las cuestiones migratorias y económicas o la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

La irrupción ecologista ha sido también una tabla de salvación para la moribunda socialdemocracia. En Francia, los socialistas adaptaron su retórica a la demanda verde y, allí donde fue posible, se asociaron con el ecologismo para no morir. La etiqueta «ecologista» es objeto de una apropiación de todos los partidos. La consulta municipal fue la primera que se llevó a cabo en un país central de la Unión Europea luego de la pandemia. Esta elección post-confinamiento prueba que el virus ha tenido una primera traducción electoral. El director del departamento Opinión de la consultora IFOP, Jérôme Fourquet, observa que «el modelo con que se leyó la epidemia fue la ecología, con muchos cuestionamientos sobre nuestros modos de vida y de consumo».

Sarcasmos, agresiones retóricas de mal gusto, calificaciones como «utopistas irresponsables» o advertencias sobre la «ecología punitiva» no disuadieron al electorado. En los años 90, el fundador de la extrema derecha francesa, Jean Marie Le Pen, los retrataba como «sandías», es decir, verdes por fuera y rojos por dentro. Durante la campaña de 2020, sus adversarios los apodaron los «Jemeres verdes», en alusión al régimen genocida camboyano de Pol Pot. La fórmula verde-rosa-roja-ciudadana innovó también en la posición privilegiada de las mujeres en las listas. Estrasburgo, Rennes, Besançon, Nantes, Marsella, París, Potiers o Lile están ya dirigidas por mujeres.

El fruto llegó a su madurez con la combinación de dos ingredientes internos al movimiento ecologista: a los militantes de los años 90, como el ahora alcalde de Burdeos, se les sumó la generación más joven del siglo XXI, en muchos casos decepcionada por el Partido Socialista y sus esperpénticas ambigüedades, y oriunda a menudo de la militancia en las ONG humanitarias o de defensa del medio ambiente (Gregory Doucet en Lyon, Jeanne Barseghian en Estrasburgo, entre tantos otros). Tienen un enfoque más igualitario y, sobre todo, menos corrompido por los engranajes partidarios.

El impacto del voto verde tiene otra variante a veces invisible, pero no menos importante: allí donde no ganó, la ecología fue una fuerza decisiva en la victoria de los candidatos de izquierda o socialistas. Un ejemplo es la ciudad de Montpellier, donde el socialista Michaël Delafosse se puso al frente de una lista compuesta por socialistas, comunistas y verdes.

El dirigente verde Yannick Jadot defiende un objetivo común para todos los mandatos municipales: «demostrar que la ecología en el poder es eficaz para la vida concreta de los franceses». El objetivo verde cumplió una etapa y anhela pesar más en las próximas elecciones. Jadot asegura que «de cara al futuro, aún debemos ampliar el círculo, ir desde la generación clima hasta los empresarios que invierten masivamente en la ecología. Es preciso lanzar una vasta unión en torno de la ecología de todas las fuerzas de la izquierda que lo desean y, más allá, de todos los ciudadanos que se reconocen en esta nueva matriz política». Los verdes venían con una dinámica positiva desde las elecciones europeas de 2019, donde quedaron en tercera posición con 13,47% de los votos, detrás del partido presidencial La República en Marcha (LREM), con 22,41%, y la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, con 23,31%.

Ese éxito terminó por remodelar y disciplinar a un partido que ya había iniciado una etapa de apaciguamiento en 2017. Hasta ese entonces, la ecología tenía una pátina adolescente tanto más manifiesta cuanto que sus líderes se comportaban en público como niños rabiosos. Peleas, odios, traiciones, divisiones y cóleras habían alimentado la crónica política del partido. Julio de 2020 trazó una línea sólida de lucidez. El poder está entre sus manos con perspectivas muy alentadoras hacia el futuro. Julien Bayou, secretario nacional de EELV, observaba que estas «nuevas victorias le permiten a la ecología arraigarse durablemente en los territorios, en varias ciudades y grandes metrópolis, pero también en los barrios populares donde la ecología no tiene eco». A veces, una dinámica de transformación suele tener consecuencias colaterales que exceden el terreno de lo que está en juego. Este ha sido el caso.

David Corman, ex-líder de los ecologistas, dirige su reflexión en esa dirección: «salimos de nuestra zona de confort, somos capaces de ganar en los bastiones de la izquierda (Potiers) y también ser una fuerza de propulsión para derrotar a LR y LRM (la derecha y el macronismo), como en Burdeos y Lyon. Nos hemos convertido en un valor de refugio para los electores que rompieron con Macron, pero también del electorado de izquierda que constata que el relato clásico de la socialdemocracia es obsoleto. Nuestro relato se impone al de la izquierda productivista». El análisis es pertinente porque los resultados de la elección arrojan una radiografía en la que sobresale la redistribución de los equilibrios en el seno de la izquierda. El Partido Comunista perdió prácticamente todos los bastiones que controlaba en los barrios populares desde hace más de medio siglo (Saint-Denis, Aubervilliers, Choisy-le-Roi, Champigny-sur-Marne, Arles). A su vez, la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, Francia Insumisa, fue la gran ausente y, salvo un par de casos, los socialistas permanecen en la bruma. Con un aparato reducido (EELV tiene apenas cuatro empleados), el ecologismo impuso sus temáticas y ascendió al rango de ímpetu motor. No hay en este momento controversia entre el PS y EELV. Los debilitados socialistas adelantan que están abiertos a respaldar «a quien encarne la social-ecología» (Olivier Faure, primer secretario del PS). Ambos entendieron que juntos son sinónimo de victoria. Yannick Jadot analiza: «la alternancia no se hace en competencia con el PS, sino en torno de la ecología. Allí donde ganamos fue con amplias uniones, con proyectos que tienen tres pies: la ecología, la solidaridad y la democracia». Los verdes permanecen modestos y alegan que no es su partido lo que cuenta, sino la ecología. La número dos de EELV, Sandra Regol, apuesta por esa dinámica cuando afirma: «en adelante, la división política pasa por el paradigma ecologista».

Aquellos jóvenes «inmaduros», en bicicleta, aquellos «jardineros utopistas» trastornaron la composición del atorado régimen político francés. La última vez que tuvieron alguna incidencia remonta a finales de los años 90. En 1997, cuando el socialista Lionel Jospin fue primer ministro, se formó una alianza conocida con el seductor sello de «izquierda plural» o «izquierda arcoíris» donde figuraban los ecologistas. Luego, ya nunca más consiguieron pisar fuerte. Recién en 2014, en las precedentes elecciones municipales, sembraron las semillas de la que saldría la selva de 2020. Sorpresivamente, el candidato ecologista Eric Piolle ganó la intendencia de la ciudad de Grenoble (170.000 habitantes) en 2014 con un modelo semejante al de 2020: alianza con el Partido de Izquierda, Los Alternativos, La Izquierda Anticapitalista y algunas asociaciones locales (lista Grenoble para Todos). En aquel momento fue el primero y único dirigente ecologista al mando de una gran ciudad francesa y se fue convirtiendo poco a poco en la figura de un pensamiento ecologista renovado. Su credo es el esbozo de un «arco humanista» capaz de abarcar a todas las izquierdas.

Piolle ha estado entre los pesos pesados del ecologismo y la izquierda que, en plena pandemia, empezaron a moverse para configurar un abanico de alianzas añorado pero jamás plasmado antes. El 14 de mayo, cuando los estragos del sismo social, financiero y sanitario que había desencadenado la pandemia dejaron al país y al mundo en la incertidumbre, sindicalistas, lideres ecologistas, comunistas, socialistas, movimientos anticapitalistas, ex-ministros y hasta economistas como Thomas Piketty publicaron una tribuna en la prensa francesa interpelando a afianzar una honda transformación ecológica y social, así como la edificación de una plataforma plural para salir de la crisis. En aquel texto ya había signos de un cambio. Palabras borradas del vocabulario como «trabajador» (reemplazado por asalariado) volvieron a circular. El texto era una síntesis del ecologismo, de lo que le había dado sentido al progresismo y de las contribuciones de las asociaciones civiles. Durante los 55 días del confinamiento, ecologistas, socialistas, sindicalistas comunistas y otros partidos de izquierda empezaron a tejer la posibilidad de una convergencia en las urnas. Zoom o WhatsApp fueron el soporte de un diálogo que apuntó a configurar el mundo pospandemia. A su manera paradójica, el coronavirus curó las heridas de las divisiones. Había, no obstante, un puente tendido entre la Confederación General del Trabajo (CGT) y los ecologistas.

En diciembre de 2019, en medio de las huelgas contra la reforma del sistema de pensiones, la CGT y los ecologistas emprendieron una reflexión conjunta que más tarde se traduciría en las urnas. La pandemia sirvió también como manual pedagógico real para resaltar que la ecología, la igualdad, la solidaridad, los servicios públicos, la atención al prójimo y los salarios no eran discursos desteñidos del pasado, sino una necesidad renovada. El coronavirus vitaminizó el relato ecologista y acrecentó la duda sobre los modos de consumo. Al cabo de tres décadas de hablar en una iglesia desierta, el ecologismo logró personificar ese «mundo del después» que ya formaba parte de su ADN: vivir mejor, respeto por el planeta, crecimiento no destructivo, consumo controlado y no contaminante, una economía con menos carbono, etc.

¿Un presidente social-ecológico en Francia en 2022 ? Todo es posible, tanto más cuanto que el gran relato macronista en torno de la desaparición del clivaje izquierda/derecha se vino abajo. Las elecciones municipales restauraron esa constante de la historia y le dieron a la ecología el estatuto de árbitro. Perspectivas estratégicas profundas y medios de acción política reales en manos de los verdes han derretido el bloque tradicional. Los «niñitos rebeldes» manejan el gran triciclo político con una preponderancia inobjetable: el trazado ecologista estructuró la campaña de las elecciones municipales. Esa predominancia se volcó en las urnas en la primera vuelta del mes de marzo y, tres meses después y con la pandemia en el medio, en vez de esfumarse se acrecentó. Asociaciones, intelectuales y líderes de todo el orbe salieron en el medio a promover, en nombre de la ecología, lo que la llamada «izquierda burguesa» había acallado en sus retóricas. Había ya un cimiento posado entre 2018 y 2020: la visibilidad de las temáticas ecológicas llegó a la cima con las manifestaciones mundiales a favor del clima y las marchas juveniles bajo la bandera de la adolescente sueca Greta Thunberg.

Queda, no obstante, una deuda pendiente, y no es menor: la conquista del mundo popular y el campo, a los que, por el momento, solo acede con eficacia la extrema derecha francesa. En un estudio destinado a la Fundación Jean Jaurès realizado por el director del departamento Opinión de la consultora IFOP, Jérôme Fourquet, y el geógrafo Sylvain Manternach, ambos acentúan una tendencia: «el voto ecologista es principalmente urbano. Los verdes reúnen aproximadamente 11,3% de los votos en las comunas de menos de 1.000 habitantes; 13,2% en las de 10.000 a 20.000 habitantes; y 19,4% en las ciudades con más de 200.000 habitantes”.

Esa frontera campo/zonas periurbanas ha sido el freno que limitó la expansión de la izquierda radical de Francia Insumisa y la que le abrió a Marine Le Pen las puertas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017. No caben ya dudas de que, desde la extrema derecha, pasando por los liberales y conservadores hasta los socialistas y la izquierda radical, la ecología es un título de posgrado que todos buscarán obtener. Algo, no obstante, ha cambiado en profundidad: desde la década de 1980 hasta 2019 la retórica que contaminó todos los partidos fue la de la extrema derecha. La ecología la está sustituyendo. El ecologismo colonizó en 2020 las inquietudes de millones de electores, desbordó el contenido de los partidos y se volvió el tema predominante. Puede que en 2022 haya un presidente «social-ecológico», siempre y cuando el ecologismo logre irrigar a esa mal llamada «Francia invisible» que vive del otro lado de la tecnología, las ciudades confortables y la bicicleta.

Fuente e imagen: https://nuso.org./articulo/un-futuro-social-ecologico/

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Pugna global por la vacuna del coronavirus

Por: Eduardo Febbro

 

Compiten intereses de los Estados y los grupos farmacéuticos.

Estados Unidos, China, la Unión Europea y la industria farmacéutica se lanzaron a la búsqueda improvisada del antídoto contra la covid-19.

 ¿Quién se quedará con el tesoro de la patente de la vacuna contra la covid-19 ?. Una auténtica batalla científica, diplomática y financiera entre Estados y grupos farmacéuticos se está desplegando en el telón de la búsqueda de la vacuna que pondrá termino a la pandemia que infectó a millones de personas en el mundo y mato a otros miles y miles de seres humanos. Cuatro actores mundiales ocupan el primer plano: Estados Unidos y su estrategia ultranacionalista, China, para quien la vacuna sería una sólida victoria diplomática, la Unión Europea — un jugador que ingresó con mucho atraso en esta batalla global– y la industria farmacéutica.

El presidente norteamericano, Donald Trump, eligió la famosa doctrina llamada “Frank Sinatra” que se refiere a la canción My Way interpretada por el cantante en los años 60 para marcar sin ambigüedad su conducta: la haremos en casa, rápido y nosotros solosTrump se ha fijado un plazo que la comunidad científica mundial juzga imposible, es decir, noviembre de 2020, una fecha que coincide con las elecciones en los Estados Unidos. Cuando presentó el proyecto, Trump lo bautizó « Operation Warp Speed » en alusión directa a la serie Star Trek y la velocidad de las naves espaciales que vuelan más rápido que la velocidad de la luz.

Actualmente, hay 183 equipos internacionales trabajando en un proyecto de vacuna. Frente a ellos están los grupos farmacéuticos, casi todos captados y subsidiados por la administración norteamericana y Europa. Se destacan varios, entre ellos tres muy avanzados: GlaxoSmithKline (GSK), Merck & Co (MSD), Pfizer, Janssen-Johnson & Johnson, Sanofi Pasteur. También aparece la china CanSino que trabaja asociada con el Beijing Institute of Technology. Los más adelantados son: Moderna Therapeutics (Estados Unidos, 500 millones de euros en subsidios), AstraZenec (británico sueco, mil millones de euros de subsidios) y Sanofi (multinacional francesa que recibió 226 millones de euros de las cajas la Biomedical Advanced Research and Development Authority, Barda, la agencia federal de investigación médica de Estados Unidos).

En mayo de este año, el presidente de Sanofi, Paul Hudson, le dijo a Bloomberg que Sanofi, en caso de que descubriera la vacuna, la distribuiría primero en los Estados Unidos porque Washington “comparte los riesgos” de la investigación. Frente a la polémica que suscitaron estas declaraciones, los portavoces del grupo salieron a calmar las inquietudes y prometieron “servir a los franceses”. El presidente francés, Emmanuel Macron, ya dijo en mayo que le vacuna debería ser “un bien público mundial”. En el mismo sentido se expresó el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, para quien la vacuna “debe ser vista como un bien público mundial, como una vacuna de los pueblos”. La Unión Europea “anhela” un “acceso universal rápido y equitativo” mientras que el presidente chino, Xi Jinping, prometió que si sus investigadores tenían éxito Pekín pondría su descubrimiento en acceso libre. Los industriales llaman a todas las puertas para conseguir financiación. La de los Estados y la de los fondos como la Coalición Internacional CEPI (Coalition for Epidemic Preparedness Innovations), cuya sede está en Noruega y cuenta con un “colchón” de 680 millones de euros consagrados a la selección y financiación de proyectos.

Es casi un sueño pensar en una posibilidad gratuita cuando está en juego un mercado de 65 mil millones de euros. La noción de bien público mundial apareció en los años 90, sobre todo a partir de las teorías de Charles Kindleberger, quien definió al bien público mundial como “un conjunto de bienes accesibles a todos los Estados que carecen de un interés individual por la producción”. No parece ser el caso, tanto más cuanto que la noción de “bien público mundial” reposa sobre una estructura ya desaparecida: la cooperación entre los Estados. Trump se quiere salvar a si mismo, China su prestigio y Europa pedalea detrás de las dos potencias mundiales. Los Estados financian sus propios laboratorios y centros de investigaciones al mismo tiempo que se “garantizan” la disponibilidad de la vacuna ante los grupos farmacéuticos.

La Unión Europea reveló hace unos días que invertiría 4 mil millones de euros en las cajas de los grupos farmacéuticos. Sin adelantar el precio, Francia, Alemania, Italia y los Países Bajos consiguieron que el laboratorio AstraZeneca entregue 400 millones de dosis si descubre la vacuna, y ello sin sacar beneficio alguno. El mismo laboratorio se comprometió a distribuir dos mil millones de dosis en el mundo a un precio equivalente al costo de producción. La fundación internacional GAVI (fundada hace 20 años por Bill Gates) bloqueó anticipadamente 300 millones de dosis del laboratorio AstraZeneca para repartirlas en los países pobres. En cada caso, el poder lo tienen los grupos farmacéuticos y no los Estados o la investigación pública. El sector público no hace más que negociar y pagar a los laboratorios en las mejores condiciones posibles un descubrimiento en gestación, pero no real. Es una lotería hacia el futuro. Muchos anuncios y poca transparencia. La doctora Nathalie Ernoult, miembro de Médicos del Mundo y del Instituto de Relaciones Internacionales estratégicas, recuerda que “para asegurarse de que las promesas van a cumplirse, habría que conocer el contenido de los contratos, lo que no es el caso hoy”.

La búsqueda de la vacuna se parece en mucho a la forma en que la pandemia fue combatida: a tientas, improvisando, corriendo detrás de la propagación del virus, con potencias enfrentadas, científicos populistas o charlatanes que promocionan sus milagros en las redes sociales sin la más lejana certeza científica. 

Los Estados apuestan por los laboratorios más avanzados en las investigaciones, pero, de hecho, la vacuna aún no existe. Hay unos cien proyectos sobre la mesa, pero sólo diez están siendo probados en los seres humanos, de los cuales 5 en China. Se han invertido miles de millones de euros en la elaboración de una vacuna contra el SIDA y la Malaria y ambos tratamientos tampoco existen pese a que matan, respectivamente, 770 mil y un millón de personas cada ano. La covid-19 es objeto de una pugna global entre intereses políticos, públicos, financieros, diplomáticos y tecnológicos. La carrera hacia el descubrimiento de una vacuna es un espejo perfecto de lo que ocurrió y sigue ocurriendo con esta pandemia. Una improvisación globalizada.

 

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/273134-pugna-global-por-la-vacuna-del-coronavirus

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